A modo de prólogo
Podemos afirmar que la historia de la fotografía argentina –la cual se inicia en Buenos Aires a mediados del año 1843 –es todavía un edificio en construcción y con este texto queremos aportar un ladrillo más –casi como un símbolo masónico– a esta apasionante obra, rescatando la labor que desarrollaron entre nosotros algunos pioneros de la cámara tanto profesionales como aficionados, los cuales amén de ejercer el novísimo arte de Niépce, Daguerre y Talbot, tuvieron en común su activa afiliación a la Masonería.
«Una invención del Diablo»
«El deseo de captar los reflejos evanescentes no solo es imposible como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfemia. Dios creó al hombre a Su imagen y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios hubiera abandonado Sus principios eternos y hubiese permitido a un francés de París, dar al mundo una invención del diablo?».
Aquel descubrimiento provocaba grandes temores, así lo muestra el párrafo reproducido, fragmento de un artículo de opinión del diario alemán "Leipziger Stadzeiger", que fue publicado, poco después de que se revelara públicamente en la Francia republicana –exactamente el 19 de agosto del año 1839– el sorprendente invento del daguerrotipo, gracias a las tenaces investigaciones de dos eminentes franceses; el físico y litógrafo Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) y el escenógrafo e inventor Louis-Jacques-Mandé Daguerre (1787-1851).
Si esta fue la reacción en Alemania, nación de avanzado desarrollo tecnológico hacia la fecha, imaginemos lo que sucedió en el resto del mundo, incluido nuestro lejano país ubicado al sur de la América del Sur y todavía anclado en un pesado pasado colonial no muy lejano por cierto. La fotografía finalmente había arribado a estas tierras y ayudaría a cambiar muchos y muy diversos aspectos de aquella cerrada sociedad decimonónica.
Profetas del aquel nuevo invento fueron los daguerrotipistas, fotógrafos y ambrotipistas provenientes en su gran mayoría de distintos países de Europa Occidental y aún de los Estados Unidos de América, quienes desembarcaron repletos de proyectos comerciales a partir de los primeros años de la década de 1840. Eran en su mayoría jóvenes libres y audaces que dominaban una "tecnología de punta", solían comunicarse en varios idiomas y contaban con conocimientos prácticos sobre química, física y nociones artísticas referidas a la retratística y el paisajismo.
Los nombres detrás de las cámaras
Muchos de estos auténticos aventureros fueron masones y cruzaron el Atlántico en frágiles navíos confiando en la tradicional ayuda de sus hermanos del sur de América, en especial luego del año 1852 con la caída de Juan Manuel de Rosas, quien solía vincular a los masones con sus enemigos los unitarios, aunque supo cultivar amistad y acciones comunes con algunos de ellos como, por ejemplo, el publicista y editor Pedro de Ángelis. Lo cierto es que, después de la derrota en la batalla de Caseros y de su alejamiento del gobierno, la masonería argentina protagonizó un importante desarrollo impulsada por las logias de Brasil y Uruguay, especialmente de la Gran Logia de Montevideo, con José Roque Pérez, un federal confeso que se convirtió en el Gran Maestre del Supremo Consejo y Gran Oriente Argentino.
«Fue así como el asociacionismo masón, fomentado por la vuelta de varios exiliados de la etapa rosista, como el propio Sarmiento –iniciado en 1854 en una logia de Chile–, se difundió con rapidez en un amplio sector de la sociedad porteña, convirtiéndose en un ámbito privilegiado de sociabilidad para intelectuales, militares, hombres de negocios y comerciantes vinculados al fortalecimiento de la inserción de Argentina en el mercado mundial». [1]
La «Magna Tenida» celebrada en julio de 1860 en la sede de la masonería local –funcionaba por entonces en el antiguo Teatro Colón de Buenos Aires– es recordada por el nombramiento del máximo grado 33° a varias de las personalidades más destacadas del país, todos ilustres hermanos, incluido el entonces presidente de la República, Santiago Derqui, el general y por esas horas gobernador entrerriano, Justo José de Urquiza, y su par porteño, Bartolomé Mitre. En ese ambiente de confraternidad masónica, los fotógrafos encontraron las condiciones propicias para cristalizar sus sueños.
