La letra impresa ha circulado a través del Río de la Plata con alta frecuencia desde el último cuarto del siglo XVIII, ya activa la Real Imprenta de Niños Expósitos en Buenos Aires y aún más, desde los inicios de la siguiente centuria, al ritmo de los relevantes acontecimientos políticos que sacudieron su paz provinciana.
Pensemos en las invasiones inglesas y su pequeña minerva que, en Montevideo, les permitió imprimir hojas sueltas y el periódico The Southern Star / La Estrella del Sur. Esta palabra impresa en una versión bilingüe buscó generar un diálogo con la población local que no prosperó y los invasores debieron retornar a su metrópolis escoltados por el perfume de la derrota.
Poco más adelante, con los patriotas porteños en plena revolución y las autoridades virreinales instaladas en Montevideo, la letra insubordinada que llegaba desde Buenos Aires movilizó entre los orientales los vínculos políticos con la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor de Fernando VII y esposa del príncipe regente de Portugal, instalados en Río de Janeiro. El jefe del apostadero en dicha margen, por entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, José María Salazar, le escribía a Gabriel Ciscar que era «increíble el daño que la Junta hacía en la opinión general con sus papeles». [2]
Apenas había pasado una semana de la instalación del nuevo gobierno en Buenos Aires y la aún denominada Real Imprenta de Niños Expósitos publicaba un texto dirigido a sus vecinos: “Un habitante de Buenos-Ayres a los de Montevideo”, por supuesto, buscando despertar en aquella población los deseos de libertad pregonados por las autoridades porteñas. Y aquellos papeles circulaban de modo clandestino en la sociedad montevideana.
Al fin, el 24 de septiembre de 1810 llegó al puerto de Montevideo una pequeña imprenta que prometía opacar el discurso unívoco venido desde el otro lado del Plata. Unas y otras hojas, las bonaerenses y las orientales, transmitieron mensajes disonantes. Desde Montevideo y sin la pericia tipográfica alcanzada en Buenos Aires, sus primeros impresos -tan esquivos hoy en el mercado del libro antiguo- desnudaban errores de composición, además de una gran escasez de letras entre los útiles disponibles, y deficiente manejo del idioma castellano. Con la imprenta, llamada afectuosamente la Carlota, habían desembarcado dos dúctiles artesanos tipógrafos, portugueses ambos. Lo cierto es que en el número 2 de la Gazeta de Montevideo -el gran objetivo de las autoridades realistas instaladas en esta plaza-, el propio editor del periódico indicaba: «El público habrá notado en la impresión de la Gaceta anterior muchas erratas y descuidos, que procurarán cortarse en lo sucesivo; pero deberá hacerse cargo de las dificultades que hay que vencer para la plantificación de un establecimiento y de los pocos medios que tenemos para remediar las faltas que se observan». El primer número de esta publicación coincidió con la llegada de Gaspar de Vigodet, designado gobernador por el Consejo de Regencia de España.
Con manos ya experimentadas, en 1811 un folleto de 40 páginas salía a la luz gracias a la Imprenta de la Ciudad de Montevideo, así denominada para entonces. Su título, “El defensor de la Verdad a los americanos del Río de la Plata” se ocupaba de “Buenos Ayres” y su gobierno, “[...] no ofrece(n) otra cosa sus turbulentas disposiciones que un quadro (sic) horrible y monstruoso donde se ve al vivo el estrago que causa la anarquía [...]”
Aquella pequeña imprenta hacía magia en las manos debidas, y además de publicar el periódico oficial y hojas sueltas y folletos con mensajes en favor de la permanencia de las autoridades realistas, también se ocupaba de imprimir un formulario titulado “Empréstito Patriótico Mensual”, el que era firmado por el propio virrey, ya designado Vigodet, a modo de recibo para los ciudadanos que cumplían con esta obligación ante las arcas exhaustas y con el gobierno patriota de Buenos Aires amenazando su permanencia en esas tierras, hasta la caída definitiva de las autoridades realistas.
En tiempos de Juan Manuel de Rosas, Fructuoso Rivera y Manuel Oribe
Siempre en sintonía con los vientos de la historia, autores, editores, impresores y libreros se instalaban en uno u otro margen del río, buscando aunar fuerzas con los poderes locales, y sin que ello implicase un gesto de resignación, muy por el contrario. Esta dinámica bien se manifestó ante la Provincia Cisplatina bajo el dominio de la corona luso-brasileña, con los exiliados orientales en suelo argentino y editando mensajes que bajo la letra impresa llegaban de modo clandestino a su patria añorada.
Y los mismo aconteció con los unitarios argentinos radicados en Montevideo, huyendo del férreo gobierno conducido por Juan Manuel de Rosas y de la temible Mazorca. Instalados en la capital uruguaya apuntaban sus armas letradas hacia el caudillo bonaerense, además de participar en la Guerra Grande, con Manuel Oribe acechando desde el gobierno del Cerrito, y con sus imprentas combatientes también activas.
Entre las filas opositoras a Rosas, José Rivera Indarte publicó en 1843 un importante libro que en su apéndice incluía el texto «Es acción santa matar a Rosas”. Del mismo modo, Gregorio Aráoz de Lamadrid, general argentino, entregaba a la prensa apenas tres años más tarde un folleto que desde el título indicaba su opinión: «Orijen (sic) de los males y desgracias de las Repúblicas del Plata», por supuesto, a su entender, «el infame Rosas». Y mencionemos un tercer título templado en la misma fragua: “Apuntes históricos sobre las agresiones del dictador argentino D. Juan Manuel de Rosas contra la Independencia de la República Oriental del Uruguay”, de Andrés Lamas. Estas y otras publicaciones del mismo tenor circulaban de forma clandestina en la margen occidental del ancho río... ¡Y pobre de aquel que era atrapado con estos papeles impresos entre sus pertenencias!
En ese devenir de hombres, ideas políticas y pertenencias, los libros vendidos en Buenos Aires llegaban a sus nuevas residencias en el exilio con las huellas de sus vicisitudes. Así los descubrimos hoy en las bibliotecas particulares uruguayas, con las “cedulillas” (etiquetas impresas) que señalan las librerías donde fueron comercializados, entre ellas, las célebres de Marcos Sastre y Gregorio de Ibarra. El primero, liquidando sus existencias con celeridad ante la impaciencia rosista y el segundo, vinculado al gobierno federal y mudado a Montevideo después de la Batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), el Waterloo de Juan Manuel de Rosas. En ambos se refleja la historia temprana de nuestras naciones.
El primer libro de Victor Hugo, vendido en Buenos Aires. Lo ubicamos en la biblioteca de Juan E. Pivel Devoto, el gran historiador uruguayo, en Montevideo. Con la “cedulilla” de la librería de Marcos Sastre en Buenos Aires. VER MÁS
Detengámonos por un momento en estos ejemplares; el que fuera adquirido en la librería de Marcos Sastre es un título publicado en Filadelfia, Estados Unidos, en 1833. La obra viajó con celeridad a Buenos Aires buscando nuevos lectores y aquí cumplió su cometido. La etiqueta impresa -con un error tipográfico que llama la atención: «Este iibro (sic) fue comprado en la librería de M. Sastre [...]”- y las rúbricas escritas en época con tinta ferrogálica y bajo la localía de Buenos Aires, nos indican su venta en esta ciudad, imaginamos hoy, adquirido por un unitario que poco más tarde debió emigrar hacia Montevideo, donde nosotros lo ubicamos casi dos siglos más tarde.
