En 1879, el zoólogo francés Albert Geoffroy Saint-Hilaire (1835-1919), hijo y nieto de los naturalistas de mismo apellido del Museo de Historia Natural de París, informaba en el seno de la Sociedad de Aclimatación fundada por su padre, sobre la oferta hecha por el Sr. Charles Ledger (1808-1905) de un rebaño de 250 a 300 alpacas, originalmente destinadas a Australia, el que todavía se encontraba en el Paraguay.
Las llamas y las alpacas, animales propios de América del Sur, pertenecen a la familia de los camélidos. Como es sabido, las primeras son bastante altas y pesan entre 160 y 200 k; las alpacas, por su lado, miden alrededor de 1,4 m y pesan entre 50 y 70 k. Si bien ambas producen vellones de lana, el de la alpaca es más suave y abundante. Desde el siglo XVIII, el naturalista francés George Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) había promovido la posibilidad de criarlas en Francia y en Europa, debatiéndose acerca de la imposibilidad de alimentarlas con otra cosa que no fuera el “ycho” o jarava, la gramínea andina. Pero, salvando ese problema, la llama y la alpaca eran vistas como animales extremadamente útiles: bestias de carga y de abasto, animales lecheros y productores de lana. La primera, por su tamaño, más valiosa para el transporte, en tanto que la segunda, por su lana, era preferible como animal industrial.
En 1879, A. Geoffroy Saint-Hilaire recordaba los diversos intentos que ya se habían realizado para aclimatar animales del género Lama en Europa, un tema caro a Isidore, su padre, fallecido en 1861. En efecto, la introducción de la llama y de la alpaca había sido una de las primeras cuestiones de las cuales se había ocupado la Sociedad de Aclimatación desde su fundación a mediados de la década de 1850. Más aún: Isidore, les había dedicado decenas de páginas en sus publicaciones, aclarando que entre los animales a aclimatar, en el caso de la llama, todo estaba hecho y que solo se trataba de encontrar los medios ya que eran bestias domesticadas y de utilidad evidente.
Albert, su hijo, insistía en la importancia de llevar a cabo nuevos ensayos para lograrlo. La experiencia había demostrado que, con los cuidados adecuados, las llamas podrían prosperar en Europa, conservando la utilidad que hacía deseable su adquisición y justificaba su transporte. En el clima europeo, necesitaban, sin dudas, una alimentación sustancial: la falta de una dieta vigorizante había provocado, por ejemplo, la pérdida de la mayor parte de aquel rebaño importado unos veinte años antes por el Sr. Eugene Roehn, un aventurero y viajero francés con quien la Sociedad de Aclimatación había firmado un contrato el 18 de marzo de 1859. Roehn había partido hacia América en los primeros días de abril del mismo año con una compañía francesa de Panamá, Lefebvre & Roussel, como consignataria. En dieciséis meses, logró llevar a Francia cuarenta y cinco animales: treinta y cinco alpacas, nueve llamas y una vicuña joven. En realidad, estas eran las sobrevivientes, ya que el 19 de junio de 1860, había embarcado en Moro Sama, Tacna, en la costa peruana, a bordo del brik Rayo, con un rebaño compuesto por ciento ocho alpacas, diecinueve llamas y una vicuña, que, al llegar a Panamá el 18 de julio, ya había sufrido la muerte de cincuenta y dos animales. Los sobrevivientes partieron del puerto de Colón el 21 de julio en el vapor inglés Plantagenet, capitaneado por J. Middleton, para desembarcar en Liverpool el 29 de agosto, pero esta vez con la pérdida de otros veintiocho animales. Finalmente, el jueves 6 de septiembre, el rebaño llegó a Burdeos, disminuido por la muerte de otras dos alpacas y una llama, estas a bordo del vapor Cleator, capitaneado por A. Kidd. Ese mismo día, en presencia de varios delegados de la Sociedad de Aclimatación y de la Comisión Alpaca, los animales bajaron a tierra y, durante un par de jornadas, disfrutaron de la hospitalidad bordelesa para volver a partir en la mañana del 9 de septiembre bajo la dirección de Roeh y de los dos pastores peruanos que lo habían acompañado. En París se instalaron en el Bosque de Boulogne, donde debían descansar antes de encaminarse hacia los Pirineos o los Alpes. Sin embargo, la mayoría sucumbió a la sarna, que los andinos trataron a su manera fracasando en el intento.
Con motivo de la ponencia de Geoffroy Saint-Hilaire, se recordó esta triste historia y que, durante su estancia en el Jardín de Aclimatación, las llamas de Roehn transmitieron la sarna al alcelafo o búfalo común, un antílope africano propiedad del establecimiento. La sarna, en este caso, se caracterizó por no revelarse al exterior hasta mucho tiempo después de la infección: para cuando se reconoció, el estado era tan grave que el antílope sucumbió a los tres días. En la Maison Alfort -la escuela de veterinaria de París-, el caso fue considerado extraordinario.
