Las bibliotecas, sitios admirables y en donde disfruto y aprendo, son geniales. El contenido siempre llama mi atención de amante de libros y bibliófilo. Los espacios que guardan esos libros muchas veces me sorprenden. Las visito en cada ocasión que puedo (confidencia: prefiero ir solo, para que nadie perturbe “nuestro” contacto). Como me fascinan, además, leo sobre ellas cuanto puedo.
Así, he descubierto que en la senda que conduce a ellas voy acompañado, bien acompañado por distinguidos personajes. Mariano Moreno (13.9.1810, “La fundación de la biblioteca pública” en La Gaceta de Buenos Aires), Arturo Pérez-Reverte (1993, “El club Dumas”), Jorge Luis Borges (1941, “La biblioteca de Babel” y 1959, “El poema de los dones”), Irene Vallejo (2020, “El infinito en un junco”), Guillermo Furlong (1944, “Bibliotecas Argentinas durante la dominación hispánica”) y Julián Cáceres Freyre (1993, “Bibliotecas que he conocido como estudiante e investigador”) están por allí, por citar solo algunos autores de la lengua española que se expresaron sobre ellas. Aldous Huxley también nos acompaña en esa caminata imaginaria, porque dijo, en 1947, que en tiempos difíciles lo que nutría su mente y lo sostenía era “una colección de buenos libros” [1].
Hace unos días estuve en Río de Janeiro, en la reunión regional convocada por UNESCO sobre tráfico ilícito de bienes culturales y seguridad en los museos. No había visitado con anterioridad la ciudad histórica; entonces averigüé qué podía conocer. Sabía, sin embargo, que por las actividades me quedaría poco tiempo para ser paseante, el mejor modo de conocer una ciudad.
Entonces elegí. Hice una lista -arbitraria como suele suceder en estos casos- con seis lugares específicos. Se redujo a cinco ya que en el Palacio Imperial nos reuniríamos para las sesiones. Es un hermoso edificio del siglo XVIII que sirvió de casa a los gobernadores del Brasil y sucesivamente a la familia real e imperial, hoy centro cultural muy activo con, además, una biblioteca de cerca de 9000 volúmenes.
Así, restaban cinco sitios para conocer: la Catedral imperial -iglesia de Nossa Senhora do Carmo da Antiga Sé, de 1761-, la Catedral contemporánea -de San Esteban, edificio de arquitectura brutalista construido entre 1965 y 1976-, la confitería Colombo -desde 1894 en el mismo lugar-, el Real Gabinete Portugués de Lectura, en el centro histórico de la ciudad, y el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi. Este último quedó pendiente, por la falta de tiempo.
Los espacios visitados, realmente admirables, me impresionaron. Son obras, cada una en su estilo, que merecen el tiempo y la atención que se les preste. La planta del templo y el dorado barroco de las paredes, el órgano y el techo de la iglesia de Nuestra Señora de Monte Carmelo, la forma cónica y los largos vitrales de cuatro colores de la Catedral contemporánea, las mesas, los espejos, los dulces y el ambiente de la Colombo quedarán, todos, fijados en mi recuerdo.
Pero lo del “Gabinete” … lo del “Gabinete” merece un párrafo aparte. Fue, sin dudas, “el descubrimiento” y “la visita” de este viaje.
Ubicado en el centro histórico de Río, la llegada es a través de una angosta calle empedrada, la Luís de Camões, escritor portugués considerado el mayor poeta de lengua portuguesa. Allí los edificios históricos a uno y otro lado están algo derruidos, cubiertos sus muros por grafitis, con sus locales de la planta baja dispuestos como baratillos de todo tipo de mercaderías. Avanzando por ella, sobre la izquierda, se llega a una pequeña plaza seca y ¡sorpresa muy agradable!, sobre la derecha se ve la fachada de “el Gabinete”.
Desde la plaza se observa la cara del edificio: blanca, de mármoles trabajados; en la parte baja, una puerta central de rejas custodiada por cuatro estatuas y dos ventanas, también enrejadas. En la parte superior tres grandes ventanas, todas de forma ojival. Sobre el centro sobresale una torre. El conjunto tiene reminiscencias del barroco, aunque me contaron que es una copia del Monasterio de los Jerónimos de Belém, en Portugal, y que su estilo se llama neomanuelino. Como fuere, es una primera impresión que invita amablemente al ingreso.
Allí fui; crucé la calle, me detuve para observar el trabajo de la placa en bronce que anuncia dónde estaba entrando y el trabajo de las rejas de las ventanas. Traspuse unos escalones y el ingreso al edificio se da a través de un pequeño hall con puertas hacia los cuatro costados. A mi espalda quedó la puerta de ingreso, frente de mí, otra puerta que, abierta, conduce a un pequeño y artístico hall. Ambos poseen hermosos pisos de mosaicos calcáreos combinados, con el dibujo del emblema del Gabinete, y maderas oscuras que realzan el lugar.
Desde el segundo espacio, al frente se presenta una puerta que promete mucho a quien la traspase. Algo se intuye de las estanterías, de su contenido multicolor... Y frente a la entrada se acrecienta la curiosidad. Crece la emoción.
Al ingresar a esa Sala de Lectura los ojos no logran captar de una vez todo lo que se presenta a la observación. En medio de la admiración y la alegría por estar allí, bajando la mirada, un piso de mármoles combinados; subiéndola, el lucernario, inmenso y por el que ingresa una luz potente que inunda todo el lugar, y del que cuelga un candelabro de bronce con cuatro filas de luces. Al mismo nivel y girando la cabeza, se ve, a un costado, las escaleras de metal y de madera que llevan a los pisos superiores de las estanterías, la vitrina que exhibe libros antiguos de gran valor para la cultura portuguesa. Me tocó en suerte una exhibición de varios ejemplares de “Los lusiadas”, obra señera de Camões, en varios tamaños y de diferentes épocas -de 1572 el primero, hasta la edición de homenaje por los 400 años de la publicación-.
Por fin, parado en medio del imponente salón cuadrado y bajo la gran luminaria, gire sobre mis talones 360 grados completos, concentrado y maravillado. Sin perder el equilibrio y sin pensar más que en lo extraordinario del lugar, pude contemplar la razón de un edificio tan elegante, los casi 350.000 volúmenes que conforman esa biblioteca, que están exhibidos en estanterías prolijas, lineales, completas sin estar abarrotadas.
Las cuatro paredes del recinto son altas, terminan en forma ojival y están allí arriba pintadas de un azul-verdoso profundo que contrasta con los infinitos colores de los libros, sus estanterías y el fulgor que baja por el techo vidriado. Son tres pisos de diez u once estantes cada uno; a los dos superiores los rodean unos pasillos de metal trabajado soportados, desde el piso principal, por columnas de madera cubiertas con artísticas guirnaldas de bronce, lo que aporta más color, más reflejos y contraste al espacio.
Sobre el fondo del cuadrado, enfrentado a la puerta de entrada, hay un gran escritorio de madera oscura, tallado con imágenes de lectura, y detrás de él, en la pared final, un gran fichero que, entreabierto, deja ver en uno de sus cajones las líneas prolijas de fichas bibliográficas, que supongo tantas veces fueron consultadas antes de que llegaran los inventarios virtuales -el que vi manejado por una empleada sentada en un moderno escritorio en una de las esquinas, bajo la baranda de la pared derecha del recinto-. Junto a esta taquilla, un busto de bronce de Pedro Álvares Cabral, considerado el primer europeo en pisar territorio de Brasil.
La vista es cautivante. Fotografía: https://www.realgabinete.com.br
Ya no recuerdo cuántos minutos fueron de visita. Sí que ingresar a ese mundo tan peculiar -el edificio entero, el espacio de lectura, la enorme cantidad y calidad de los volúmenes- me conmovió, me produjo una gran emoción. La sensación de estar bajo la aureola de esa inmensidad de libros fue única. En ese momento no perdí cordura ni hacienda por los libros como le sucedió a don Quijote, pero sí como él imaginé en esos volúmenes cuantas historias podía contemplar y disfrutar “así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates” (Parte I, cap. 1) con solo tener tiempo para quedarme allí. Pero el tiempo apremiaba.
El Real Gabinete de Lectura Portugués fue fundado en 1837 por 43 inmigrantes que decidieron formar una biblioteca para ampliar sus conocimientos; el edificio actual data de la década de 1880; desde 1900 es una biblioteca pública. Hoy alberga la biblioteca histórica, la biblioteca actualizada, un centro de estudios y las salas de exhibición de su patrimonio cultural.
Si las bibliotecas son “el arsenal listo para dinamitar el autoritarismo y la estupidez”, como dice Reynaldo Sietecase [2], no caben dudas sobre lo necesario que resulta, en estos tiempos convulsos, visitarlas y usar aquellos artefactos que las completan, nuestros queridos libros, para aprender de lo que narran, para disfrute de su contenido, para volar por un rato con la imaginación a un lugar menos tremendo. Si además de buen contenido hay un edificio-continente atrayente, esa visita es imprescindible.
Entonces, quienes tengan una especial relación con los libros si están en Río de Janeiro deben acercarse al Real Gabinete Portugués de Lectura y vagar en su ámbito. Les aseguro, pasarán un momento agradable, diferente del acostumbrado en esa ciudad, como me sucedió hace pocos días.
Notas:
1. Aldous Huxley, Si mi biblioteca ardiera esta noche, Edhasa, 2009, pp. 195-201.
2. Reynaldo Sietecase, ¿Cuántos libros me quedan por leer? En BIBLIOTECAS, Ediciones Godot, 2023, pp. 127-136.
* Octubre de 2023. Especial para Hilario. Artes Letras Oficios