Algunos eran hijos de masones y compartían con sus padres los mismos postulados de hermandad entre los hombres y el combate a los prejuicios, la superstición, el fanatismo, la ignorancia, la desigualdad, la intolerancia y los privilegios de clase.
Franceses –por supuesto–, ingleses, alemanes, austríacos, italianos, húngaros y estadounidenses, pero también algunos argentinos, se inscriben entre los fotógrafos masones pioneros que actuaron en nuestro medio en forma destacada durante la segunda mitad del siglo XIX. Hombres embanderados con la idea del progreso, volcaron su talento en todas las iniciativas artísticas y documentales llevadas a cabo en ese tiempo en el campo de la joven fotografía nacional.
Estos "arquitectos" de la imagen transitaron por dos campos bien definidos, la fotografía profesional y la amateur; los primeros abrieron elegantes estudios en Buenos Aires y las principales ciudades del interior, explotando el segmento más redituable del negocio, o sea la retratística social, y de modo excepcional, incursionando también en el registro de vistas urbanas y rurales y tipos populares. Los segundo se nuclearon hacia el año 1889 –50° aniversario universal del daguerrotipo– en la importante Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados con sede en Buenos Aires.
Los profesionales no sólo retrataron a la sociedad de la época, también sus salones fueron punto de cita para las comunidades masónicas locales, quienes acudían a las sesiones iconográficas para perpetuarse orgullosamente, por supuesto exhibiendo en el pecho sus insignias de pertenencia a través de solemnes retratos de estudio.
Adolfo Alexander en la puerta de su Estudio Fotográfico, ubicado en la calle Artes Nº 79 (actualmente Carlos Pellegrini y Bartolomé Mitre), ciudad de Buenos Aires. Circa 1878. Colección Abel Alexander.
En tal sentido fue muy popular el atelier del alemán Adolfo Alexander (1822 - 1881), quien había introducido en la masonería al marino Luis Piedrabuena en 1863. Diecisiete años más tarde, el propio Alexander fue designado Masón de Grado 33° de la Logia Obediencia a la Ley N° 13, de la cual era secretario y, durante ese mismo año, posaron todos sus miembros en la casilla acristalada aérea donde efectuaba todos sus registros utilizando la luz natural. Allí se fotografió con los dieciocho integrantes de la Comisión de Protección a los Heridos, iniciativa masónica surgida a raíz de los sangrientos combates por la capitalización de Buenos Aires. Por su actuación en estos hechos bélicos el Supremo Consejo de la Masonería le había otorgado el máximo Grado 33° [2]. Sus restos descansan en el panteón de su propia Logia en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires.
General Justo José de Urquiza, retratado en Buenos Aires. 1852. Daguerrotipista: Antonio Pozzo (atribuido). Colección Museo Histórico Nacional de Uruguay.
En la lista de los profesionales de la cámara se impone recordar el nombre de Antonio Pozzo (1829 - 1910), argentino de nacimiento y de origen familiar italiano, descendiente del general napoleónico Pozzo de Borgho. Pozzo aprendió el oficio en Buenos Aires después de 1845 con los daguerrotipistas norteamericanos Bennet o North y, hacia 1850, ya actuaba como "Fotógrafo Municipal" y con locales abiertos primero en la calle la Piedad 113 y después en Victoria 590, con su casa "Fotográfica Alsina", siempre en esta ciudad. Fueron numerosos los sucesos históricos que registró, entre ellos, en 1852 fotografió al daguerrotipo al general Urquiza en la famosa toma en Palermo después de Caseros. Pozzo, un auténtico rebelde, fue expulsado hacia 1872 de la masonería y, a fines de esa década, documentó la famosa Campaña del Desierto. Muy interesante, fue un pionero coleccionista; su hijo donó un importante conjunto de daguerrotipos –de su autoría y de otros– por él reunidos, al Museo Histórico Nacional.
