Entre los sables más célebres del mundo, la katana posee un sitial de privilegio. Concebida en torno al siglo VIII d. C., en su origen era recta y con un solo filo, pero ya a mediados del 1100 se sabe que alcanzó su identidad actual, con la hoja apenas curva y doble filo.
En la historia de Japón las katanas cumplieron su noble función empuñadas por los guerreros samurais. A lo largo de los siglos, los forjadores más experimentados acuñaron saberes para lograr un tipo de acero que hizo de las katanas un arma temible por la resistencia y filo de su hoja. En aquel rico historial se han destacado maestros que hoy forman parte de su mitología; nos referimos a Masamune, Yoshihiro y Yoshimitsu.
Hace poco más de dos décadas, tuve la oportunidad de organizar una visita al taller de uno de los “tesoros nacionales vivientes” -título honorífico otorgado a los grandes maestros de las artes y artesanías tradicionales- dedicado a la construcción de katanas. A finales del milenio pasado viajé a Japón y uno de los mayores anhelos de aquella experiencia fue conocer a Ōsumi Toshihira. La estadía en el llamado Imperio del Sol Naciente me deparó esa y otras gratificaciones.
Corría el año 1998 y llegué a Tokio como curador de una exposición de platería organizada con motivo del Centenario de las relaciones diplomáticas entre ambos países. En el marco de aquellas celebraciones, presentamos la orfebrería del maestro platero Juan Carlos Pallarols y gozamos del privilegio de recibir la visita del entonces príncipe heredero Naruhito y su esposa Masako. Naruhito, en 2019 ascendió al Trono del Crisantemo como emperador.
Sobre aquel encuentro, otra de las gratificaciones anunciadas, nos habían dado todas las instrucciones protocolares para recibir a los anfitriones, advirtiendo que, como miembros de la familia real, no podían tomar las herramientas. Con Pallarols habíamos instalado un banco de trabajo donde el artesano cincelaba una pieza para admiración del público. En ocasiones, invitaba a algunas personas y las guiaba en la emocionante tarea de dar unos pequeños golpes sobre el metal. Sin embargo, este gesto de confraternidad nos estaba vedado con la noble pareja; pero ante la visita real e impulsado por las sonrisas y amabilidad de ambos, Juan Carlos no dudó en extender sus manos ofreciéndole el martillo y un cincel. Y con total naturalidad, Naruhito se sentó frente al banco y aplicó suaves golpes sobre la superficie de la pieza. Ha pasado casi un cuarto de siglo y recuerdo aquel momento como si hubiera sucedido hoy mismo.
Pero regresemos a la historia del herrero hacedor de katanas, una celebridad japonesa que nos recibió luego de concertar la entrevista con las autoridades del área de Cultura. Residía en la ciudad de Ohta -a unos cuatro kilómetros del centro-, distante un centenar de kilómetros de Tokio; un punto urbanístico de 140.000 habitantes con sus ingresos centrados en la fábrica de la planta matriz de Subaru. Como es de suponer, allí todos lo conocían, de manera que para llegar a su casa sólo fue cuestión de mencionar su nombre a un taxista en la estación de trenes de la ciudad.
Luego atravesamos las calles céntricas y de a poco, nos internamos en la periferia. Pasamos por un pequeño cementerio de unos 600 m2 junto a la cinta asfáltica, sin muros ni alambrado asemejaba un parque público, y más adelante, entre huertas y pequeños lotes sembrados, arribamos al hogar-taller de Ōsumi Toshihira (1923 - 2009), tesoro nacional viviente de Japón desde 1997, maestro constructor de katanas.
Sobre el tatami
Luego de anunciar nuestra llegada, una mujer -su hija, nos informaríamos más tarde- nos recibió desde el tatami, piso de madera, elevado unos cuarenta centímetros y cubierto por una alfombra de yute. Todo fue cuestión de saludar varias veces, descalzarnos, dejar nuestros sacos de abrigo e ingresar a la vivienda tradicional japonesa.
Hacia la derecha nos esperaba Ōsumi Toshihira en una sala de descanso y diálogo, acompañado de té verde. Nos saludó apenas con una reverencia y en instantes, estábamos junto a Juan Carlos Pallarols y la traductora, en cuclillas, sobre unos almohadones apoyados en el tatami. La conversación se desarrolló en torno a una mesa ratona, denominada kotatsu. Hacía frío allí, y el tesoro nacional viviente insistía que nos cubriéramos con una manta que salía por debajo de aquella mesa. Lo cierto es que poco más tarde, cuando los calambres ya arreciaban, advertido por el dueño de casa, éste nos liberó con un “pónganse cómodos, siéntense como quieran”.
Al fin, el diálogo resultó esclarecedor. Hijo de un horticultor, desde niño Toshihira amó las katanas. Pero el recuerdo de la II Guerra Mundial estaba presente y era ineludible; en esta ciudad funcionaba una fábrica de explosivos y una bomba cayó a cien metros de donde siendo un niño vivía con su familia. Después de aquellos desastres, padeció la prohibición expresa de fabricar katanas -una imposición de los vencedores-, obligado a postergar su pasión hasta que a los 22 años se fue a vivir con su maestro.
Al cabo de un lustro de trabajo cotidiano a la par del ya desaparecido Akihita Myairi (1913 - 1977), también destacado por su maestría como tesoro nacional viviente, en Sakaki -prefectura de Nagano-, Toshihira se lanzó en 1957 en forma autónoma como artista de katanas y al año siguiente se trasladó a su ciudad natal, donde nos recibió. Desde entonces ha obtenido diversos premios; entre ellos, ganó el célebre Masamune (1) en tres ocasiones: 1974, 1976 y 1978. Entre sus grandes méritos se encuentra haber logrado un filo especial.
HILARIO: ¿Qué ha significado para usted ser reconocido como tesoro nacional viviente?
ŌSUMI TOSHIHIR: Nada especial; porque nada cambia. Sí sentí una gran emoción cuando en 1963 distinguieron a mi maestro, Akihita Myairi.
H: ¿La distinción implica alguna nueva tarea?
ŌT: Para mí, no. No hay ninguna tarea indicada por el gobierno. Solo hay que seguir a los discípulos, pero ya lo hacía antes de recibirlo. Hoy me acompaña un discípulo, vive aquí. Se inició a los 18 años, porque sólo pueden hacerlo una vez que terminan el nivel de enseñanza media, y hasta hay algunos que lo hacen luego de concluir una carrera universitaria.
El ensamble entre maestro y discípulo implica una posición de entrega de este último a un plano imposible de imaginar en nuestro mundo occidental. El aprendizaje avanza en el quehacer diario junto al maestro. La severidad de esta enseñanza se refleja en la entrega del discípulo a su maestro, viviendo en su casa-taller y con sólo una semana de descanso por año. Se dice que mientras se forja una espada hay que permanecer en silencio -por respeto al alma del guerrero samurai- y el aprendiz, por el sonido del golpe de martillo debe advertir la intensidad a aplicar en cada etapa de la forja. La Asociación de Conservación de Katanas tiene una fábrica de acero; se trata de un acero especial que se elabora en la primavera y acudiendo a técnicas ancestrales. Ya en poder del maestro, llega la etapa más relevante de su trabajo: la forja y el templado. El hierro se apoya sobre una capa de cenizas de los tallos secos de la planta de arroz y barro; luego se mete en el fuego y avanza el proceso doblando la lámina al menos unas quince veces para lograr la maleabilidad deseada. El hierro que tiene menos resistencia -acero mórbido- va en el núcleo de la hoja. Los golpes son aplicados por el discípulo y la intensidad de fuego depende del avance del trabajo, disminuyendo por etapas. Ya forjada la katana, al final llega la etapa del pulido a lima y se graba el nombre de su autor.
H: ¿Y en qué momento el maestro considera que su discípulo ya está en condiciones de conocer sus secretos? ¿Cómo recuerda aquellos días junto a su maestro?
ŌT: No hay secretos para la enseñanza. Trabajando con el maestro, uno aprende por su cuenta. No hay un momento especial en el que se transmitan los secretos. El discípulo trabaja en todas las etapas de elaboración; ayuda en todos los procesos. Mirando y haciendo se aprende, no hay secretos en el aprendizaje, ni momento especial en que se transmitan los secretos del oficio. Y cuando llega el momento, ellos salen de la casa del maestro y se independizan. Aunque según la Agencia de la Cultura se necesitan más de cinco años para independizarse.
A la derecha, la pieza en todo su recorrido. Al centro, ambos lados de la espiga con la firma de su autor. A la izquierda, un detalle con el filo hacia la punta de la hoja.
H: ¿Y hoy, quién compra sus katanas?
ŌT: Los coleccionistas, y también me encargan los museos, pero no vendo a los comercios. Mis obras en general no han salido de Japón; sólo en una oportunidad me compraron una katana para obsequiar al premier francés Jacques Chirac. (2) Si a ustedes les interesa, en muy poco tiempo llegará el señor Kobayaski, un coleccionista de la ciudad de Takasaki, quien vendrá a buscar dos obras que he realizado para él.
Ya habíamos observado aquellas piezas en un acto que cabría interpretarlo como ceremonial. En una sala contigua, Ōsumi Toshihira nos acercó hasta las dos katanas que permanecían envueltas en fundas de tela. El maestro le pasaba a cada hoja polvos de distinta granulación, para eliminar las impurezas adosadas y resaltar el brillo del metal. “Las muestro sólo en ocasiones especiales -nos aseguró Toshihira. Puede usted tomar una. Pero cuando la tenga en sus manos, por favor, no hable”.
Poco después llegó su cliente, Kobayaski, quien nos comentó que poseía cuatro katanas firmadas por Ōsumi Toshihira. Un colega suyo, observó el comprador, tenía dieciséis katanas de este tesoro nacional viviente. Y como le sucedía a los demás coleccionistas, él no quería vender una obra del maestro, al contrario, estaba decidido a encargarle otra más.
Al año siguiente, Ōsumi Toshihira fue condecorado con la Medalla de la Cinta Púrpura y en 2006 con la Orden del Sol Naciente. En la casa donde nos recibió, falleció en abril de 2009.
Notas:
1. A Masamune se lo reconoce como el mayor forjador de espadas de Japón; se cree que actuó en el período Kamakura (1288 - 1328) y en su honor se otorga el Premio Masamune en el certamen más importante realizado en aquel país.
2. En esa oportunidad tratamos de comprarle una katana de su autoría pero fue una gestión infructuosa; la llevaríamos fuera de Japón y el maestro Ōsumi Toshihira no aceptaba ese destino. Sin embargo, hoy es posible ver algunas de sus piezas ofrecidas en subastas internacionales.
* La primera versión de esta entrevista fue publicada en la revista Manos Artesanas, número 20, enero de 1999. Para Hilario. Artes Letras Oficios hemos escrito un nuevo texto, acudiendo también a los apuntes levantados en aquel momento.