Biblioteca nuestros hijos, una tabla de salvación para trece madres en duelo.
El heroico periplo de Fernando Parrado y Roberto Canessa cruzando a pie la cordillera, la entereza de los 16 sobrevivientes del Milagro de los Andes previo a la Navidad de 1972, es lo primero que viene a la mente a la hora de pensar en la historia más universal proveniente de Uruguay. Esta historia, a la que se insiste en tener como materia obligatoria en la enseñanza nacional, que volvió a emocionar al mundo gracias a la película La sociedad de la nieve, del español Juan Antonio Bayona, también tiene su costado cruel. Cruel y hasta esta producción de Netflix prácticamente olvidado. Hubo 29 personas que no volvieron.
La Biblioteca Nuestros Hijos, ubicada en Carrasco, Montevideo, nació del dolor y se volvió obra de amor. Trece madres cuyos hijos se quedaron para siempre en las montañas decidieron, solo nueve meses después del que para ellas no fue milagro, el 1 de agosto de 1973, dejar de llorar. O llorar de otra manera. Sus hijos habían muerto dos veces: el 13 de octubre de 1972, cuando ocurrió el accidente, y el 22 de diciembre de ese año, cuando se conocieron los nombres de quienes habían sobrevivido a 72 días en un infierno montañoso y nevado y quiénes no. Fundar la biblioteca en el mismo barrio donde todo comenzó y donde todo permaneció fue al principio, más que nada, una catarsis para hablar de la tragedia. Terminó siendo una misión para sus vidas. Para ellas. En nombre de ellos, como todavía reza el cartel que da la bienvenida.
«En sus inicios la biblioteca fue su tabla de salvación. Fue el esfuerzo de un grupo de señoras que se reunió para volcar su dolor en algo positivo. Quisieron reunirse y ver qué hacer. Finalmente decidieron hacer una biblioteca estudiantil, porque una de ellas era profesora de liceo y porque todos sus hijos eran estudiantes», cuenta Stella Pérez del Castillo, integrante de la Comisión Directiva. Ella es la hermana de Marcelo Pérez del Castillo, capitán del equipo de rugby Old Christians, el responsable de organizar el viaje, el primer sostén espiritual del grupo al momento del accidente, fallecido a los 25 años cuando el alud del 29 de octubre sepultó al fuselaje. Dos días antes, una vidente le había dicho a su madre, su tía y una amiga de ellas que estaba vivo pero que había que rescatarlo «ya». Ella se emociona con ese recuerdo.
La madre que comenzó esa quijotada fue Selva Ibarburu, la madre de Felipe Maquirrián. La que sugirió la idea de la biblioteca fue la madre de Carlos Valeta, Agnes Vallendor. «Fueron trece madres. Quien tuvo la idea golpeó la puerta de todos. Trece fueron las que se entusiasmaron, no fueron todas. Hay diferentes maneras de afrontar las angustias y las tragedias. A mi madre (Stella Ferreira), por ejemplo, le hizo mucho bien. Pero incluso hoy hay familiares que si bien colaboran con nosotros no vienen acá», dice Stella.
Stella Pérez del Castillo, hermana de Marcelo, capitán del equipo de rugby Old Christians, el responsable de organizar el viaje. Fotografía: Leonel García.
La única sobreviviente de esas trece madres es Raquel Arocena, la madre de Gustavo Nicolich, que tiene 98 años. Los nombres de estas mujeres están presentes en la entrada a la biblioteca. Los nombres de los 29 pasajeros y tripulantes que no volvieron también están consignados en un cartel en el interior. Cada uno de los poco más de 20.000 volúmenes con que cuenta el lugar tiene su sello en la página 29.
Hoy más de 1.000 niños y adolescentes acuden a la biblioteca cada año, entre los que asisten y los que son asistidos, calcula la encargada del área social, Gimena Machado. Cada semestre 20 estudiantes cursan los talleres de informática que organizan, más de 300 centros educativos de todo el país reciben su apoyo para programas culturales y recreativos, y más de 400 personas de todo el mundo participan en sus concursos literarios anuales. También ofrecen 125 becas por año de libros estudiantiles a escuelas rurales, hospitales o centros de reclusión, dictan cuatro talleres de inserción laboral (a cargo de alumnos de la Universidad de Montevideo) y están trabajando en la formación de otras dos bibliotecas comunitarias en la zona de La Cruz de Carrasco, barrio vecino, pero a la vez lejano. Son mucho más que números. Es un apoyo invalorable a jóvenes de bajos recursos, su público objetivo. Es una manera que las madres primero y otros familiares después encontraron para honrar la vida.
Esta biblioteca comenzó a funcionar en el ex Hotel Casino Carrasco, hoy Sofitel Hotel, el edificio más emblemático del barrio más al este de la costa montevideana, el más elegante de la capital uruguaya, el que nació como un balneario. Desde hace aproximadamente 20 años funciona en la esquina de Miraflores y Carrasco, en un predio cedido por la Intendencia de Montevideo donde antes estaba la casa del arquitecto Juan Scasso, el mismo que diseñó el estadio Centenario. Hoy el rincón infantil y juvenil se ubica donde funcionaba su estudio.
La principal fuente de financiamiento de la Biblioteca Nuestros Hijos es el Club de Lectura, con casi 400 socios que pagan una mensualidad de 550, 785 o 1.150 pesos uruguayos (11.800, 16.850 y 24.700 pesos argentinos, respectivamente), según la cantidad de libros que quieran pedir prestados. También reciben donaciones y el aporte de padrinos, como el sobreviviente Gustavo Zerbino. Pero esperan que la notoriedad lograda con la película de Bayona repercuta favorablemente en actividad. Ya lo está haciendo: el director donó los 50.000 euros del premio del público logrado por la película en el Festival de San Sebastián. El resultado de esto es que las ocho computadoras que tenía su centro de informática para sus alumnos fueron a su vez donadas a un centro educativo local; estas serán sustituidas por varias laptop, más pequeñas, rápidas y manejables, para aumentar la cantidad de chicos a los que podrán ayudar. La visibilidad a lo que hace esta obra hará el resto.
No fue lo único que hizo la película. «Yo durante 50 años nunca vi una película ni leí un libro sobre el accidente. Ni siquiera veía las entrevistas a los sobrevivientes. Pero La sociedad de la nieve… no sé si fue porque Bayona o las productoras (Belén Atienza y Sandra Hermida) lo presentaron con tanto corazón, de forma tan afectuosa e íntima, nos introdujeron a los actores…». Stella habla, se emociona y prosigue a su tiempo. «Con mis hermanos dijimos que la película estaba bien siempre y cuando honraran la historia de mi hermano Marcelo. Es que en estos años siempre sentimos que la historia de los Andes había sido solo la de los sobrevivientes y no de los que no volvieron».
Stella vio por primera vez la película en Venecia, durante el cierre del famoso festival que se realiza cada año en esa ciudad italiana. Fue en septiembre pasado. La emoción le perdura. «Cada familiar de los que no llegaron la tomará de manera distinta, pero yo te puedo asegurar que al 99,9% le hizo mucho bien. A mí, por ejemplo, me acercó muchísimo a los sobrevivientes».
El vínculo entre los que volvieron y los familiares de los que quedaron siempre fue «correcto», resume. «Socialmente siempre nos saludábamos», acota. Siempre ha sido un tema difícil de tratar en una sociedad chica como la montevideana y mucho más chica como la de Carrasco: que los sobrevivientes debieran apelar a los cuerpos de quienes iban muriendo en la montaña para alimentarse y vivir. En una conferencia realizada en México, Eduardo Strauch, uno de los 16 protagonistas contó recientemente que la madre de Marcelo, quien era uno de sus mejores amigos, no lo quiso recibir más a su regreso. Eso, por supuesto, se ganó los titulares de distintos medios del mundo, a cuál más amarillista.
Eso le afectó particularmente a Stella. «A la familia le dolió pila saber eso. No es que mamá no le haya querido hablar… Es algo que la gente no entiende, quizá porque nunca le pasó algo como esto. Mamá simplemente no pudo con su dolor. Hoy incluso hay familiares que no pueden venir a la Biblioteca. Pero fue leer esa noticia y ver los comentarios… yo te puedo asegurar que ninguna de las madres objetó el tema de la alimentación. Sabemos que los que pudieron volver lo hicieron gracias a los que se quedaron».
El accidente en los Andes, el Milagro para algunos y la biblioteca para salvarse otras ya tienen más de 50 años. La obra va creciendo y la película ayuda a ello. El recuerdo siempre estará presente. «¿Si el tiempo cura? Mirá… en la diaria lo puede hacer, pero yo todavía siento los pasos de mi hermano mayor subiendo la escalera en casa. No sé cómo explicarlo», dice la directiva de Nuestros Hijos, la hermana del capitán de los Old Christians.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios