Con diez y seis años, Cecilia Vicuña (Santiago, 1948) se paseaba por la playa de Con Con, recogiendo objetos o “basuritas” con los que realizó sus primeras instalaciones con los desechos encontrados, desde una intencionalidad efímera. El asombro por la naturaleza desplegada en los humedales, mar y dunas de la zona se contraponía con la refinería humeante, instalada como un monumento a su apropiación. ¿Imaginaría, en ese momento, que iba a llegar a ser una de las artistas más importantes del mundo? Lo que sí era claro es que esa dicotomía tan evidente constituiría el eje de su quehacer.
Cecilia Vicuña vivió su infancia rodeada de libros y arte, en una familia de artistas donde crear era parte del devenir cotidiano. Su casa estaba en la periferia, en una chacra con acequias, animales y plantas. Hoy el barrio de La Florida está densamente construido y con una extensa población. Esa libertad para deambular en su entorno, en su condición de “niña”, con menor valoración del esperado “hombre” le permitió asumir su propia voz, tomando todos los riesgos.
Tuvo una temprana lucidez para constatar la riqueza de lo natural y la fragilidad de su permanencia ante los embates de la humanidad. Y hoy se planta ante el mundo con una certeza integradora: ya sea en una performance, un poema, una instalación, un canto, una pintura; siempre aparece la conexión ancestral, cuyo apellido será América y su condición de mujer.
Violeta Parra. Óleo sobre lienzo. Medidas: 132 x 48 cm. Colección Tate, Londres. Fotografía: www.ceciliavicuna.com
Admira a Violeta Parra, quien es fuente de inspiración, pues en ella está la búsqueda incansable de las raíces campesinas, ligadas a la tierra, que tienen una sola manera de decir, independiente del formato elegido y cuyo propósito es fundirse en el otro. Cuando le preguntan a Violeta Parra con cuál expresión artística se quedaría, ella dice que se quedaría con la gente, pues son las personas las que la llevan a hacer lo que hace (“... el canto de ustedes que es el mismo canto/y el canto de todos, que es mi propio canto.)
Esa pulsión las lleva a viajar y vivir en distintos países. Son andariegas. Y también las lleva a concebir el arte de una manera integral, utilizando todos los elementos disponibles.
Son dos mujeres que se anticipan y que su fuerza creadora se expresa con obstinación, siguiendo su propio sentido y, por eso, viniendo de diferentes biografías, se transforman en luces brillantes.
Hoy, las dos se encuentran en la Bienal de Arte de Venecia. En la muestra general, tres de las arpilleras de Violeta Parra y una sala completa para Cecilia Vicuña quien, además, recibió el León de Oro a la Trayectoria, sumando un nuevo reconocimiento a su sólida carrera.
Muy tempranamente innovó el arte con su particular mirada. Cuando fundó la Tribu NO, abogó por el no-hacer como acción, llevando a cabo distintos actos poéticos en espacios públicos. Ya en 1970 llenó el Museo Nacional de Bellas Artes con hojas del Parque Forestal, aledaño a éste. Más tarde, dio inicio a Palabrarmas, como respuesta de única lucha posible, a través de la palabra. Pero como su torrente de inspiración abarca diversos formatos, incursiona en el collage, la pintura, la poesía, la performance y el cine.
Pero es en la Documenta 14 cuando expone sus quipus, que son la síntesis profunda de la memoria latente de los pueblos originarios y el latido de la Naturaleza. Esta sabiduría anudada en las lanas son la energía simbólica de miles de años de cultura andina. Propicia, con estas obras, el cambio y la creación de una nueva conciencia, a partir de un pueblo particular. Por eso, declama sus poesías con el sonido del agua, del viento, del aire, de hombres milenarios. La conciencia implica derrumbar, pero también construir algo nuevo.
Ha sido enfática en señalar que no es posible ver a los pueblos originarios como separados, pues deberían insertarse como un nosotros. Este es el único camino que evitará la extinción. La artista ve a la humanidad como la especie que ha invadido los territorios de todas las demás.
Cada uno de los tópicos que aborda están hoy en el centro de las problemáticas contemporáneas. Este largo camino de progreso y tecnología nos ha llevado a un callejón terminal donde la vuelta al origen es la solución. Al arte le compete visibilizar, arriesgar y, como ha expresado, iluminar el fracaso para poder transformar. Su arte anticipatorio augura una nueva época.
Cecilia Vicuña bebe de las mieles del éxito, que asume con propiedad porque se construyó desde pequeños fracasos, abandonos y exilio para ser una voz reivindicatoria de nuestro lugar en la Tierra, como mujer, artista, mestiza y originaria.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios