El hombre
Ernst Herzfeld nació en Los Ángeles, estado de California (enero de 1897). Hijo del Dr. Herman Herzfeld y de Corinne Vidal Arcos. Se radicó en Argentina, donde en 1939 ejercía su profesión de médico en el Hospital Rawson, y como Jefe del Servicio Médico y cirujano consultor de la empresa ferroviaria “Buenos Aires Great Southern and Western Railways”. Junto con su esposa Desirée C. de Herzfeld fue un destacado coleccionista de arte oriental, en particular de armaduras y armas portátiles (espadas usadas por la clase guerrera de los samurái), estandartes, etc. No conozco la causa de su interés por el arte de Oriente, pero tal vez deba tenerse presente que en su ciudad natal existió un gran intercambio con esa región. Tal vez la mejor prueba de ello son las colecciones de Los Angeles County Museum of Art (5905, Wilshire Blvd.), que ofrece al visitante un bello conjunto de katanas y cuya Herbert Colle Collection permite apreciar notables grabados que muestran al samurái con sus armas, debidos a Utagawa Kuniyoshi (1798-1861) y Tsukioka Yoshitoshi (1839-1872), xilógrafos del siglo XIX y, en el caso del segundo, el más reconocido del Japón.
La colección
En el vestíbulo de su casa de la calle Maipú 533, el Dr. Herzfeld tenía expuestas tres armaduras de daimios de los siglos XVI, XVII y XVIII, estandartes de guerra, espadas, lanzas y flechas. Sobre un mueble chino del siglo XVIII lucían dos cascos japoneses de guerra, un Buda predicando, de laca y oro, y entre muchas otras piezas se exhibían en la habitación valiosos portasables con tres piezas celebres, forjadas una por Uda Kunemune en el siglo XVII, otra por Kunihushi en el XVI y la tercera por Muramassa, también en este siglo, y un casco de la familia Min-Shin, con emblemas de alto dignatorio, que en reverso del cubrenuca tenía inscripta la genealogía de esa familia.
Las tres armaduras exhibidas en la residencia del doctor Herzfeld. Fotografía: El Hogar, 21 de octubre de 1932. Gentileza Ibero-Amerikanisches Institut.
En 1932, el periodista Pablo Merediz, de la revista El Hogar, tras visitar el domicilio del coleccionista refirió: «El Dr. Ernst Herzfeld, ciudadano norteamericano que ejerce su profesión de médico entre nosotros [es] desde hace mucho tiempo poseedor de una de las colecciones de armas, pinturas, estampas, miniaturas, muebles y porcelanas del antiguo Oriente más importantes que se conocen. El Dr. Herzfeld se presta gustoso a nuestro requerimiento de hacernos conocer su colección. Y ante nuestros ojos asombrados empiezan a desfilar las armaduras imponentes, las máscaras terroríficas y las maravillosas espadas que pertenecieron hace cientos de años a formidables guerreros japoneses. Estas armaduras pertenecieron a dairalos –nos informa nuestro huésped- o sea a jefes de samuráis. En todas ellas está consignada la historia del guerrero a que perteneciera, así como su genealogía. Algunas son antiquísimas. Otras de los siglos XVI, XVII y XVIII».
A la pregunta del cronista «¿Y las armas?... ¿Usaban dos espadas los guerreros japoneses?», el entrevistado respondió: «Sí, los guerreros y los hombres de casta llevaban una larga katana, y una corta wekizushi [ wakashi ]. Da una idea exacta de la época en que vivían el ceremonial a que estaba sujeto el uso de la espada. Al hacer una visita, por ejemplo, el guerrero o dignatario se sacaba la espada larga y la entregaba a los servidores de la casa, quienes con grandes reverencias, la tomaban y colocaban en un atril especial, cerca del dueño, pero a su mano derecha, lo cual hacía difícil que la pudiera desenvainar en caso necesario. Ciertas visitas de mucha confianza, o a las mansiones de los altos dignatarios, hacían obligatorio el desprenderse de las dos espadas. Ahora bien, como a veces era forzoso visitar a ciertos jefes que no inspiraban confianza al visitante, pero ante los cuales no había más remedio que aparecer desarmado, tal posibilidad estaba salvada con la portación de una tercera espada, Kuaiken, que se llevaba oculta en la manga».
Merediz inquirió a su entrevistado si los japoneses rendían culto a las armas, a lo que Hertzfeld respondió: «Les tenían veneración. Sobre todo, las espadas eran objeto de cuidados casi litúrgicos. De ahí que haya espadas que, tras 500 o 600 años de forjadas y templadas, se conservan como si dataran de ayer. El forjador de armas estaba considerado como un noble en el Japón. Y los jefes eran tan amantes de ellas que uno llegó a tener doce forjadores a su servicio, a objeto de poder lucir una espada distinta para cada solemnidad del año. Dará una idea del trabajo que costaba hacer una espada decir que en forjarla, templarla y pulirla se empleaba a veces más de un año. Por eso se les firmaba como verdaderas obras de arte, y ahora son muy raras y costosas las que llevan la firma de algún buen espadero».
Los cascos japoneses lucen su gallardía reunidos por un Buda predicando. Debajo, las tres piezas más destacadas de la colección Herzfeld. Fotografía: El Hogar, 21 de octubre de 1932. Gentileza Ibero-Amerikanisches Institut.
Acto seguido, el periodista preguntó al Dr. Herzfeld cuál era la espada más famosa que poseía en su colección, a lo que el inquirido respondió: «Tengo una de Muramasa, discípulo de Musamune, que está considerado como el forjador más célebre del Japón. Véala Usted». Y le presentó una corta espada de reluciente hoja, bajo cuya empuñadura estaba la firma del famoso espadero. «Todas las armas de Muramasa –prosiguió Herzfeld- gozan de una reputación mundial, primero como magníficamente forjadas, y luego como portadoras de maleficio. Dice la leyenda que Muramasa era un hombre terrible, y que cuando forjaba sus espadas lo hacía cantándoles todas sus iras y todos sus rencores, lo cual convertía al acero en portador del mal. Lo cierto es que aún hoy hasta la gente culta del Japón sostiene que esas armas son peligrosas y que no deben guardarse».
Merediz preguntó a Herzfeld si se sabía cómo templaban las armas los forjadores japoneses, a lo que el nombrado respondió: «No, cada uno tenía su sistema y lo guardaba en celoso secreto. Refiérese que una vez un alumno espió a su maestro en momentos de forjar la hoja y quiso repetir la operación. El maestro lo sorprendió cuando introducía el arma en el baño templador, y, enfurecido, le cercenó ambas manos con un golpe de su sable».
Interrogado sobre si poseía algún otro dato de interés relacionado con las espadas, el coleccionista agregó: «Son innumerables, golpear la vaina de una espada, por ejemplo, equivalía a un desafío, más o menos a lo que aquí es arrojar el guante. Estaba, además, prohibido llevar la mano a la empuñadura de la espada con intención de desenvainarla, y jamás se desenvainaba en público a no ser a pedido de algún interesado en admirar la hoja pues era una prueba de exquisita educación conocer la procedencia del arma a la sola presentación de la hoja o espiga. En este caso se empuñaba la espada con la mano izquierda una vez quitada de la cintura, se le elevaba a la altura de los ojos conservando el filo hacia adentro y se desenvainaba lentamente hasta cerca de la punta, y nunca del todo».
Preguntó el cronista de El Hogar si había alguna razón para desenvainarla de esa forma, y la respuesta de Herzfeld fue: «Naturalmente. En primer lugar, desenvainarla con el filo para afuera también equivalía a un desafío y luego se tenía en tal estima la belleza del arma que toda la operación se hacía a la altura de los ojos a objeto de que el aliento no empañara el reluciente metal. De todas maneras, antes de envainarla de nuevo se limpiaba la hoja cuidadosamente con un trozo de papel especial que todo samurái llevaba en la manga de su vestido. Las hojas célebres se guardaban en estuches de madera cuyos cierres eran herméticos. Previamente se les cubría con un polvo parecido al talco para preservarlos de la acción de la humedad. Eso explica el que hoy haya armas de nueve o diez siglos atrás, cuyas espigas están perforadas por los agujeros de varias monturas y completamente comidas por la herrumbre, pero cuyas hojas no han sufrido la menor ofensa del tiempo».
Merediz prosiguió consignando sus impresiones personales frente a las diversas piezas de la extraordinaria colección: «Llegado el turno de las armaduras nos informamos de su procedencia y de sus diversos detalles. Son de acero cubierto de laca, y unidas pieza por pieza, por trenzados de cuero de diferentes colores. Llevan, en distintas partes los emblemas o mon de las casas o vilanes a que perteneció el guerrero y las máscaras, cascos y cimeras decorativas de que están provistas, tenían por objeto tanto proteger la cabeza y el rostro de las armas enemigas, como causar pavor entre las huestes contrarias. Las corazas llevan estampadas en acero dragones, budas y efigies de guerreros célebres. Los brocados que adornan en general las armaduras son de los más finos que producían los telares japoneses de aquellas épocas».
Finalmente, Merediz concluyó el relato de su visita con las siguientes palabras: «El doctor Herzfeld ha dispuesto las piezas de su colección de tal manera que en su residencia hay momentos en que uno se cree transportado a una época remota. Las armadurars enmascaradas, y luciendo lanzas y flechas de caprichosa forma se empinan en el vestíbulo penumbroso y perfumado a sahumerio oriental. En atriles y mesas las espadas y las dagas de empuñadura primorosa y vainas con incrustaciones admirables, sugieren en su moderna inmovilidad de museo los sangrientos encuentros de la edad en que tajaron el aire conquistadoras e invencibles. Algo de supersticioso se insinúa en los rincones, frente a la serenidad suprema de los budas. Y las horrorosas señales de una civilización milenaria y refinada, balbucean su realidad inextinguible en el jade de los cetros, las tallas de las estatuas y el esmalte de los jarrones» [1].
El experto en el tema
Las condiciones de Herzfeld como experto en el tema están evidenciadas en un trabajo suyo publicado en 1954 sobre los orígenes y evolución del arte japonés [2], en una conferencia pronunciada ese mismo año en el Centro Naval sobre “Los sables japoneses en la época feudal” [3] y en una disertación de 1956 en el Museo de Armas de la Nación, con motivo de una exposición.
Cabe aquí agregar, a título meramente informativo, que si bien en Japón el uso de espadas se remonta a la antigüedad, ellas eran por entonces de hoja recta y para esgrimir de punta hasta que, a mediados del período Heian (794-1185), con la aparición del samurái, surgió la espada curva sumamente afilada que elevó a su cenit a la esgrima japonesa. Las espadas quedaron asociadas con exclusividad a los samuráis después de 1588, cuando Toyotomi Hideyoshi (1537-1598) promovió una paz duradera al prohibir que todos portaran armas, excepto los miembros de la clase guerrera que formaba el ejército del gobierno.
Ligeramente curvadas, las hojas de las espadas samurái varían en su longitud, pero llegó a ser usual en la élite samurái llevar dos espadas, una larga y una corta desde la década del 1580 hechas de modo que emparejaran en color y decoración. La espada larga (katana) tenía en el siglo XVI una hoja de más o menos 60 cm y la espada corta (wakizashi o tsurugi) de 30 cm. Ambas se llevaban con el borde cortante hacia arriba y la espada corta era la única que se usaba cuando el samurái estaba en un espacio interior. Cabe aclarar que antes de la aparición de la espada katana había dos espadas largas. La espada tachi, cuya hoja era de hasta 90 cm. se llevaba con el borde cortante hacia abajo, suspendida del cinturón por medio de cordones, pero las de otros tipos se llevaban atravesadas en el cinturón.
Masamune (circa 1264-1343), mencionado por Herzfeld, fue el mayor espadero del Japón y se considera que forjó la mayoría de sus espadas a fines del siglo XIII y principios del XIV (1288-1328), en la última parte del período Kamakura. Los forjadores de espadas no solo eran admirados y situados en un estatus social alto debido a sus habilidades, sino que también poseían una cierta mística religiosa gracias a su frecuente asociación con las sectas budistas y su trabajo con el fuego, el agua y el metal, tres de los cinco elementos fundamentales del folklore japonés.