Fueron muchos los fotógrafos masones de aquel tiempo, como por ejemplo el francés Emil Mangel du Mesnil (1815 – 1890), daguerrotipista en México, activo en Montevideo y afincado en Buenos Aires hacia 1856 con un comercio llamado “Casa Central de Fotografía”, ubicado en la calle de la Victoria 245 de esta ciudad. Du Mesnil fue además un activo proveedor fotográfico y se lo recuerda por la edición del importante álbum Notoriedades del Plata.
La militancia masónica de otro francés, Monsieur Adrien Dieu fue tal que, al dorso de sus populares "carte-de-visite" imprimía los símbolos masónicos de la escuadra y el compás, acompañados por la inicial "D"; en su estudio se retrató el destacado masón Alejandro Magariños Cervantes.
Impreso y litografiado sobre pergamino, el documento indica el nombramiento con grado de Maestro de Isaac Giles, por la logia «Dios y Libertad» de la localidad bonaerense de Ranchos. Obra de R. Kratzenstein.
Y entre los nombres a destacar, incluimos el de Rodolfo Kratzenstein, fotógrafo y litógrafo de reconocido prestigio en Buenos Aires, desde 1856 asociado a Masoni y más adelante en solitario. Hemos dado con dos diplomas de masones realizados en su casa, indicando «Litografía del hermano Rodolfo Kratzenstein Calle Sn. Martín n° 56 Buenos Aires». Llama la atención que no figure en el riguroso estudio de A. Lappas [3], referencia obligada para el análisis histórico de la masonería argentina.
El interior del país contó con figuras como el cuyano Desiderio Aguiar (1830 - 1896) actuante en San Juan, Mendoza y en la ciudad de Rosario, quien protagoniza una de las búsquedas más intrigantes de la fotografía argentina: su registro sobre la destruida ciudad de Mendoza, víctima del terremoto del 20 de marzo de 1861; se dice que Aguiar la fotografió cuando aún temblaba por los remezones del sismo. En la ciudad de Paraná damos con otro hermano masón profesional de la cámara, nos referimos al austríaco Enrique Kessler, de larga actuación local, y en Córdoba con el inglés Jorge Briscoe Pilcher [4], muy vinculado a la fotografía astronómica, con sede en calle 27 de Abril N° 25 de la ciudad capital. En aquella provincia el gobierno de Domingo F. Sarmiento promovió la construcción del Observatorio astronómico, y el propio sanjuanino impulsó el arribo del norteamericano Benjamin Apthorp Gould, quien se instaló por 1870 asumiendo como director de aquel observatorio un año más tarde y a quien reputamos como el más decidido promotor de la fotografía astronómica. Debemos señalar que Gould sufrió una tragedia familiar que lo marcó para siempre; en pleno verano y durante un festejo de cumpleaños, dos de sus hijas junto a la nodriza se ahogaron en las aguas del río Primero.
En un recorrido por las distintas provincias y dispuestos a mencionar solo algunos ejemplos, nos situamos en Santa Fe, donde desarrollaron sus actividades los masones Adolfo F. Goupillant (de Esperanza) y Emilio Galassi (de Rafaela). Ya en la provincia de Buenos Aires, un registro inusual se le debe a la "Fotografía Alemana" de Pergamino: su titular fotografió en el patio de un edificio a los veinte integrantes de una logia masónica local con sus miembros exhibiendo orgullosos sus bandas e insignias.
Masones aficionados a la fotografía hubo muchos y muy notables por cierto. En casi todos los casos sus avanzadas cámaras complementaron las respectivas profesiones. Sin embargo, debemos señalar el hecho de que también se cultivó la fotografía como medio de expresión artística.
En la etapa del daguerrotipo surge el nombre del ingeniero y artista pintor saboyano Carlos Enrique Pellegrini; aunque no hay certezas de su actividad en esta disciplina, se conoce la existencia de una cámara daguerre en su quinta bonaerense "La Silueta". Su hijo, el entonces presidente de la Nación, Dr. Carlos Pellegrini, donó al Museo Histórico en Buenos Aires –hoy, M. H. Nacional– en 1890, un conjunto de daguerrotipos que se le atribuyeron a su autoría, varios de ellos ahora estudiados se identifican como obras de otros autores [5].
