La silla y el gliptodonte: dos historias genovesas (con una pizca napolitana)

La primera edición del libro de Woodbine Parish referido a Buenos Aires y las Provincias Unidas del Río de la Plata -publicado en Londres, en 1838-, y la figura del gliptodonte. 



Un diseño clásico, creado por el padre de Nicolás Descalzi, notable carpintero. Fotografía: Gentileza https://www.pamono.es



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

Un viernes de 1838, don Pedro de Angelis le dirigía una esquela a Juan María Gutiérrez, agrimensor del Departamento Topográfico que la Provincia había establecido después de la Revolución de Mavo. Por entonces, el polígrafo napolitano ya publicaba su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, compilando trabajos inéditos encontrados aquí y acullá. En la carta a Gutiérrez se refería a manuscritos prestados, a lecturas compartidas y también se ocupaba del poeta Esteban Echeverría y el piloto ligur Nicolás Descalzi, astrónomo de la expedición al Río Negro y de la campaña contra los Indios organizada por Juan Manuel de Rosas en 1833. Al primero le estaba agradecido por su ayuda y quería obsequiarle una obra de su biblioteca. Con el segundo, había hablado en la víspera sobre la copia de aquel mapa del Uruguay que ambos deseaban estudiar. Descalzi se lo franquearía al regresar de la excursión que había emprendido para exhumar huesos en las propiedades de Francisco Massot y de la pulpera inglesa Ana Byrne en las inmediaciones de Cañuelas y Saladillo. 

 

De Angelis, antes de despedirse de Gutiérrez, agregaba:

 

"como me parece que dice el Sr. Echeverría

…, mirando

El hondo cauce anchuroso

De un arroyo que copioso

Entre la paja corría

Se volvió atrás, exclamando,

Arrobado de alegría:

Allí en la orilla verdosa,

el inmoble [1] cuerpo posa». [2]


El napolitano -“un bromista y decidor de chistes”, lo afirmó en su tiempo el propio Echeverría- transcribe con descuido aparente estos versos tomados de “El pajonal”, la quinta parte de La Cautiva, publicada en 1837 entre las Rimas, obra con la cual el poeta comenzó a construir su fama. De Angelis modificaba apenas una letra [arrobado por arrobada] y con ello lograba que Descalzi ocupara el lugar de María, la desdichada mujer, mientras el cuerpo de Brian, su marido, era reemplazado por un esqueleto, ese que el piloto había salido a buscar por los riachos de la provincia. La alegría de María, que en el poema está ligada al hallazgo de un curso de agua y a la posibilidad de reavivar a su esposo, se igualaba al júbilo de Descalzi por el hallazgo de un animal antediluviano. El humor de De Angelis, sin embargo, se acabaría justo antes de la firma; refunfuñando, afirmaba entre resignado y trágico: "Yo nunca tendré tanta dicha". Y aunque De Angelis era -además de exagerado- un gran quejoso, apelaba a su inteligencia, educación e ingenio literario para reírse del destino que le había tocado por un error de cálculo o por confiar en el futuro sudamericano. Descalzo había llegado a Buenos Aires en 1821 y De Angelis en 1827, contratado por un gobierno que, al pisar puerto ya no existía.


Josefa Sabor, en su libro sobre De Angelis [3], afirmó que Descalzi buscaba fósiles por encargo del primero, quien, de esa manera, lo habría introducido en el negocio de las osamentas pampeanas para venderlas a los coleccionistas locales y europeos. Pero, para 1838, De Angelis ya lo consideraba el "mayor calumniador de Buenos Aires”. También es cierto que, revisando la lista de mensuras emprendidas en esos años en la provincia, el nombre de Descalzi aparece con frecuencia, igual que el de Manuel Eguía, otro coleccionista de fósiles y, ya anciano y casi ciego, futuro protector de Florentino Ameghino. De hecho, se trata de una asociación bastante frecuente, de la que participa también Gutiérrez aunque sea de manera literaria: salir a recorrer el terreno de Buenos Aires, sobre todo en épocas de sequía, implicaba (e implica, como lo confirman las noticias de los diarios), confrontarse con esos huesos enormes que brotan de los cauces secos o de sus orillas. Dado el carácter pendenciero del piloto genovés -enredado en varios juicios y demandas- y la falta de temple de De Angelis, no es de extrañar que esta asociación durara poco, que Descalzi prefiriera ofrecer sus huesos a otros y que, finalmente, De Angelis confiara su extracción a gente con menor autonomía para las transacciones fosilíferas.


Paralelamente y en Inglaterra, Woodbine Parish, el primer cónsul inglés en estas regiones, trataba de terminar su libro sobre Buenos Aires y las Provincia del Plata [4], donde, en el capítulo referido a la geología, había incluido una sección sobre el megaterio. Es decir, ese género de mamífero fósil creado por Georges Cuvier en 1796, a partir de las láminas llegadas desde Madrid y basadas en el esqueleto montado en el Real Gabinete de esa capital con los huesos enviados desde Luján a fines del siglo XVIII.


Parish había arribado al Plata con el pedido de conseguir un esqueleto similar al madrileño -el único de su especie- para las colecciones universitarias y museos de su país, cosa que cumplió despachando una serie de huesos procedentes de las estancias del Río Salado. Entre ellos, iban los trozos de una suerte de armadura ósea cuyo dueño se desconocía, según se puede ver en las descripciones de la remesa hecha en el año 1832. Parish, al escribir este capítulo, dudaba a quién seguir: algunos anatomistas se la atribuían al megaterio; otros, en cambio, pensaban que se trataba de la coraza de otro animal de dimensiones enormes pero de la familia de los armadillos. Cuando ya tenía el capítulo listo y habiéndose inclinado por la naturaleza armada del megaterio, Parish recibió una carta de Buenos Aires que rápidamente puso en manos de Richard Owen, a cargo de la descripción de los mamíferos fósiles llevados por Charles Darwin luego de su viaje en el Beagle. La carta, en este caso, procedía de Charles Griffiths, el reemplazante de Parish, quien comunicaba haber recibido una nota de Descalzi datada en 1838 anunciando haber traído a la ciudad los huesos de un inmenso megaterio. Griffiths, quien estaba al tanto de los huesos ausentes en el esqueleto inglés, se presentó en la casa de Descalzi y comprobó que contaba con la pelvis faltante. Según Marcello Cerruti (1808-1897), futuro senador del Reino de Piamonte, el secretario de la oficina consular británica en Buenos Aires mencionó que Descalzi, además, poseía el esqueleto de una “Mulita elefantina”. Ambos habían sido hallados a cierta profundidad bajo el antiguo cauce de un arroyo seco, tal como se burlaba De Angelis.


Dibujo del gliptodonte realizado por Descalzi.


Descalzi pedía dos mil dólares de plata por cada uno de los esqueletos, pero, agregaba Griifiths, Henri Picolet d’Hermillon, el cónsul sardo, ya había llegado a una acuerdo con el genovés, cuya recompensa según Cerruti, se trataba de una condecoración real (que nunca obtuvo) o de la admisión de su hija en el Real Colegio de Damas Nobles de Turín. Descalzi, por su parte, se comprometía en enviar los esqueletos al Museo de Mineralogía de la capital del Reino de Cerdeña y Piamonte. Los ingleses debieron conformarse con un diente y un dibujo que, a la hora de la verdad, eran más que suficiente: con ellos, como antes había hecho Cuvier con el esqueleto del animal corpulento y raro de Madrid, Richard Owen crearía el género Glyptodon. Parish se apresuró a incluirlo, como un anexo con numeración suplementaria al libro ya diseñado. Al dibujo de Descalzi -que Parish adjuntó en el inicio fuera de la paginación- le agregaron las patas de otro espécimen y una imagen del diente recibido de Buenos Aires. Con ello, el megaterio perdió su caparazón y el gliptodonte, así vestido, salió a pasear por el mundo.


El cónsul sardo, por otro lado, hizo que el esqueleto llegara a Turín una década más tarde, prometiéndole a Descalzi una serie de favores para sus familias argentina y genovesa: los Descalzi, en efecto, eran de Chiavari, una ciudad de la costa ligur, donde desde el siglo XVIII existía una Sociedad Económica que propendía al desarrollo de la industria local. Entre los favorecidos por dicha Sociedad, se encontraba el padre de Nicola, G. Gaetano Descalzi (1767-1855), quien  en 1838 aún vivía y  gozaba de renombre y cierta fortuna como carpintero y fabricante de muebles. G. G. Descalzi fue el constructor de la llamada silla campanina, premiada por la Sociedad Económica en 1806 y que continúa fabricándose hasta hoy por los talleres de la zona. Se trata de un objeto icónico del arte de la carpintería ligur, cuyo aspecto de gran ligereza enmascara sus dos características principales: robustez y elasticidad. De hecho, el piloto Nicola Descalzi, formado en el seno de su familia, pero también en las artes náuticas y matemáticas, era un buen carpintero, con las habilidades y conocimientos necesarios para el montaje de los esqueletos fósiles, otra constelación frecuente en estas empresas: Parish, por ejemplo, para la recuperación de los fósiles del Salado envió a un ebanista estadounidense.


Imagen del gliptodonte publicada por Parish basada en el boceto de Descalzi con el agregado de las patas y una imagen del diente en la que se basa el género. 


Los testimonios recogidos por Cerruti sugieren que Descalzi había montado los dos esqueletos en su casa: probablemente, el boceto enviado a Londres haya sido o bien una representación de cómo lo había construido o, por lo menos, el proyecto de cómo preveía el montaje de su Mulita elefantina. Sus habilidades como dibujante y como constructor de barcos y muebles, añaden una nueva dimensión a la historia del Gliptodonte, un animal nombrado en Londres pero cuya forma fue elaborada primero en Buenos Aires combinando los conocimientos sobre la fauna local (la forma de la mulita) con las habilidades adquiridas en la costa de la Liguria, donde Descalzi aprendió a dar forma a estas estructuras de cuatro patas, combinando materiales y tensiones, formas y funciones.


Notas:

1. Inmoble: antigua voz hoy poco utilizada, que alude a inmovible.

2. El original de Echeverría dice:

 “…y mirando

el hondo cauce anchuroso

de un arroyo que copioso

entre la paja corría,

se volvió atrás, exclamando

arrobada de alegría:

-¡Gracias te doy, Dios Supremo!

Brian se salva, nada temo.

Pronto llega al alto nido

donde yace su querido,

sobre sus hombros le carga,

y con vigor desmedido

lleva, lleva, a paso lento,

al puerto de salvamento

aquella preciosa carga.

Allí en la orilla verdosa

el inmoble cuerpo posa..”

3. Josefa Sabor, Pedro De Ángelis y los orígenes de la bibliografía argentina. Ensayo bio-bibliográfico, Buenos Aires, Ediciones Solar, 1995.

4. La primera versión de esta obra se publicó en Londres, en 1839, Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata. En 1852 salió a la luz una nueva edición, aumentada con más información. Apenas llegados los primeros ejemplares de esta impresión a Buenos Aires, el librero y editor Benito Hortelano dispuso su traducción al castellano, labor realizada por Justo Maeso que le añadió sus propias notas. En esta ciudad se publicó en ese mismo año de 1852 y hubo otra edición dispuesta por el librero y editor Casavalle al año siguiente.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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