Exposiciones
Como expositor de piezas de su colección, Herzfeld participó en 1936 en la muestra llevada a cabo en el Museo Nacional de Bellas Artes sobre arte de China y Japón. [4]
Del 20 al 30 de octubre de 1953 en las salas del Museo Etnográfico (Moreno 350) se realizó, organizada por su Dirección, una exposición de objetos representativos del arte del antiguo Japón, sobre las bases de las colecciones del Museo y el préstamo de piezas pertenecientes a particulares, entre ellos el Dr. Herzfeld y los señores Breyer y Luis Peralta Ramos. Destacaba la magnífica exposición de sables de la colección Breyer y especialmente los de Hertzfeld, con muchos ejemplares de las cortas, de las llamadas katana y de las muy largas de los siglos XIV, XV y posteriores. Herzfeld también expuso las cuatro armaduras completas espléndidamente conservadas. Resta agregar que dicha exposición fue un homenaje ofrecido por el Gobierno Nacional al Canciller del Japón, Katsuo Kasaki, con motivo de su visita a nuestro país. Hablaron en la oportunidad el Rector de la UBA, Dr. Jorge Taiana y el Embajador del Japón, Toshitaka Oubo. [5] Herzfeld también participó en la Exposición Universal de máscara, e integró la Sociedad Amigos del Arte Oriental.
En noviembre de 1961 en el Museo de la Casa de Gobierno se realizó una exposición de armas antiguas japonesas a partir de las colecciones particulares de Ernesto Herzfeld y de la famila Yokohama. [6]
Y en junio de 1966, la Directora organizadora de la exposición inaugural del Museo Nacional de Arte Oriental, en el mes de junio, dejó expreso “su agradecimiento al grupo de personas que siguiendo las indicaciones del Dr. Ernest Herzfel colaboró eficazmente en la restauración y presentación de las armas persas, japonesas y chinas” [7].
Destino de su colección
El Museo Nacional de Arte Oriental conserva piezas que pertenecieron a la colección Herzfeld. Cabe recordar que hoy en día numerosos museos del mundo cuentan con finos ejemplares de espadas samurái fabricadas antes de 1600, y muchas de estas obras de arte están registradas oficialmente como Tesoros Nacionales del Japón.
Notas:
[1] Pablo Merediz, «En una residencia porteña el alma del antiguo Oriente custodia el filo de admirables espadas», en El Hogar, núm. 1201, Buenos Aires, 21 de octubre de 1932, p. 49, 52 y 64.
[2] Ernest Herzfeld. “Origen y evolución del Arte Japonés”, en Acta asiática, Órgano oficial del Instituto de Investigaciones asiáticas de la Sociedad Asiática de la Argentina, vol. 1, nro. 1 -2, Buenos Aires, 1954.
[3] Boletín del Centro Naval, vol. 72, p. 302 (1954).
[4] Museo Nacional de Bellas Artes, Exposición de Arte de China y Japón, Buenos Aires, Talleres de A. Plantié & Ca, 1936.
[5] “Exposición de Arte y Armas Japonesas”, en Ministerio de Educación, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Antropología, Runa. Archivo para las ciencias del Hombre, vol. VI, Buenos Aires 1953-1954, p. 286-287.
[6] “Armas antiguas del Japón”, en Vea y Lea, nro. 375, Buenos Aires, 9 de noviembre de 1961. Kenkichi Yokohama (1892-1978) fue un importante comerciante de objetos artísticos importados de China y Japón, al mismo tiempo que fue coleccionista de arte, periodista, poeta, fundador y miembro de diversas instituciones vinculadas a la promoción de temas orientales en Argentina. Nació en Kyoto, en el seno de una familia de antepasados samurái. Formado en la Escuela Superior de Economía y Negocios de su ciudad natal, arribó a Buenos Aires en 1912 y hacia 1917 abrió la Maison Satuma, su propia tienda dedicada a la importación y comercialización de antigüedades y piezas de arte provenientes de China y Japón, que ocupara distintos locales del barrio de Retiro, la que finalmente se estableció en el edificio de estilo francés sito en Esmeralda 1080, hasta su cierre. Casó con Matilde Giangreco. Tuvieron dos hijas: Orlanda Towa Yokohma de Fernández Gallardo (1923-2021) y Norma Sono Yolanda Yokohama de Montelatici Felcher (1925-2017). La primera de ellas fue durante 20 años (1976-1996) directora del Museo Nacional de Arte Oriental. Ambas habitaron, junto con sus colecciones, en la casona de Avenida Luis María Campos 1126, hasta la venta del inmueble en 2008. Valiosas piezas de la colección Yokohama fueron donadas al referido Museo, actualmente en Viamonte 525, 2° piso, donde pueden ser apreciadas.
[7] Museo Nacional de Arte Oriental, Arte Oriental. Exposición Inaugural, Buenos Aires, junio de 1966, p. 21.
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