Sastre, nacido en aquella ciudad en 1809, cruzó hacia Argentina junto a su familia, alejándose de los portugueses que habían invadido su patria. Ya en Buenos Aires y siendo muy joven, abrió la Librería Argentina que, con prontitud, adquirió gran importancia al funcionar en su trastienda el célebre Salón Literario inaugurado en 1835. Las voces de los intelectuales argentinos más destacados de la época -mencionemos a Juan Bautista Alderdi, Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, entre otros-, fueron bien recibidos en un primer momento por las autoridades locales, pero sucedió lo inevitable y el rechazo del gobierno de Rosas no se hizo esperar, disponiendo su clausura en 1837. En esas circunstancias, Sastre remató sus libros en el verano del año siguiente y se retiró al interior del país. La cronología de los hechos nos habla de la circulación de la palabra impresa en ese tiempo: un libro editado en Estados Unidos en 1833, apenas cinco años más tarde ya había llegado a Buenos Aires y ofrecido en una de sus librerías donde un lector inquieto lo había adquirido... Y otras pistas que despiertan interés, en la cedulilla que el propio librero había pegado en el ejemplar advertía que en su comercio «se venden otras muchas obras, y se compran y truecan toda clase de libros, aunque sean viejos». Claramente indicaba la existencia de libros venidos tras los mares en tiempos pretéritos, los que aún se conservaban en Buenos Aires y esperaban nuevos lectores. Marcos Sastre les ofrecía a sus dueños venderlos, o canjearlos por otros títulos, entendía que en sus anaqueles encontrarían nuevos ojos para disfrutarlos. La esencia de un librero anticuario.
Además -hablamos de pistas que despiertan interés-, en esa etiqueta comercial observamos que Sastre aún no se había mudado, indicando su dirección sobre la calle Reconquista N° 54. Se sabe que en mayo de 1837 se trasladó a Victoria 59, donde apenas logró funcionar unos meses ya que acosado por el gobierno de Rosas decidió cerrar y liquidar sus existencias en pleno verano del ´38. Otro título identificado en la biblioteca del historiador uruguayo Juan Pivel Devoto testimonia las prácticas de aquel tiempo; la cedulilla pegada sobre la retiración de la tapa ofrece una información de sumo interés: «En esta Librería se venden baratos los libros y demás objetos. Se compran libros usados; y el que tenga obras que no le agraden puede trocarlas por otras de su gusto. También se prestan ó alquilan novelas y libros instructivos, por un precio moderado». (Ver imagen aquí publicada)
En las antípodas, Gregorio de Ybarra, litógrafo y librero afín al gobierno federal liderado por Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires, debió emigrar a Montevideo ante la caída del caudillo en los campos de Caseros y su exilio rumbo a Inglaterra. Ybarra abrió su librería en la calle de las Cámaras 92 y la bautizó Librería Argentina, ya alejado de la actividad litográfica que lo había distinguido en la capital de la Confederación Argentina. En una biblioteca montevideana dimos con un libro comercializado por este profesional; siete volúmenes referidos a temas clásicos de la cultura griega, impresos en 1790 en París. En la mayoría de los tomos se advierte la etiqueta de la Librería y Litografía Argentina de Gregorio Ibarra, y en uno en particular, el tercero, la correspondiente a su comercio en la nueva sede montevideana. Evidentemente, los ejemplares viajaron con las existencias de la librería y encontraron un lector en tierras orientales. Otro bello ejemplo de la sorprendente circulación de la cultura impresa.
Notas:
1. Este artículo nació a partir de un breve texto que escribí para el catálogo del primer remate organizado en Montevideo por una alianza entre Zorrilla Subastas y nuestra firma. Escrito en la capital uruguaya para ser publicado a lo largo de una página, interpreté que el tema merecía un abordaje más profundo y aquí estoy en ello. El relato, les advierto, se sustenta a través de una selección de títulos incluidos en este remate, obras localizadas en bibliotecas particulares uruguayas.
2. Juan Canter, Instalación de la “Imprenta de la ciudad de Montevideo”, La Plata, Humanidades, 1921.
Roberto Vega Andersen
Director de Hilario. Artes Letras Oficios