En pleno debate sobre la participación del Estado en el ámbito cultural, cabe pensar en la donación como opción para el aumento del acervo patrimonial público.
Se trata de una práctica altamente estandarizada en los países anglosajones, pero la misma está acompañada por fuertes incentivos fiscales que resultan inimaginables en el horizonte cercano de Argentina.
En aquella región del hemisferio Norte los beneficios se basan en dos premisas básicas: el interés de las instituciones por incorporar material relevante a sus colecciones (ya sea completándolas, perfeccionándolas, o aumentándolas), y el beneficio del patrón o mecenas, quién puede estar incentivado por el deseo de recibir un tax break o deducción tributaria, o por el prestigio que genera ser el motor del crecimiento de la institución a la que destina su regalo.
En Estados Unidos principalmente, las donaciones de privados suelen tener como destinatarios principales a las alma mater, es decir, las universidades de las que egresaron. Aunque no siempre es el caso, puesto que las personas que se dedican a asesorar y realizar la valuación del material donado también ofrecen su expertise respecto al mejor lugar acorde a las características del patrimonio a ceder.
El sistema acude a los servicios de un agente encargado de la valuación, quien debe estar registrado para cumplir esa misión, y de acuerdo a sus áreas de acción, cada agente estará calificado en especial para los rubros de su incumbencia, optimizando la gestión y evitando conflictos de intereses.
La secuencia de toda donación transita primero por la decisión de la parte propietaria de efectuarla, luego se contrata un agente calificado y registrado para valuar el material sujeto a la donación y seleccionada la institución (o instituciones) destinataria, le es ofrecida. Si al fin el ofrecimiento es aceptado, se presentará el acuerdo entre partes a la autoridad impositiva pertinente, para recibir la exención impositiva que corresponda.
En el caso de los Estados Unidos, esta exención es generosa, lo que ha motivado a lo largo de su historia un constante flujo de bienes desde las manos privadas a las institucionales, beneficiando a académicos y estudiantes de esta transmisión gratuita de propiedad, e incluso al público en general facilitando su acceso por las más diversas vías.
En Argentina las donaciones tienen una larga tradición, no inspirada en los incentivos económicos [1].
En general, coleccionistas individuales han protagonizado esta corriente histórica de cesiones de bienes culturales a las más diversas entidades públicas, horizonte que se amplía en las donaciones del patrimonio edilicio e incluso de recursos económicos, con personas cedentes vinculadas por su historia de vida a las entidades beneficiadas.
Bajo la frase hoy tan reiterada de “no hay plata”, cabe pensar a qué recursos puede acudir el Estado para incentivar un diálogo virtuoso que inspire a los potenciales donantes.
En primer término, cabe rescatar la figura social del coleccionista como preservador del patrimonio cultural. Sus esfuerzos se traducen en la reunión de conjuntos de bienes culturales de todo tipo, los que en general conserva en las mejores condiciones clasifica y hasta estudia.
Resulta frecuente que los restauradores sean contratados por estas personas que acuden a sus saberes técnicos para “salvar” obras en pésimo estado y también, para acondicionarlas con los mejores materiales para su buena preservación.
Este esfuerzo económico se suele canalizar, además, en el préstamo de obras para su exhibición en espacios públicos en muestras temporarias, las que son curadas por especialistas que dialogan con los propietarios de dichos bienes.
Las exposiciones se reflejan en catálogos razonados -libros dirigidos a un público amplio y también, a los especialistas más diversos- donde las obras presentadas provienen del acervo público y del privado.
Esta dinámica virtuosa prepara el escenario para las futuras donaciones. Y en épocas de “vacas flacas” facilita el desarrollo de la gestión cultural aunando esfuerzos de las arcas públicas con los recursos privados.
No debería escapar a ningún economista el enorme valor de las industrias culturales y la construcción de esta empatía virtuosa promueve esa dinámica con resultados fructíferos para toda la sociedad.
Hecha esta mirada de carácter económico, resulta imprescindible atender al sentido identitario de la cultura como factor de cohesión social y de soberanía nacional.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios
Nota del Editor:
1. En esta misma entrega de Hilario abordamos la donación del «Fondo Documental Álvarez Colombres» al Museo Comunal de Peyrano. Leer más Y con un mensaje idéntico, invitamos a leer el artículo de Ana Martínez Quijano que nos presentó la donación realizada por María Luisa Bemberg al Museo Nacional de Bellas Artes en 1995. Leer más