Córdoba, más allá de sus atractivos turísticos. Levantar paredes es un acto de amor

En lo alto la casa nos recibe para el cumpleaños de Antú. Fotografía del autor.

La última luz de la tarde ilumina desde atrás la Capilla Buffo, en Córdoba. Fotografía del autor.

La estructura heptagonal comenzaba a tener forma.

Guillermo Vega Fischer

(Buenos Aires, 1979)


Compositor, pianista, dramaturgo, director musical y teatral, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Dirige junto al artista visual Pablo Archetti la Compañía Canción Nocturna del Caminante con la que estrena óperas de su autoría, como En la colonia penitenciaria, sobre el cuento de Franz Kafka; El infierno musical, sobre el libro de Alejandra Pizarnik; Canción nocturna del caminante y su pálido compañero, sobre canciones de Franz Schubert, y La máscara de la muerte amarilla, sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1871 en Buenos Aires.


 Aquí su página con su producción: VER


Dentro del equipo de Hilario se ocupa de la investigación y catalogación, especialmente en las áreas de las artes visuales, fotografía patrimonial, cartografía y literatura.


El país vive actualmente una tragedia ecológica, los incendios en la provincia de Córdoba. Sólo en lo que va de este año se quemaron unas 40 mil hectáreas, sin contar las que están ardiendo en este momento: al momento del cierre de esta entrega, con dos frentes activos. Y, si miramos para atrás, en los últimos cinco años se han perdido más de medio millón de hectáreas en el país, devoradas por el fuego. Como es sabido, la inmensa mayoría de estos incendios son fruto de la actividad humana, por negligencia o intencionales para posteriores explotaciones inmobiliarias, ganaderas o mineras. 


Para proteger los bosques y montes naturales se sancionó en el año 2012 la llamada Ley de Manejo del Fuego, bajo cuya ala nació el Servicio Nacional de Manejo del Fuego, organismo responsable de la coordinación del combate de incendios. La normativa establece que en casos de incendios en campos, se prohibirá por 30 años «cualquier actividad agrícola que sea distinta al uso y destino que la superficie tuviera como habitual al momento del incendio». Asimismo, quedaba también inhabilitada la venta de estos terrenos para proyectos inmobiliarios. Sin embargo, así como es sabido que los incendios son intencionales, lo es que la ley no se cumple apelando a distintas maniobras. Sin ir más lejos, la Autovía de la Ruta 5 en el valle de Paravachasca -seguimos en la provincia de Córdoba-, una obra fuertemente resistida por su impacto ambiental, tiene un tramo construído sobre la cicatriz del fuego del año 2020, es decir que hasta el propio gobierno hizo caso omiso a la ley comentada.


Y más grave aún, el Servicio Nacional de Manejo del Fuego se vio perjudicado en la disponibilidad de recursos a partir de la sanción de la Ley Bases y la prórroga del Presupuesto 2023 para este año, mermando sus recursos tanto en gastos de capital como corrientes. Con todo, estos datos sólo incrementan un desastroso negocio sobre nuestro patrimonio natural que sucede en nuestro país desde hace décadas. 


El fuego destructor es herramienta corriente de los gobernantes y demás poderosos, desde Nerón a nuestros tiempos. Estas desoladoras noticias me recordaron que no hace mucho, en un reciente viaje a Córdoba, vivencié exactamente lo opuesto, la construcción como acto de amor. 


Una casa de barro en el siglo XXI


En marzo de este año cumplía tres años Antú, mi sobrino, y con parte de la familia decidimos ir a visitarlos a Salsipuedes, una localidad en Sierras Chicas, a 37 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Unos años antes de la aparición del pequeño retoño cordobés de nuestra familia, Mirian y Julián emprendieron una osada aventura. Abandonaron la gran urbe porteña, sus trabajos de docencia e investigación -ella es geóloga y él físico-, la cercanía de sus amigos y familias, para mudarse a aquel enclave cordobés y levantar con sus propias manos una casa de barro y adobe. La decisión, por más audaz que parezca, me pareció siempre del todo coherente. Ella geóloga, él físico, son, por lo pronto, utópicos, amantes de la naturaleza y medio locos… 


El levantamiento de la casa se lleva a cabo -escribo en presente porque aún continúa- bajo los principios de la bioconstrucción, es decir, consciente práctica y éticamente en las cuestiones medioambientales, así como del impacto humano en el consumo de los recursos naturales. Cada elemento de la construcción, tanto en sus materiales, su diseño y su ubicación están pensados para optimizar el vínculo de los habitantes de ese futuro hogar con el medio. La casa, de forma heptagonal, se sostiene sobre pilotines enterrados hasta llegar al suelo firme. Las paredes se levantan en diversos métodos que incluyen barro, paja y madera como materiales, como el método quincha [del quechua o runa simi: qincha, ‘pared, muro, cerco, corral, cerramiento’], paja encofrada y adobes. La estructura está triangulada en cada unión, lo que la hace sismorresistente. El techo de los dormitorios y el baño son techos vivos, donde el sustrato les da la posibilidad de vivir a las plantas, y de los demás techos, de chapa acanalada, se junta agua de lluvia que riega la huerta y alimenta el estanque. Y lo producido en el baño, en vez de irse con agua a una red cloacal, se composta para hacer tierra fértil. 


La bioconstrucción y en este caso la autoconstrucción, forman parte de la permacultura, ya que utiliza elementos naturales que mejoran tanto la calidad de vida de quienes la habitan, así como también minimiza el impacto que se genera al construir. La permacultura es un enfoque basado en el diseño de espacios, hábitats y vidas en armonía y sinergia con la naturaleza. El objetivo no es la ausencia de impacto negativo, sino aumentar el impacto positivo que se puede generar al trabajar en conjunto con la naturaleza. Mirian y Julian aprendieron y practicaron los procedimientos de bioconstrucción colaborando en el levantamiento de la casa de otros permacultores, a la vez que en la construcción de su casa colaboraron muchas otras manos amigas, futuros constructores de sus propias viviendas. 


Compañeros constructores, inclusive con sus niños, cavando y colocando los cimientos de un cuarto.


Después de los saludos de rigor, orgullosos los dueños de casa nos mostraban los avances de la construcción. En las nuevas paredes recién levantadas se secaba el barro, en otras partes veíamos el revoque y un nuevo piso de madera. La sala que en origen había sido diseñada como jardín de invierno, con el advenimiento del nuevo integrante Antú -que dicho sea de paso, quiere decir Sol en mapuche, cercano a Inti, el dios Sol de los incas-, se transformó en un dormitorio. Salimos nuevamente al jardín, y el pequeño Antú nos sorprende con su fuerza y agilidad de mono, trepando árboles o subiendo y bajando la empinada cuesta del terreno, mientras que sus padres nos muestran cómo crecen los frutales. Hasta el momento son diez, pero planean tener al menos el doble. Respetan la flora autóctona y despejan el terreno de los árboles foráneos, que invaden, desplazan a los locales, y desequilibran desde la fauna local, al no tener sus plantas ordinarias de alimentación, hasta los niveles del agua en las napas subterráneas. 


Desde allí afuera, la casa, aunque todavía inconclusa, se ve imponente. Su tamaño, su forma geométrica, se manifiesta como un sincrético equilibrio entre las tradiciones ancestrales americanas de construcción, que observamos vigente en todo el noroeste argentino, y los modernos conocimientos. Ambas sabidurías, la de los ancestros americanos como la de las nuevas corrientes filosóficas como la bioconstrucción y la permacultura concuerdan en algo. Solo sobreviviremos si amamos la naturaleza, buscando un respetuoso equilibrio con ella.


Al día siguiente decidimos hacer una excursión a una capilla. La idea despertó mi curiosidad. ¿Sería una capilla jesuítica, una vieja construcción de adobe, o algo más moderno? La sorpresa fue total al descubrir la opera magna de Guido Buffo, un artista italiano que vivió en nuestro país. Una capilla dedicada a la memoria de sus dos amores, su esposa Leonor Allende de Buffo, y su hija Eleonora Buffo Allende, ambas fallecidas tempranamente. Pero también es una obra consagrada al arte y al conocimiento científico, un magnífico y particular cruce humanista y espiritual.


La Capilla de Buffo: un templo al amor


Guido Buffo nació en Treviso, Véneto, en 1885. Sus primeros estudios los realizó en el Gimnasio Liceo e Instituto Técnico de Treviso, en Venecia y en Turín; además acudió a la Escuela de Bellas Artes Marcel de París y asistió a los cursos de pintura de Luigi Nono. En 1910 arribó a nuestro país. Atraído por el imponente paisaje se radicó en el Valle de Los Quebrachitos en el corazón de las sierras de Unquillo. Allí conoció a quien sería su esposa, Leonor Allende (1883 - 1931), considerada la primera periodista profesional de Córdoba. Publicó en 1907 Flavio Solari y en 1912 Don Juan Ramón Zeballos; escribió también El misterio de Ur, El libro de los cielos y El Señor de Ollantaytambo, príncipe de Chimu, publicados póstumamente. Se casaron en 1914, y de su amor nació Leonora Vendramina en 1917, en Rosario. La familia vivía armoniosa en un clima intelectual y artístico. La joven Leonora despuntaba su talento, tanto de pintora como de escritora, y los padres desarrollaban sus profesiones de periodismo, escritura, pintura y docencia, cuando la enfermedad y la muerte los golpea. Leonor Allende falleció de tuberculosis en 1931. Padre e hija se unen más que nunca, aunque diez años después, en 1941, falleció la joven a los veinticuatro años de edad.


Buffo, por el contrario de sucumbir en la oscuridad y desesperación, transmutó su dolor en creación. En principio, publicó las obras de sus dos mujeres, las mencionadas de su esposa, y Como la flor del aire y Maravillosa aurora, de su hija Eleonora. En 1950 fundó e inauguró el Campamento Villa Leonor, parque estudiantil de montaña creado con el noble propósito de inspirar, educar y expresar el arte de las generaciones venideras. A la vez había comenzado la construcción de la que sería su gran obra, la Capilla Villa Leonor, en el mismo terreno de Unquillo.


Croquis original de Buffo del diseño de la cúpula ojival. Fotografía del autor.


Para la construcción de la cripta recurrió a sus conocimientos como pintor, escultor, músico, astrónomo, inventor, sismólogo, científico, educador, filósofo, escritor e investigador de Botánica y Zoología. Parece demasiado, pero al recorrerla uno cerciora que cada una de estas disciplinas allí se manifiestan. A los pies de un arroyo y a la derecha de la casa de la familia Buffo, comienzan los treinta y cinco escalones que conducen a la capilla. Destaca la forma de la cúpula ojival, inspirada en la fisonomía de la semilla de una planta local. Dentro todo es sorprendente. 


Buffo pintó frescos en toda la superficie de la bóveda, con retratos de su esposa, su hija, y alegorías a la creación, al Universo y al Cosmos, a la naturaleza y sus elementos. Los orificios en el techo fueron colocados de modo tal que cada año, el preciso día del fallecimiento de su esposa, un rayo de luz ilumina su retrato. El mismo efecto lumínico había yo observado unos meses antes en la Real Iglesia de San Lorenzo, en Turín, Italia, diseñada por el genial Guarino Guarini, padre del barroco italiano. Un día particular del año, un rayo de luz entra por un oculus, e ilumina al Espíritu Santo. Muy probablemente Buffo se inspiró en aquella iglesia, puesto que vivió y estudió en Turín. Para este y otros estudios astrológicos, Buffo construyó diversos relojes de sol y medidores, construídos también como legado para las generaciones futuras. Mientras tanto, el resto de los días del año la luz entra misteriosa desde aquellos oculus superiores, simulando estrellas del firmamento. También colocó, colgando desde lo alto de la bóveda, tres péndulos, inspirado en la instalación del Péndulo de Foucault en el Panteón de París, de la que había participado. Las variaciones que se generaban en el movimiento de estos mecanismos, le proporcionaban información sobre los repentinos cambios en la Tierra. Allí logró predecir sismos con hasta 36 horas de anticipación. Todo esto lo observo anonadado dentro de la bóveda circular, inmerso en el que quizás sea el más sorprendente de los efectos logrados, el acústico. La particular forma del edificio permite que, si uno camina en círculo alrededor del péndulo, no se escucha nada más que los propios sonidos -el sonido del caminar, la respiración, o la voz- muy intensificados. Cada uno de los que estábamos allí dentro, dimos vueltas alrededor del péndulo, y no podíamos dejar de hacerlo para darle lugar al siguiente, de lo sorprendente del efecto. Jamás oí algo semejante. 


El interior de la cúpula, con los frescos de Buffo. Obsérvense los oculus, ventanas circulares de diversos tamaños, que simulan cuerpos celestes, que se funden a los otros astros pintados en el techo. Fotografía del autor.


Tal era el entusiasmo, que la guía, para cerrar la capilla -éramos el último grupo de visitas - debió casi obligarnos. Ya fuera, observamos que a la cúpula la rodea una escalera que asciende a la torre. Allí nos dirigimos con mi hermana, para continuar el disfrute de este singular edificio rodeado de una naturaleza tanto más espectacular.


Ya fuera, comenzamos el ascenso a la preciosa y extravagante torre. Fotografía del autor.


Aquella escapada en marzo fue, cursilería mediante, un viaje del amor. El familiar, comenzado con el periplo en auto, y que continuó en Córdoba, en el reencuentro. El de la casa de barro de mi hermano y familia, que ama la naturaleza, donde el amor es respeto y cuidado del delicado equilibrio medioambiental. El de la Capilla Buffo, donde el amor es el eterno recuerdo de los deudos, pero también la admiración y el estudio de la naturaleza. 


Mirando aquellas escenas, y advirtiendo la conducta réproba de cada político corrupto que apaña, incentiva, fomenta o ignora los incendios del monte cordobés, rescato las palabras de Eleonora Buffo Allende, de su obra Maravillosa Aurora: «Cada uno de nosotros debería obrar como si estuviese destinado a ser un grande hombre o una gran mujer. Como si cada acto nuestro debiese ser recogido y juzgado, más adelante, por la humanidad».  



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