Nació en Buenos Aires el 19 de diciembre de 1892, donde cursó sus estudios primarios, los secundarios en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza y los terciarios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo el título de escribano. Ejerció su profesión notarial en una conocida Escribanía de la ciudad capital y en la Alcaidía de Menores de la Policía.
Estudioso apasionado de las costumbres y tradiciones del ámbito rural, tuvo contacto directo con el campo en Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba y Salta, donde en largas estadías observó cuidadosamente el paisaje, los tipos humanos y los usos y voces del costumbrismo antiguo que aún supervivía. Fue su refugio el establecimiento “La Protección” en el partido bonaerense de General Guido.
Par de estribos y fiador, pertenecientes a su apero litoraleño. VER MÁS
Si bien le restaba brillo como conferenciante su alocución algo atropellada (¡tenía tanto para decir!), su magnífica prosa de cuentista puede apreciarse en sus numerosos libros: Pasto Puna (1928), Baguales (1930), Cortando Campo (1941), El Pangaré de Galván (1953), Los Crotos (1966), Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros (1967) y Blas Cabrera (1970), edición póstuma publicada por Paladino Giménez.
Tradujo al castellano Los Caballos de la Conquista de Robert Cunninghame Graham y la obra del viajero Richard Arthur Seymour, publicada en 1947 con el título Un poblador de las Pampas. Vida de un estanciero de la frontera sudeste de Córdoba entre los años 1865 y 1868, con más de seiscientas notas aclaratorias. También transitó por el camino etéreo de la poesía. Colaboró en diarios y revistas como La Nación, Clarín, El Hogar y Caras y Caretas, entre otras.
Susana Santos Gómez ha publicado su bibliografía.
Producto de una lenta maduración fue su proyecto de realizar un estudio completo sobre la equitación folklórica de la región pampeana (provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y Córdoba, La Pampa y Río Negro) y litoraleña o mesopotámica, aunque no escaparan a su interés los usos y costumbres de las provincias septentrionales, Cuyo y zona central, que culminó en su obra cumbre, que le dio fama imperecedera: “Equitación gaucha en la pampa y Mesopotamia”. Un trabajo precedido por doce años de búsquedas y observaciones sobre los usos y costumbres hípicas.
Comenzó con un artículo aparecido el 1° de enero de 1929 en La Nación y otros desde mediados de 1933 en La Prensa. Pero, hombre ilustrado como era, pronto se dio cuenta que su obra resultaría frágil si no se estructuraba sobre un plan orgánico y para eso necesitaba el asesoramiento de expertos. Fue así que se relacionó con dos figuras prominentes, los profesores Félix F. Outes y Francisco de Aparicio, ambos del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras, en la calle Moreno, quienes le dieron los lineamientos que debía tener su trabajo para alcanzar una jerarquía técnica. Por otra parte, su amigo Alejo González Garaño lo introdujo en el sorprendente mundo de la bibliografía de viajeros. Así, en 1940 apareció Equitación gaucha en la pampa y Mesopotamia, en el volumen IV de las Publicaciones del Museo Etnográfico, en que el autor deslumbra al lector con sus conocimientos sobre el recado y sus arreos y accesorios, los juegos criollos y las costumbres hípicas autóctonas. Una pulcra edición académica ilustrada con iconografía antigua, fotografías, dibujos a tinta de Jorge D. Campos y Enrique Amadeo Artayeta. Obras de tal importancia salen a luz solo de tarde en tarde.
Su libro más importante: Equitación gaucha… En la cuarta edición, de 1959, amplió el texto, las fotografías y le adicionó un vocabulario ilustrado.
Peuser hizo la primera edición comercial en 1942, y tuvo cuatro más por dicha casa editorial, que llevaron agregadas ilustraciones de Eleodoro Marenco.
Otros temas llamaron su atención y no deben olvidarse sus búsquedas de información fehaciente en viejos expedientes del Archivo de Tribunales.
En sus últimos años, todos los viernes se reunía en torno suyo, en su departamento de la calle Vicente López 1857 de la ciudad de Buenos Aires, un nutrido grupo de hombres más jóvenes en pintoresca tertulia: el antropólogo Julián Cáceres Freyre, el ingeniero agrónomo Alberto Labiano, el pintor Eleodoro Marenco, el soguero Luis Alberto Flores, el señor Normando Carlos Seeber (inspector de haciendas de la casa Zuberbühler), el estudioso de iconografía gauchesca José Paladino Giménez, el comisario Valentín Espinosa, el juez Enrique de Schuttere, algunos más, y una dama: “Guelga” Videla Dorna.
Murió en Buenos Aires en 1970 a la edad de setenta y ocho años. Don Justo (“Justito” le llamaban sus amigos) gozó de una reconocida autoridad y dejó un legado invalorable sobre ese mundo inagotable de lo criollo.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios