La Biblioteca de Juan Jorge Cabodi

Su retrato en una Ficha de Turista emitida para una estadía en Brasil, en 1959.


Real decreto español de 1749 con la instrucción de prohibir la impresión de papel alguno sin la autorización del Consejo o Tribunal, para evitar la proliferación de estos impresos «sátiras y cláusulas denigrativas de el honor… de personas de todas clases…» Colección Cabodi. Academia Nacional de la Historia. Fotografía: Gentileza Biblioteca de la ANH.


Fruto de su labor de editor, la publicación que encabeza la colección Viajeros, obras y documentos para el estudio del hombre americano.


Guillermo Palombo

 

Miembro Emérito del Instituto Argentino de Historia Militar, integrante del Grupo de Trabajo de Historia Militar de la Academia Nacional de la Historia, Académico Correspondiente de la Academia Sanmartiniana y del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, ex presidente del Instituto de Estudios Iberoamericanos.

 

Su producción impresa sobre diversas disciplinas (libros, folletos, capítulos en obras colectivas, artículos en revistas especializadas y diarios) supera los 300 títulos. Acaba de presentar Uniformes del Ejército Argentino (Lilium Ediciones, Buenos Aires, 2023), un estudio de consulta ineludible sobre el tema. LEER MÁS


Por Guillermo Palombo *

El hombre


Juan Jorge Cabodi nació en la ciudad bonaerense de Rojas el 8 de enero de 1905. Fue el hijo mayor del matrimonio formado por Juan Cabodi y Sofía Roqués.

 

Se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba, pero nunca ejerció la profesión. Toda su vida integró la importante y conocida firma molinera familiar «Cabodi Hermanos», en su ciudad natal, empresa establecida en 1853.

 

Asmático, pasaba en su departamento en Buenos Aires los meses de calor, y cuando asomaban los fríos se trasladaba a un departamento que tenía en Río de Janeiro, y de allí a España, en una pensión en Madrid, reiniciando el mismo ciclo cada año. Lector infatigable, en su alta edad tuvo la desgracia de perder la vista.

 

Falleció el 5 de marzo de 1994, a los 89 años, soltero y sin descendencia; sus restos descansan en la ciudad de Rojas.

 

Estudiante universitario reformista

 

Durante su vida universitaria en Córdoba formó parte del movimiento reformista de izquierda. Con 24 años, entre el 29 de mayo y el 7 de junio de 1929 participó en Buenos Aires como delegado del estudiantado universitario cordobés de izquierda, en la Primera Conferencia Antiimperialista Nacional convocada por la Liga Grupo de Izquierda en la Casa del Pueblo, del Partido Socialista (Avenida Rivadavia 2150, barrio de Balvanera); un encuentro político sin precedentes en la historia argentina y latinoamericana.

 

Nunca hasta ese entonces se había organizado un evento de esas características, únicamente destinado al análisis del fenómeno imperialista y a las distintas estrategias para oponerse a él. Cabodi integró la Comisión de “Tesis” y apoyó los planteamientos generales respecto a la relevancia del agro en la cuestión de la penetración imperialista a la Argentina, a cuyo fin resumió la historia de la lucha entre los trusts estadounidenses e ingleses, y señaló además que la iniciativa de que los trenes cobrasen menos por transportar ganado que cereales se debía, principalmente, al interés puesto en ello por Inglaterra y por su industria frigorífica.

 

La Liga se pronunció contra las dictaduras en América Latina. Se solidarizó con la lucha de Sandino en Nicaragua, con las víctimas de la represión en Chile, con el Socorro Rojo Internacional y con los comunistas perseguidos en México, contra el terror blanco y por los presos por cuestiones sociales (una vez más se reclamó por la liberación del anarquista Simón Radowitski, encarcelado en el penal de Ushuaia, y demás detenidos por razones políticas), por el mejoramiento y el abaratamiento del precio de los servicios públicos, las reivindicaciones de los campesinos y de los indígenas, el apoyo a las manifestaciones obreras (denunció las represalias adoptadas por la empresa petrolera Standard Oil en Salta contra los trabajadores huelguistas en los yacimientos de M. Pedraza [1]), y también bregó por la preservación del petróleo y de todos los recursos naturales, así como se expresó contra los peligros de la guerra, en particular, hacia la Unión Soviética.

 

En 1933 la revista Claridad, órgano del pensamiento de izquierda dirigido por Antonio Zamora, publicó una encuesta centrada en los organismos gremiales estudiantiles. ¿Debían intervenir en la lucha social?, preguntaba, y, en caso afirmativo, cuál debía ser concretamente su posición, qué medidas prácticas y qué métodos de acción eran considerados los más eficaces para poner en movimiento aquellas posiciones. Cabodi fue entrevistado por los estudiantes de la Universidad de Córdoba [2]. Dos años después, en la misma revista Cabodi publicó un interesante artículo sobre David H. Lawrence (1885-1930), en el cual valiéndose de la correspondencia del hacía poco desaparecido escritor inglés, autor de novelas trascendidas al gran público, como El amante de Lady Chatterly (1928), analizaba su pensamiento sobre la Primera Guerra Mundial [3].

 

También colaboró con la revista Transición. Economía, política, arte, filosofía, publicada en Córdoba, cuyo primer número apareció en diciembre de 1935 y el segundo en enero de 1936.

 

De esa etapa de militancia juvenil, data una carta de Luis Reinaudi, del Partido Socialista, al conocido poeta de izquierda Cayetano Córdoba Iturburu, escrita en un papel sin fecha, en la cual le promete hacer todo lo posible a favor de la Nueva Revista y la editorial, y si bien manifiesta no poder prometer una colaboración, al pie de la misiva le indica que no olvide escribir a Juan Jorge Cabodi, a quien recomienda [4].

 

No sabemos cuál fue su última actuación política, el nombre de Cabodi simplemente se esfuma, para reaparecer tres lustros después como una nueva estrella en el campo historiográfico.

 

El historiador

 

Los estudios históricos vinculados al período colonial o hispánico de su ciudad natal fueron la verdadera vocación de Cabodi, pero su producción historiográfica al respecto, si bien de gran calidad, fue sumamente reducida. Centrada en la época virreinal, y en forma más específica, a la vivida en su patria chica.

 

En el año 1950, cuando tenía 45 años, el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, cuyo director honorario era Ricardo Levene, le concedió el segundo premio en el concurso de monografías sobre los pueblos de la provincia a su trabajo sobre la historia de Rojas hasta 1784, premio que incluyó su publicación [5]. Y, también ese año, asistió como delegado de la comuna de Rojas al Primer Congreso de Historia de los pueblos, donde presentó dos contribuciones originales, fruto de sus hallazgos en la colección documental formada por Pedro de Ángelis conservada en el señorial edificio de Avenida Río Branco, 219 (Río de Janeiro) que ocupa la Biblioteca Nacional de Brasil. Una sobre un proyecto de frontera del jurista Pedro Vicente Cañete [6] y la otra sobre el proyecto del mariscal Francisco de Betbezé relativo al avance de la frontera con las tribus [7].

 

Hoy esos tres trabajos son considerados clásicos en el tema, particularmente el primero, cuya cita es todavía ineludible.

 

Cabodi era un hombre que conocía a fondo su labor. Desde 1950 mantuvo la idea de continuar esa obra, pero no se conocen publicaciones suyas desde entonces, salvo alguna esporádica colaboración en un medio local como «El huracán de 1816» (1957).


Y si bien no publicó, durante años reunió copias de documentos del Archivo General de la Nación que él mismo mecanografiaba y encarpetaba para cuando llegara el momento de sentarse a redactar… pero como era el dueño del tema, ese tiempo no llegó nunca y su obra quedó inconclusa. Probablemente aquel conjunto se conserve entre sus papeles de trabajo.

 

Tal vez más por condescendencia –era el único historiador profesional– que por interés, a principios de 1970 formó parte del Departamento de Investigaciones Históricas de Rojas con otros convecinos. Y en 1976 participó en los festejos celebratorios del bicentenario de la ciudad, donde todo el mundo lo conocía como «Chilín», su apodo familiar.

 

Cuando estaba en Buenos Aires, durante años fue corriente verlo cada mañana en la sala de investigadores del cuarto piso del Archivo General de la Nación, por entonces en el viejo edificio de Av. Leandro N. Alem, donde ocupaba una larga mesa contigua al gran ventanal que daba a la avenida, y apoyaba los legajos de su consulta en un facistol. Solamente interrumpía su labor para almorzar en el desaparecido restaurante «La Emiliana», de dos pisos, situado en Corrientes casi Paraná, vecino al bar «La Giralda», en el sitio donde hoy se alza el edificio del Colegio Público de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires

 

Hombre de consulta para los investigadores, Cabodi no perteneció a ninguna corporación académica, ni a ningún instituto. Tales figuraciones no le atraían. Prefería la tertulia personal que animaba los sábados por la tarde, rodeado de sus libros, en su departamento de la calle Federico Lacroze, cerca de la Chacarita, a la que concurrían investigadores y también becarios universitarios norteamericanos, entre ellos George Reid Andrews, cuya tesis doctoral sobre los afroargentinos fue editada por la Universidad de Wisconsin en 1980

 

El sacerdote jesuita Guillermo Furlong tenía a Cabodi en alta estima por sus conocimientos y a mediados de 1969 lo consideraba entre los jóvenes (y otros no tanto) historiadores de ese tiempo que trabajaban con seriedad, como Víctor Tau Anzoátegui, Pedro Santos Martínez, Carlos Luque Colombres, Ricardo Zorraquín Becú, Julio César Guillamondegui, Eduardo Martiré, Adolfo L. Ribera, Jorge Comadrán Ruiz, Antonio Pérez Amuchástegui, Edberto Oscar Acevedo, José María Mariluz Urquijo, Arnaldo Cunietti y algunos otros pocos [8].

 

Entre sus descubrimientos no dados a conocer había encontrado, creo, en el Archivo de Asunción del Paraguay, el primer padrón que revelaba la totalidad de las etnias de la cuenca del río Paraná, una especie de padrón de tribus indígenas, el más antiguo del territorio, que permitía descifrar el misterio de los querandíes. Una pena, no llegó a publicar ese documento trascendente.

 

El erudito en impresos raros

 

Seguramente, el P. Furlong valoraba en Cabodi al especialista en la misma materia de la que él era exponente máximo: el campo de los impresos americanos raros, por haberlos encontrado, consultado, copiado, y cuando fue posible adquirido.

 

Así, en la en la obra dirigida por Rodolfo Etchepareborda sobre la política lusitana en el Plata, impresa en 1963, el volumen relativo a los años 1810 y 1811 incluyó el hasta entonces desconocido impreso Falla a os Americanos Brazilianos dejándose constancia de tratarse de un impreso en poder de Cabodi [9]. Junto con Julio César González presentó a un congreso de historiadores realizado en Lima en 1971 un estudio sobre el Diario Secreto de Lima (1811) [10]. Tres años después, también en ese país, un estudioso local daba a luz una revelación: «Juan Jorge Cabodi prepara una bibliografía de la imprenta peruana que amplía considerablemente las de Medina y Vargas Ugarte» [11].

 

Mariluz Urquijo recordaba haberlo visto a Cabodi en la ciudad del oso y el madroño, en el antiguo edificio del Paseo de Recoletos que ocupa la Biblioteca Nacional de España, y haberle llamado la atención que Cabodi llegaba a primera hora, como si fuera un empleado puntual, y permanecía en la sala, sin moverse de ella ni para fumar un cigarrillo o tomar un café, hasta la hora de cierre. Y el erudito español Fernando Soler Jardón ha dejado testimonio de «la prodigiosa erudición de Juan Jorge Cabodi». [12]

 

Para 1975, me consta que Cabodi ya tenía redactada una Bibliografía de la imprenta de Ibarra y trabajaba en una “Historia y bibliografía de las obras escritas en el Río de la Plata, que nunca llegaron a publicarse”. Lamentablemente aquellos trabajos permanecen inéditos; tal vez se conserven entre sus papeles de trabajo.

 

El Editor

 

Una desconocida faceta de Cabodi es su incursión como editor, que protagonizó como capitalista en la sociedad que al efecto formó con un señor González, y otro cuyo nombre no recuerdo, que giró como firma editora y distribuidora «Cabargón» (nombre formado con las tres primeras letras de su apellido, las dos siguientes de un tercer socio que no recuerdo, y las restantes, pertenecientes a González), cuya sede funcionaba en Bartolomé Mitre 766, oficina 6.

 

En 1972, con ese sello editorial fue impresa la Historia de las Armas de fuego en la Argentina de Rafael Demaría, abogado, ex Camarista del Fuero Civil y reputado coleccionista de antiguas armas de fuego. En 1973 aparecieron Años de lucha (1841-1845). Urquiza y la política del litoral rioplatense de Pablo Santos Muñoz;  Tastil, una ciudad preincaica argentina de Eduardo M. Cigliano, y Estudio antropológico de la medicina popular de la Puna Argentina, de Néstor Homero Palma. En 1974 vieron la luz Panorama del lunfardo, de Mario E. Teruggi y Orígenes de la burocracia rioplatense de José M. Mariluz Urquijo (1974). González, creo que también con el aporte de Cabodi, siguió con «Ediciones Cervantes», que en 1976 publicó la Geografía Histórica de la Patagonia (1870-1960) de Raúl R. Rey Balmaceda, con prólogo del Dr. Federico A. Daus; Etnología y fenomenología de Marcelo Bórmida y El poder político y la independencia argentina de Héctor J. Tanzi.

 

Del paso de Cabodi como editor, vale la pena dedicar unas líneas a su mayor contribución: la publicación de las aventuras de William Morris, un joven guardiamarina sobreviviente de la expedición que realizó en 1740 una escuadra británica comandada por el comodoro George Anson. Azotada por una tempestad, la fragata Wager naufragó en las costas de un inhóspito archipiélago del Golfo de Penas. Morris participó de una rebelión que, en oposición a las órdenes recibidas, decidió regresar a Inglaterra a través del Atlántico en la goleta Speedwell, pero al naufragar, Morris y sus compañeros fueron por tierra hasta la zona de Mar del Plata. Sus memorias ofrecen noticias sobre el paisaje y los indígenas. El profesor Milcíades Alejo Vignati, que poseía en su biblioteca particular una rica colección de viajeros (hoy en la Universidad del Comahue) había concertado con la casa editora “Coni” publicar una colección dirigida por él, titulada Viajeros, Obras y Documentos para el estudio del Hombre Americano, cuyo primer tomo sería Una narración fiel de los peligros y desventuras que sobrellevó Isaac Morris, con traducción del inglés, introducción y notas de Vignati, que poseía varias ediciones del siglo XVIII de la referida obra, y el agragado de un apéndice documental del Diario del viaje y misión al Río del Sauce por fines de marzo de 1748 del P. José Cardiel, S.J.; la Craneología comparada del caballo criollo de Ángel Cabrera, y Dificultades que suele haber en la conversión de los infieles y medios para vencerlas del P. Cardiel, existente en la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional y láminas.

 

Pero en 1956, cuando ya estaban impresos todos los pliegos, la imprenta y Casa Editora “Coni” fue declarada en quiebra y el librero Fernández Blanco adquirió ese material. Tiempo más tarde y circunstancialmente, Cabodi se enteró que aquel librero tenía la edición en el depósito de su comercio ubicado sobre la calle Tucumán; la adquirió y con autorización de Vignati, encomendó a González que, agregando una tapa nueva, más ajustada al contenido y a los propósitos editoriales de «Cabargon», distribuyera la obra. [13]

 

La biblioteca

 

Cabodi tenía instalada su biblioteca en dos departamentos contiguos y comunicados por dentro entre sí, ubicados en el segundo piso del edificio de la Avenida Federico Lacroze 3851, entre Roseti y Fraga, junto al antiguo edificio de la Escuela Primaria N° 19 “Cabildo de Buenos Aires”.

 

Tras cruzar la blanca puerta de calle y ascender por la escalera, al ingresar al departamento sorprendía un gran fanal de vidrio con una cabeza reducida por los jíbaros del Brasil, y un conjunto de arcos, flechas y artesanías indígenas de ese origen. Su biblioteca, que contaba con unos 8000 volúmenes (todos leídos), invadía cada ambiente. Con una particularidad, los libros estaban agrupados en secciones por los países de su impresión: Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia… También España y Portugal. Salvo en el cuarto principal, el material estaba ubicado en estanterías que las cruzaban a lo largo, por lo que había cuatro hileras de consulta, cada una de ellas con varios estantes.

 

Si bien era una biblioteca de estudio, no faltaban ediciones antiguas ni las selectas y limitadas ediciones de sociedades como la de Bibliófilos Españoles y la de Bibliófilos Andaluces. Junto a los autores de la antigüedad clásica, de los que recuerdo un ejemplar de la Vida de los ilustres y excelentes varones, traducida al castellano por Juan Castro de Salinas, impreso en 1562 en Colonia por Arnoldo Bircman, era posible encontrar distintas ediciones de una misma obra, como en el caso de la Historia de la Conquista de Méjico de Antonio de Solis, con ejemplares de los siglos XVII, XVIII y XIX, en castellano y en francés.

 

Por supuesto, en una colección de este tipo no podían faltar autores de diversas nacionalidades y de distintas épocas. De modo que Marx y Hegel convivían con Gramsci, Sartre y Althuser, en tanto que desde sus obras completas Leopoldo Lugones desafiaba a Ramiro de Maeztu y Manuel Gálvez. Y los áridos estudios de Félix Outes entraban en diálogo amable con las Confidencias literarias de García Merou y los medallones de Arturo Giménez Pastor en su deliciosa obra Figuras a la distancia. Y no faltaban los autores leídos en los lejanos días juveniles, como el Henri Barbusse de El Fuego, o las siempre lúcidas páginas de Romain Rolland sobre su tiempo.

 

Si bien, en general, imperaba el orden alfabético, era dable observar que había importantes conjuntos de libros de materia común. Así, era destacable la riqueza de obras relativas al libro: bibliografías individuales y catálogos bibliográficos, como el Dictionnaire bibliografique publicado en cuatro volúmenes por Delalain en París el año X (1802), manuales de libreros, catálogos de bibliotecas públicas, colecciones privadas y librerías antiguas, como también biografías de libreros, obras sobre bibliofilia y cuanto se refería al arte gráfico, la tipografía. Esto se completaba con un valioso conjunto de hojas sueltas impresas relativas a disposiciones sobre la impresión y tráfico de libros en España y América, imprescindibles para reconstruir la historia del libro. Y no faltaban ediciones del Index de las obras prohibidas.

 

Otro conjunto, dedicado a la Paremiología, reunía cantidad de refraneros, españoles y americanos. Destacaba una serie de Mensajes de gobernadores provinciales argentinos de los siglos XIX y XX, y de las Memorias ministeriales presentadas al Congreso de la Nación de las mismas épocas. Muy completo el conjunto de obras sobre cuestiones de limites interprovinciales e internacionales de América.

 

Es difícil saber qué temas no le interesaban a Cabodi. Sin duda, los títulos relativos a la Compañía de Jesús en nuestro continente gozaban de su predilección.

 

El resto de las obras, todas buenas, todas de consulta, abordaban distintas disciplinas. Y a la vera de ellas, una suerte de libros clásicos, raros, y curiosos. Que ni todos los clásicos son raros, ni todos los raros son clásicos, y los curiosos generalmente no son clásicos y tal vez raros tampoco.

 

Pero también los libros tienen su fatalidad. Cabodi había comprado la obra completa del Padre Pastells, muy buscada y cotizada, la dejó en su departamento en Río de Janeiro y cuando regresó al año siguiente, los insectos habían devorado los volúmenes.


Juan Jorge Cabodi fue un bibliófilo cabal, no un cultor del libro objeto. Su pasión consistió en «coleccionar los libros, leerlos con provecho y anotarlos con erudición», sin importarle que estuvieran encuadernados lujosamente o descalabados. De haberlo querido pudo haber tenido un impactante ex libris, encargado a algún grabador de moda, pero posiblemente consideraba detestable ese signo de «propiedad», como si fuera una marca de hacienda, o tal vez porque, en su ideario, se consideraba nada más que un mero detentador temporal de los libros. Por eso mismo, tal vez nunca puso mayor atención en cuanto a la exterioridad de cada ejemplar.


Destino de la colección

 

El conjunto bibliográfico que perteneció a Juan Jorge Cabodi constituye la adquisición más importante por parte de la Academia Nacional de la Historia, con alrededor de 8.000 volúmenes que van de 1530 a 1987, una colección de antiguas hojas impresas sobre la historia del libro, y los papeles de trabajo de su dueño, fruto de largos años de labor en repositorios nacionales y extranjeros.

 

La Academia realizó en 1998 una exposición exhibiendo un centenar de títulos de la colección Cabodi [14], oportunidad en que José M. Mariluz Urquijo, otro gran bibliófilo, se refirió a la colección y a la persona de su autor [15].

 

Ya lo expresamos, Cabodi no perteneció a ninguna academia o instituto, simplemente porque no le interesaba, aunque tenía méritos más que sobrados para ello. Pero tal vez fue mejor así, porque de haberse incorporado a alguna entidad por compromiso, no me cabe duda, habría emulado a don Benito Pérez Galdós (cuyos Episodios Nacionales admiraba, no por lo que de verdad tuvieran, sino por la imaginación de su autor) que en las sesiones de la Real Academia permanecía en el más cerrado mutismo sin que nadie jamás le hubiera oído decir una palabra.  

 

Servicial al máximo, su biblioteca estaba abierta a la consulta y el préstamo, sin reparar en el valor de la obra. Por eso es imposible pensar en Cabodi sin imaginarlo rodeado de sus libros, fieles y mudos compañeros que lo acompañaron en sus viajes, en sus insomnios y con muda presencia, en su soledad, cuando perdió la vista.

 

A la distancia recuerdo a ese hombre que traté esporádicamente hace medio siglo, cuando estaba en el atardecer de su vida. Hoy evoco su trato afable, siempre con una chispa de ironía en los labios; de mediana estatura, algo cargado de espaldas, ojos claros y atentos, cuyas pupilas se encendían con un extraño fulgor cuando la conversación giraba sobre los temas de su interés y en su palabra se advertía como un eco de voces lejanas.

 

Notas.


[1] Daniel Kersffeld, «La Conferencia Antiimperialista de Buenos Aires en las definiciones ideológicas del comunismo argentino», en Periferias. Revista de Ciencias Sociales, año 22, n. 21, primer semestre de 2013, p. 167-184.


[2] «Encuesta sobre los organismos estudiantiles frente al Problema Social», en Claridad. Revista de Arte, Crítica y Letras. Tribuna del pensamiento izquierdista, año 12, núm. 269, Buenos Aires, 30 de septiembre de 1933.


[3] Juan Jorge Cabodi, «David H. Lawrence y la guerra», en Claridad. Revista de Arte, Crítica y Letras. Tribuna del pensamiento izquierdista, n. 295, noviembre de 1935.


[4] Carta de Luis Reinaudi a Cayetano Córdoba Iturburu, sin lugar ni fecha, pero con membrete de la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Córdoba en el archivo personal de Córdoba Iturburu que se conserva en el CeDInCI. Nueva Revista fue una publicación editada entre 1934 y 1935, en la que colaboraban Alvaro Yunque (Arístides Gandolfi Herrero), Raúl González Tuñón, Aníbal Ponce y otros intelectuales que orbitaban en la cultura comunista.


[5] Juan Jorge Cabodi, Historia de la ciudad de Rojas hasta 1784. El Fuerte de la Horqueta de Rojas (1777-79). La Guardia de Rojas (1779), Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Contribución a la Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, XVII, La Plata, 1950.


[6] Juan Jorge Cabodi, “Un proyecto sobre seguridad de las fronteras de Pedro Vicente Cañete”, en Provincia de Buenos Aires, Ministerio de Gobierno, Primer Congreso de Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, II, La Plata, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1952, p. [3]-17.


[7] Juan Jorge Cabodi, «El reconocimiento de fronteras de Francisco Betbezé», en Provincia de Buenos Aires, Ministerio de Gobierno, Primer Congreso de Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, II, La Plata, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1952, p. [25]-101.


[8] «Dialogando con un joven de 80 años: Guillermo Furlong», en Estudios, núm. 603, Buenos Aires, julio de 1969, p. 12.


[9] AGN, Política Lusitana en el Río de la Plata. Colección Lavradio, tomo II (1810-11), Buenos Aires, 1963, p. 325.


[10] «La reimpresión bonaerense del Diario secreto de Lima (1811)», en Quinto Congreso Internacional de Historia de América, 31 de julio - 6 de agosto de 1971, Lima, Publicaciones de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972, p. [182]-195.


[11] César Pacheco Vélez, Tras las huellas de Viscardo Guzmán. Estudio Preliminar por… Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo I, Los ideólogos. Vol. 1°, Juan Pablo Viscardo y Guzmán. Recopilación, estudio preliminar y notas por César Pacheco Vélez. Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (1975), p. LXXXIII.


[12] Fernando Soler Jardón, «El arte tipográfico en España bajo el reinado de Carlos III», en Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo CLXXXVI, cuaderno 1, Madrid, enero-abril 1989, p. 118.


[13] Isaac Morris, Una narración fiel de los peligros y desventuras que sobrellevó […], Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora Coni, 1956 (Viajeros. Obras y Documentos para el estudio del Hombre Americano, I, Dir. Milcíades Alejo Vignati, 172 páginas más 5 láminas


[14] Academia Nacional de la Historia (Biblioteca), Exposición de la Colección Cabodi. Del 5 al 29 de mayo de 1998, Buenos Aires, La Academia, 1998, 40 p.


[15] Las palabras vertidas en la oportunidad por José María Mariluz Urquijo fueron reproducidas con el título «Los libros de Cabodi», en el Boletín de la Sociedad de Estudios Bibliográficos Argentinos, núm. 6, Buenos Aires, octubre 1998, p. [17]-21.



¿Le interesa vender algunas obras?

Envíenos un correo electrónico indicando brevemente
qué obras piensa poner en venta, y le responderemos. Haga click aquí­

Suscríbase a nuestro newsletter para estar actualizado.

Ver nuestras Revistas Digitales