La afición u oficio de coleccionar obras artísticas ha sido ejercida tradicionalmente por personas con un perfil y una posición económico-social relativamente coincidente. Por regla general los coleccionistas de arte han sido personas acomodadas y pertenecientes a sectores influyentes y económicamente privilegiados. En Chile algunos coleccionistas “históricos” respondieron a ese perfil, tal los casos de Eusebio Lillo, Luis Álvarez Urquieta, Fernando Lobo Parga, Pascual Baburizza y Ricardo Mac Kellar, entre otros.
Pero hay otra faceta del coleccionismo privado que interesa comentar. Se trata de un coleccionismo de pequeña escala que se desarrolló en Chile a partir de los años cincuenta de la pasada centuria y que, aparte de los artistas, tuvo como protagonistas a otros actores. Uno de ellos fue el comprador, generalmente un profesional o comerciante procedente de una clase media emergente, que vio en la conformación de estas pequeñas colecciones la oportunidad de hacerse de un patrimonio para su disfrute, o también la posibilidad de vestir con cierta solemnidad y cultura su posición social. De otra parte tenemos al vendedor de cuadros; un personaje que recorría el país con los cuadros a cuestas y que, muchas veces, convenía los precios en cuotas, de acuerdo con la capacidad adquisitiva de los compradores.
La ausencia de galerías o exposiciones periódicas en las provincias –contadas las excepciones de Valparaíso y Concepción- propició esta suerte de primer ejercicio de descentralización del mercado artístico en un país que -por entonces y todavía- concentraba fuertemente sus procesos artísticos relacionados con la formación, el patrimonio y la difusión artística en la Capital. Recién en la medianía de los años sesenta, con la creación de los Colegios Regionales Universitarios, luego sedes regionales, dependientes de la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado y al tenor de los programas formación profesional y de Extensión de estos planteles, se fueron generando carreras artísticas y programas de exposiciones que propiciaron tanto la formación de colecciones institucionales, como la oportunidad de desarrollar este tipo de coleccionismo que hemos denominado como de “pequeña escala”.
Cubierta del libro recientemente lanzado: La morada de la luz. Autores: Pedro Emilio Zamorano Pérez y Rodrigo Gutiérrez Viñuales.
El coleccionismo de pequeña escala concentró la obra de dos tipos de artistas. En primer lugar los artistas locales, que residían y desarrollaban sus proyectos desde la provincia. Por otra parte, encontramos un grupo de artistas de mayor visibilidad nacional que actuaban en los circuitos académicos o comerciales de Santiago, dentro de los cuales destacan los pintores de la generación de 1940. La obra de esos artistas tuvo algo especial que interesó a estos coleccionistas. Según Isabel Cruz, “En la mayor parte de estos pintores resurge el amor por la naturaleza chilena, por las escenas costumbristas, por los interiores, la esplendidez de un bodegón o la plasticidad de una figura en meditación” (1). Su lenguaje estético grosso modo estuvo más cercano a lo figurativo, conjugando elementos tanto del impresionismo como del expresionismo. Las obras de los artistas de 1940, en especial sus paisajes, reencontraban a los coleccionistas con lugares, personajes y objetos conocidos y esto despertó su interés. El tamaño de las obras, de mediano formato, también fue un buen aliado ya que guardaba una armoniosa proporción con los muros del chalet. De este modo se fueron formando pequeños conjuntos de obras que, las más de las veces, no pasaban de una docena de cuadros.
En este contexto podemos entender la acción de Julio Vásquez Cortés, cuya trayectoria profesional y su pasión como coleccionista, desapercibida hasta ahora por la historiografía del arte chileno, es el objeto de este libro (2). Representa, por varias razones, la figura de un coleccionista completamente atípico respecto del paradigma con el que se suele caracterizar a este tipo de personaje y oficio. Vásquez Cortés fue un empleado público, calígrafo, del Ministerio de Relaciones Exteriores del país. La condición de funcionario estatal que tuvo lo ubica socialmente como un miembro de la clase media criolla, que adecúa su vida a partir de una remuneración mensual que, por regla general, sufragaba razonablemente los costos de manutención de una familia. “Si bien es cierto que yo no disponía de fortuna, pude, mediante algún esfuerzo, con mi modesto sueldo de funcionario, adquirir algunas de sus obras. Recuerdo que muchas veces, entre comprarme un terno o un cuadro, debí decidir por lo último” (3).
De este modo, este coleccionista fue reuniendo, con sistematicidad y pocos recursos, un importante conjunto de obras focalizadas, fundamentalmente, en la creación pictórica de los artistas de la llamada Generación de 1913 o del Centenario, la que se apartaba tanto de los preceptos académicos tradicionales, todavía vigentes en la Escuela de Bellas Artes en los inicios del siglo XX, cuanto de las propuestas vanguardistas que comienzan a tener visibilidad a partir de la muestra del grupo Montparnasse, realizada en 1923. Para que conformara esta importante colección se dieron algunas circunstancias particulares como la cercanía de Vásquez Cortés con una de las principales figuras de ese grupo, el pintor Exequiel Plaza, su cuñado, y a través de él, la amistad con otros como Pedro Luna, los hermanos Lobos, Paschín Bustamante o Ulises Vázquez.
Julio Vásquez Cortés, dotado de sensibilidad y conocimientos, logró reunir a lo largo de muchos años una muestra representativa de obras de estos artistas, meritoria en términos de calidad y cantidad, con una mirada de integración y con plena conciencia de estar construyendo un capítulo de la pintura nacional. No en vano el artista Carlos Isamitt aseveraba en 1946: “Verdaderamente he aquí un hecho singular, único en nuestro país: un amante del arte pictórico posee la mayor parte de la producción de una generación de artistas. ¿Cómo ha podido generarse un hecho tan extraño en nuestro medio?” (4).
Ezequiel Plaza: Pintor bohemio. Óleo sobre tela. Medidas: 100 x 65 cm. Colección Vásquez Cortés, hoy en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción. Chile.
Vásquez Cortés tuvo clara conciencia sobre la necesidad de no dispersar la colección, a la vez que asegurar un lugar y un destino idóneo para la misma, en donde se pudiera preservar y difundir. Fue así como la Universidad de Concepción, bajo la rectoría David Stitchkin, un rector visionario y muy sensible a los temas culturales, capitalizó este patrimonio, que es hoy la base de la Pinacoteca de la Universidad. La colección estuvo integrada por 543 obras, que fueron entregadas formalmente el 16 enero de 1958, en virtud de un convenio entre la Institución y el coleccionista. Este acto sirvió para dar carta de identidad a los artistas de la generación del 13 y asegurarles un lugar destacado en la pintura chilena, conformando el más importante conjunto que al respecto existe en Chile.
Notas:
1. Cruz, Isabel, Historia de la pintura y la escultura en Chile desde la Colonia al siglo XX, Editorial Antártica, Santiago de Chile, 1984, p. 400.
2. Este trabajo ha sido realizado en el contexto del proyecto Fondecyt “Construcción de archivo de Antonio Romera: revisión del canon historiográfico de la pintura chilena” (1170874), 2017-2021.
3. Valdés, Hernán, “Julio Vásquez dona galería pictórica a la Universidad”, recorte de prensa localizado en el Archivo de Antonio Romera, en poder de uno de los autores de este trabajo. La fecha del 14 de noviembre de 1954, fue manuscrita sobre el documento, sin que se consigne el medio en que se publicó.
4. Isamitt, Carlos, “Los pintores que comenzaron su figuración alrededor del año 1913”, Revista Conferencia, agosto/septiembre N° 3, Universidad de Chile, 1946, p. 53.