Alpacas en Australia. Fotografía: Gentileza www.pixabay.com
A pesar de todo ello, insistía Geoffroy, sería muy interesante aprovechar la oferta de Charles Ledger, otro aventurero nacido en Londres, miembro de una familia hugonote emigrada a Inglaterra en el siglo XVIII, hijo de George Ledger, agente mercantil, y de Charlotte Warren. Tras dejar la escuela Charles se había instalado en el Perú y, hacia 1836, estaba empleado en la oficina de un comerciante británico en Lima. En esos años se había convertido en un experto en lana de alpaca y en 1842 se iniciaba en el comercio de productos sudamericanos. En 1847 pastoreaba ovejas y ganado a medio camino entre Tacna y La Paz, y en 1852 viajó a Sídney para estudiar la posibilidad de introducir la alpaca en Australia. Regresó a Sudamérica y para 1859 ya había llevado varios centenares de alpacas a Nueva Gales del Sur. Se trataba de un negocio arriesgado debido a que su exportación estaba prohibida. Ledger, quien cobró 15.000 libras por sus alpacas, se hizo cargo de ellas, pero el proyecto acabó en fracaso.
No había sido el primero. La historia de las llamas y de las alpacas en Sídney se remonta al Gobernador Phillip Gidley King, quien sugirió importar estos animales en 1803. Medio siglo más tarde, algunos administradores coloniales las consideraban animales de alta resistencia, prometedores para la agricultura y la industria textil de la región; así opinaban entre otros, los empresarios locales Thomas Sutcliffe Mort y Thomas Holt. Ledger se enfrentaba a la competencia de los australianos ya que para 1858, estos animales eran noticia, requeridos no solo en Europa y en Australia, sino también en América del Norte.
Ese año, por ejemplo, se difundió la introducción de 150 llamas en los Estados Unidos. En mayo, varios importadores anunciaron la llegada de seis animales al sur de Australia y, más tarde, un comerciante de Sídney compró diez más en Londres. Esto generó planes aún más ambiciosos, estableciéndose una suscripción pública para comprar el resto del rebaño que se encontraba en aquella ciudad como regalo para la colonia de Victoria. El periódico Sydney Morning Herald -cuentan los historiadores australianos- expresaba su entusiasmo frente a la inminente llegada de los animales.
Cuando los primeros diez arribaron en noviembre de 1858, el interés por estas especies exóticas resultó enorme. Las «hermosas e interesantes criaturas» fueron conducidas por la calle Pitt hasta el emporio de R.C. Burt & Co., donde permanecieron para su inspección y posterior venta. «Son animales singularmente bonitos, algo así como un doble cruce entre un camello, un avestruz, una oveja y un burro» - decían los cronistas- «Las crías serán, sin dudas, las mejores mascotas para las damas». Los animales se veían en buen estado, tanto como cabría esperar al cabo de un viaje donde estuvieron dando tumbos por el mar. Probablemente, los reporteros se encontraban habituados a la visión de los presos descendiendo de los barcos que, cada tanto, seguían llegando de Inglaterra para ir a las prisiones dedicadas a regenerarlos bajo la Cruz del Sur.
Ledger, aventurero reconvertido en contrabandista de camélidos, había comenzado a reunir su rebaño de llamas y alpacas en 1853, adquiriendo animales en Perú, cerca de la frontera con Bolivia, y conduciéndolos por tierra hasta la Argentina, para luego atravesar la cordillera de los Andes y pasar a Chile. Muchos de los animales no sobrevivieron al viaje y Ledger llegó a Sídney, a finales de 1858, con un rebaño de unos 280 ejemplares. Lo acompañaban doce de los hombres que habían viajado con él por América del Sur. Los animales, por su parte, pastaron en los dominios de Sídney antes de salir hacia la propiedad Sophienburgh, en Liverpool (Australia). Ledger fue homenajeado y su valentía alabada. La primera esquila tuvo lugar en Liverpool, a finales de 1859, un acontecimiento al que asistieron ricos, famosos y elegantes.
Las llamas permanecieron en Liverpool durante más de un año antes de que Ledger, en su calidad de superintendente de Alpacas del gobierno, se las llevara a lo que, esperaba, fuera un terreno adecuado, cerca de Goulburn. Sin embargo, el empresario tuvo problemas para conseguir que el gobierno le reembolsara sus esfuerzos y los enormes gastos realizados, y en 1863 el rebaño fue disuelto. Poco se sabe de la vida posterior de aquellos camélidos; algunos fueron comprados por el granjero Thomas Lee en Bathurst, otros obsequiados a granjeros tan lejanos como Queensland, o fueron a parar a zoológicos o como curiosidades, al manicomio de Gladesville, o la casa de Sir Henry Parkes. Estos esfuerzos por introducir la llama y la alpaca en Australia durante la época colonial, fracasaron sobre todo, por la sequía, la mala gestión y el escaso número de animales importados, que impidió implementar un programa de cría y reproducción. Las llamas y las alpacas se reintrodujeron en Australia en la década de 1980 y, aunque nunca pudieron competir con las ovejas de ese país, hoy forman parte del paisaje de esta la isla. Y de su industria: Kuna, una firma textil “peruana” que vende diseño en lana de llama, vicuña y alpaca es una empresa de capitales australianos.
Los rebaños que Ledger había trasladado hacia Australia sirvieron, además, para retroalimentar el interés francés. No solo por esa oferta de 1879: tiempo antes, sus consejos fueron utilizados por el marsellés Benjamin Poucel (1807-1872) quien desde 1858 estaba abocado a exportar a Francia llamas y alpacas desde Laguna Blanca, Catamarca, Argentina. Poucel ya había llevado merinos a Uruguay y ahora se proponía hacer el viaje en sentido contrario. Pero esa es otra historia que aquí cito para recordar que los hilos de la historia, de las llamas y del capital cruzan los océanos en todas direcciones.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios