La genial cineasta descubrió a través de la carta de un espectador del MNBA cuál es el sentido de donar arte: regalar emociones y felicidad.
En 1995 la cineasta María Luisa Bemberg, precursora de los derechos de la mujer desde el prominente lugar que ocupó en la vida, decidió donar su colección de pinturas al Museo Nacional de Bellas Artes. A partir de este gesto, el conjunto de arte rioplatense que había reunido cobró especial interés. Al igual que sus películas, las pinturas ostentan la energía y la visible asimilación del cruce entre el color local e internacional.
Luego, cuando en 2021 se inauguró la exhaustiva muestra de Rafael Barradas en el Malba, las pinturas del uruguayo, que habían permanecido en la sombra, aunque apreciadas por los expertos, cobraron la mayor importancia. Barradas se convirtió en la estrella de la colección María Luisa Bemberg que todos querían visitar. Integrada por obras cumbre, están allí seis pinturas de Pedro Figari, dos de Joaquín Torres García y ocho de Barradas que configuran el grupo uruguayo. Luego, los argentinos están presentes con cuatro pinturas de Emilio Pettoruti, seis de Xul Solar y una escultura de Alicia Penalba dominando el centro de la sala. El conjunto es un genuino tesoro para los estudiosos de las perceptibles tensiones y afinidades estéticas rioplatenses.
María Luisa, hija del coleccionista de pintura francesa del siglo XIX, Otto Bemberg, había heredado de su padre una bellísima y valiosa pintura de Alfred Sisley, "El Támesis en Hampton Court". Y la donó al MNBA mucho antes de ceder su arte rioplatense a la institución. Las cuestiones administrativas demoraron el legado y comentan los entendidos que, "dieron vueltas", hasta aceptarlo formalmente.
Sin embargo, aunque nadie le agradeció ese estupendo Sisley, a las manos de María Luisa llegó un buen día la carta de un espectador del Museo. Y la donación dejó de ser un trámite ingrato. Sin conocerla personalmente, ese visitante del Museo le agradecía la felicidad que le procuró la contemplación de la apacible belleza del paisaje de Sisley. Entonces sí, en las palabras y el sentimiento de un espectador casi anónimo, María Luisa encontró el verdadero sentido que posee una donación.
Bords de rivière (Orillas del río) (La Tamise à Hampton Court, premiers jours d'octobre), óleo de Alfred Sisley, primera donación de María Luisa Bemberg al MNBA. Fotografía: Gentileza Museo Nacional de Bellas Artes.
Luego, a partir del arribo de Barradas al Malba, las obras del pintor uruguayo cobraron mayor valor. Frente a los elogios de la selección, el asesor de la talentosa cineasta, el arquitecto Eugenio Ottolenghi, recordó el origen de la colección. Mirando la historia en retrospectiva contó que le llevó a María Luisa una pintura de Barradas y, entonces, agregó: “Ella se sentó a mirarla durante un largo rato. Después me dijo que la sentía cercana, y que ella misma se sentía rioplatense”, recuerda Ottolenghi.
A partir del encuentro de Bemberg con la pintura, “The tango emoción de color. Escena de café. Multitud”, que hoy se encuentra en el MNBA, el conjunto rioplatense se incrementó durante tres décadas con obras museum quality.
The tango emoción de color. Escena de café. Multitud, óleo de Rafael Barradas de 1913. Donado por María Luisa Bemberg. Fotografía: Gentileza Museo Nacional de Bellas Artes.
En febrero de 1995, la salud de María Luisa flaqueaba. Su hija, Cristina Miguens, se encontraba con ella en el piso de la calle Levene y así describe ese momento: “Estábamos las dos en el balcón terraza de su casa, ella ya muy enferma de su cáncer. Un único testigo: la escultura de Alicia Penalba que se recortaba sobre el cielo. A pocos pasos, en las paredes del living colgaban sus cuadros, minuciosamente elegidos durante varias décadas. Los cuadros la envolvían y acompañaban en ese ambiente que era también su lugar de trabajo. Le pregunté si nunca había pensado en donar su ‘colección’, porque así nombraba ella a sus obras. Y de este modo era un todo, una unidad, no una sumatoria. Ante mi sorpresa me dijo que sí, que lo pensó muchas veces, y que no lo había hecho por nosotros, sus hijos, que éramos sus herederos y no quería privarnos de los cuadros, aunque significara ‘descuartizar’ su colección”. Sin dudarlo, Cristina Miguens tranquilizó a su madre y habló con sus tres hermanos.
Orgía II, óleo de Emilio Pettoruti de 1934. Donación Bemberg en el MNBA. Fotografía: Gentileza MNBA.
Al ver que la salud de María Luisa empeoraba, los hermanos Miguens, Carlos, Luisa, Cristina y Diego, iniciaron contra reloj los trámites de donación. Finalmente, una tarde del mes de marzo de 1995, María Luisa llegó a firmar el acta de donación en su casa, en silla de ruedas y rodeada por su familia, unas pocas autoridades y algunos amigos. Así legalizó su último deseo. “Le quedaban pocos días de vida, apenas dos semanas”, señala Cristina. Pero esa tarde el ambiente era festivo. Magdalena Ruiz Guiñazú le preguntó entonces qué motivo impulsó su donación. Cuenta su hija que sonriente, aunque con la voz ya entrecortada, respondió: “Para darle una alegría a mi país… Y a mí misma… Lo que no es poco”.
Místicos, acuarela de 1924 de Xul Solar, Donación Bemberg en el MNBA. Fotografía: Gentileza MNBA.
Pasarían diez años desde ese día, el plazo establecido por la donación condicionada “con cargo de exhibición” estaba cumplido. Los cuadros de María Luisa habían permanecido ocultos “por falta de espacio para exhibirlos”, según argumentaron en el Museo desde su arribo. Finalmente, y dado el tiempo transcurrido, los hermanos Miguens podían reclamar la titularidad. ¿Desidia burocrática? Tal vez. Pero la estrechez presupuestaria de esos años recién se superó cuando, sin dobleces, se planteó el problema. Y los herederos de María Luisa Bemberg decidieron financiar la sala 27 que alberga su arte. Allí se advierte que el Río de la Plata es un territorio fértil para los artistas, dueño de una extensa tradición en el campo de las vanguardias de ambas orillas.
“El resultado es una colección selecta y estrictamente elegida en la que cada pintor y cada obra, ingresaron para formar parte de un tramado cuidadoso e inteligente. Acuarelas, témperas y óleos que en sus mundos simbólicos ponen en juego un problema de identidad y un registro cultural propio, una colección construida sobre la vivencia de lo diferente y sobre la conciencia de una cultura de mezcla”, analiza Marcelo Pacheco, cuando el MNBA presentó la colección.
En la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, gente con una predisposición especial por la cultura reunió estupendas colecciones que ayudaron a conformar el 90 por ciento del patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes. Frente a la figura alada de Penalba que acompañará por siempre esta historia donde se entrelaza lo público con las cuestiones más íntimas que movilizan al coleccionismo privado y, al contemplar “The tango, emoción…” de Barradas, ese artista entrañable con el que María Luisa se sintió identificada, vuelven a la memoria las palabras del expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti, un coleccionista ejemplar. En la década del 60, cuando era ministro de Educación y Cultura, compró casi todas las obras que pintó el artista en su corta vida, alrededor de 500, para el Museo de Artes Visuales de Montevideo. Sus obras son una rareza en el mercado.
Catedral Constructiva, óleo de Joaquín Torres García, donado por María Luisa Bemberg en 2024 al MNBA. Gentileza MNBA.
En el espacioso pasillo de ingreso a la colección Bemberg, escoltando la sala, se encuentra una bella y pensativa figura femenina de Norah Borges, un dibujo donado por el artista Jorge Larco. La selección curatorial de Roberto Amigo reunió las pinturas de Xul Solar y Pettoruti con Norah Borges. Y dispuso el encuentro de los tres artistas, justo cuando se cumple casi un siglo del día en que juntos expusieron sus obras en Amigos del Arte.
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