Ya en la temprana práctica del colodión húmedo es insoslayable la mención del agrimensor y topógrafo Jaime Arrufó (1830 - 1876) quien, entre otras iniciativas, dictó una conferencia de divulgación fotográfica en el año 1864.
El militar inglés e ingeniero de minas Francis Ignacio Rickard representa la audacia y aventura de aquellos tiempos: en pleno invierno cruzó la cordillera de los Andes en 1862 con riesgo de vida y, ya en Mendoza, fotografió la ciudad destruida por el terremoto padecido solo un año antes.
Agrimensores y fotógrafos fueron los masones Vicente Pusso y Carlos Encina. Este último junto a Evaristo Moreno, ambos ingenieros, partieron en el verano de 1882 hacia ese inexplorado territorio patagónico comprendido entre los ríos Neuquén y Limay hasta la región andina, enviados por Julio A. Roca. Acompañaron a las fuerzas militares comandadas por el coronel Villegas realizando trabajos de agrimensura, y, fruto de aquella expedición, editaron en 1883 un Álbum Fotográfico de enorme valor histórico firmado como editores por Encina, Moreno y Cía.
También podemos mencionar a los médicos Domingo Parodi (italiano), vinculado fotográficamente a la guerra del Paraguay, y al médico higienista Pedro N. Arata, sobre este último diremos que hacia 1890 trajo al país una de las dos copias originales del contrato [6] entre los inventores Niépce y Daguerre –en este caso el ejemplar que perteneciera a éste–, investigación realizada por Roberto Ferrari y hoy preservado en la Biblioteca Arata, en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires.
El empresario alemán Jacobo Peuser (1843 - 1901) fue editor de todas las publicaciones masónicas de su época; introdujo las primeras autotipías y fotocromías y, junto con el abogado Alejo González Garaño entre otros, formó parte de la mítica Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados (1889 - 1926) y que llegó a contar con más de 600 socios.
Bromóleo montado sobre una cartulina artística, firmada y titulada. Artístico retrato femenino de gran simbolismo pues nos retrotrae a las figuras bíblicas.
Siendo contador público, Hiram Gerardo Calógero [1885 – 1957] dedicó su vida a la práctica de la fotografía artística, en especial del proceso bromóleo; formó discípulos y editó Procedimientos de arte en fotografía [1942] donde resume su amplia experiencia en un libro único en su tipo editado en castellano.
La contribución de los fotógrafos masones ha sido de enorme valía tanto en el plano documental como en el artístico; profesionales y aficionados, argentinos y extranjeros, nos han dejado un legado de inestimable valor. Un friso visual que testimonia el devenir de nuestro país, una ventana privilegiada que nos permite visualizar hoy la riqueza de nuestro pasado común.
Notas:
[1] Susana Bandieri, La masonería en la Patagonia, en Estudios sociales, n. 38, primer semestre 2010, p. 20.
[2] En nuestra familia y en mi propia colección se conservan diversos testimonios que reflejan su actuación como, por ejemplo, las bandas masónicas e incluso, una carta ológrafa de Adolfo Alexander - año 1879 - al ministro de Guerra Campos, recomendando a su hijo Alfredo Alexander para que pueda incorporarse a la Campaña al Desierto como soldado de infantería y que Adolfo Alexander firma como masón incluyendo en ella los tres puntos masónicos.
[3] Alcibíades Lappas, "La Masonería Argentina, a través de sus hombres". Buenos Aires. 1966.
[4] Cristina Boixadós, Imágenes de Córdoba – Fotografías de Jorge B. Pilcher, Buenos Aires, Ediciones de la Antorcha, 2017.
[5] Carlos G. Vertanessian, «Colección de daguerrotipos, ambrotipos y ferrotipos», en Miniaturas / Daguerrotipos. Muebles de guardar: contadores y escribanías. Buenos Aires, Museo Histórico Nacional, 2019, pp. 100 – 101.
[6] La patente del descubrimiento llevado fue adquirida por el gobierno francés que la puso a libre disposición de la humanidad, facilitando su vertiginosa expansión por todo el orbe.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios