El viaje, como complemento formativo de los jóvenes europeos, diseñado a partir de lo que denominamos el «Grand Tour», no fue exclusivo de las sociedades del viejo continente; pronto se sumaron los norteamericanos y, también, llegaron un alto número de personas procedentes de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. El contexto del romanticismo en el que se comenzaron estos viajes, a caballo entre los siglos XIX y XX, permitía la valoración de otras culturas, siendo el mundo oriental un referente en las artes plásticas y en las modas sociales. Eso sí, ese oriente geográfico, peligroso y de difícil recorrido, sería sustituido, mayoritariamente, por el domesticado perceptible en Andalucía. También, el recorrido por España permitía expresar sentimientos encontrados entre el reconocimiento de valores comunes y el rechazo por los siglos pretéritos, cuestiones siempre perceptibles, teniendo en cuenta que los viajeros provenientes del nuevo mundo habían compartido historia común con España y jamás habían tenido contacto alguno con los espacios orientalistas, lo que no quita que fuera un atractivo.
En este texto, nos vamos a centrar en algunos de los viajeros, que procedentes de Argentina, publicaron sus experiencias; no siguieron, por tanto, el modelo que el muy viajado Frederick Marryat (1792-1848) describía en un acertado y conciso ensayo titulado Cómo escribir un libro de viajes (Londres, 1840) sin moverte de tu cómodo apartamento, actividad practicada por más de uno de los reputados escritores del siglo XIX.
Con estas premisas, dedicaremos este texto, como he indicado, a referencias de interés que hacen estos viajeros de España y, más concretamente, de Andalucía, teniendo en cuenta el arco cronológico, entre ellos, de casi un siglo. Unos llegaron al país como diplomáticos, otros como periodistas o simplemente como viajeros, pero siempre con el objetivo de conocer, contemplar y apreciar en directo cuestiones sobre las que traían información y lecturas previas.
En general, tenían como principal objetivo Europa y, más concretamente, París; añadiendo el viaje a España como un apéndice, en principio, de poco interés, donde los prejuicios pesaban y condicionaban la percepción de la realidad. Eso sí, casi todos los que llegaron a la Península Ibérica incluirán en su trayecto Andalucía y, por supuesto, Granada; siendo fundamental la visita a la Alhambra y su valoración. Decía el mexicano Ignacio Cumplido: «Se va a Andalucía por ver Granada» (Impresiones de viaje, 1884, p.79).
El primero de los autores que nos visita es Domingo Sarmiento (1811-1888) que llegaría a ser presidente de Argentina. Su viaje por Europa lo inicia en Chile en 1845 con el objetivo de observar y analizar el estado de la enseñanza primaria en aquellas naciones donde la educación había sido asumida como responsabilidad por el Estado. Este objetivo no quita que en paralelo le interesen otras cuestiones como los monumentos y la cultura o recuerdos que redacta para sus amigos a modo de cartas. De hecho, renuncia expresamente a escribir un libro de viajes por no imitar a escritores como Alejandro Dumas, al cual cita, sencillamente porque no es su objetivo hacer un relato continuo de su experiencia, lo que le lleva a estructurar su obra como cartas seriadas. Así nos dice:
«Desde luego las cartas son de suyo jénero literario tan dúctil i elástico, que se presta a todas las formas i admite todos los asuntos» (Viajes por Europa, África y América, 1849, p. 5)
Sarmiento, como señalara más tarde Ricardo Rojas, es el más crítico de los pensadores sudamericanos contra España, culpándola de cuantos males afectaban en su tiempo a América. De hecho, Rojas nos dice:
«… y no satisfecho con lo mucho que contra sus tradiciones escribiera en Chile, se presentó personalmente en España para enjuiciarla» (Retablo Español, 1938, p. 386).
El desaliento marca la casi totalidad de sus páginas. Por ejemplo, de la mezquita de Córdoba nos describe su proceso constructivo de la siguiente forma:
«No creáis nada de cuanto dicen Chateaubriand i otros de las bellezas de Córdova. Habían en la Bética desparramadas por todas partes columnas de los palacios i templos romanos; los árabes reunieron unas dos mil de todas dimensiones; acortaron las que estaban largas, i sobre una columna dórica pusieron un capitel corintio. De ellas hicieron los sustentáculos de un galpón grande como la plaza de la Independencia» (Viajes por Europa, África y América, 1849, p. 173)
Quizás los procesos de independencia de América estaban aún cercanos y los valores identitarios, a veces erguidos frontalmente contra España, llevaron a Sarmiento a este tipo de afirmaciones, ideas que se van suavizando y adquiriendo tonos más valorativos e, incluso, con parentescos culturales en los viajeros que le continúan.
Vicente Gregorio Quesada. Archivo: Vicente G. Quesada. Ilustración: Dominio público.
Así, Vicente Gregorio Quesada (1830-1913), escritor, político y diplomático que estuvo presente como representante oficial de Argentina en los fastos que se celebraron en Madrid con motivo del IV centenario del descubrimiento de América en 1892, nos relata su experiencia de España unos años antes atendiendo al sumatorio de diversos viajes (Recuerdos de España, 1879). Con ciertos tintes románticos y de carácter hispanista busca continuamente las raíces de las costumbres en la época islámica. Nos dice:
«Los moros vencidos han dejado muchas de sus habitudes a los vencedores. El paisano andaluz lleva a su pesar en su traje el sello de la historia de sus antepasados y los vestigios de la dominación árabe» (Recuerdos de España, 1879, p. 79)
Ideas que extrapola a los mismísimos gauchos para cerrar con afirmaciones como:
«La raza, el idioma y hasta las costumbres, vinculan a los hispanoamericanos con la madre patria, y como los españoles son hospitalarios y francos, la simpatía nace sin esfuerzos y se radica con naturalidad» (p. 119).
Los valores orientalistas basados en el reconocimiento del pasado árabe como identitario de España y de Andalucía particularmente, cobran intensidad en la obra de Ricardo Sáenz Hayes (1888-1976). De hecho, cuando llega a Granada analiza tanto los monumentos musulmanes como los renacentistas, barrocos y contemporáneos a su viaje, concluyendo su estancia con una nueva visita a la Alhambra donde no necesita la base literaria de sus anteriores comentarios sino que expresa su propio sentir cargado de visiones románticas:
«… porque en ese lugar, más que en ningún otro, el espíritu se recoge y olvida el afán de las horas… Podrá ser infiel la memoria del viajero, pero jamás echará en olvido los atardeceres de la Alhambra. Es la hora de las luces violetas. De lo alto llega el olor de los mirtos. Se animan los nidos y se quejan las fuentes. Hay una deliciosa frescura y por los caminos se extiende una melancólica serenidad que invita a la contemplación bajo la sombra amable de los granados, cuyos frutos ya rojean, de oro y sangre teñidos por el sol …» (España: meditaciones y andanzas, 1927, pp.128-129)
Sin duda, uno de los textos más importantes para entender la imagen de España en Argentina en los inicios del siglo XX, por la trascendencia literaria, académica y política de su autor, es la obra, ya citada, Retablo español de Ricardo Rojas (1882-1957). En ella, aunque publicada en 1938, nos relata su experiencia en España durante varios meses del año 1908. No obstante, la edición de sus reflexiones de aquel viaje la realiza a la sombra de la Guerra Civil española, en un intento de entender lo que está sucediendo y de reivindicar la paz y la importancia de nuestro país desde la mirada americana. Así nos dice:
«No es fácil entender a España. No la entendió Napoleón, y pagó caro su extravío. Los americanos necesitamos entenderla, porque su historia es parte en la nuestra. La caída o el ascenso de los valores españoles en la política del mundo interesa a nuestro propio destino, puesto que hablamos el mismo idioma. Estudiémosla con paciencia y juzguémosla con lealtad» (Retablo Español, 1938, p.17)
Su relato profundiza más que cualquier viajero de la época y se cimenta en un amplio conocimiento de la historia y de la cultura. Por ejemplo, cuando visita Granada, nos ofrece reflexiones que superan los relatos de los libros de viaje. Valora a Washington Irving como un recopilador de crónicas medievales, así como intérprete del folclore y la toponimia árabe, pero insiste como «peregrino indiano», así se denomina, en que la obra del escritor norteamericano:
«Ha sido hasta hoy el breviario sentimental de los turistas de habla inglesa que vienen a Granada. Pero un viajero de la América del Sur debe leer también las crónicas antiguas y el romancero morisco, y la Austriada, de Juan Rufo, y Granada, de Zorrilla, el poeta a quien coronaron aquí en una fiesta solemne, por ese poema que todos los granadinos recitan hoy de memoria» (Retablo Español, 1938, p.128).
Autores a los que añade a Francisco Villaespesa con sus poemarios El mirador de Lindaraxa o El patio de los Arrayanes, sin olvidar su obra teatral Abén Humeya.
Algunos viajeros llegan exclusivamente por razones profesionales, como Roberto Arlt (1900-1942) que viaja en 1935 como corresponsal del periódico porteño de El Mundo, enviando sus columnas, acompañadas de imágenes fotográficas que él mismo realizaba. En 1936, ya de regreso a su país, publicaba el libro Aguafuertes españolas, reeditado en 2015, que era una recopilación de las crónicas enviadas a su rotativo.
Nos interesan para este texto los nueve artículos que dedica a Granada, entre otras razones porque tres de ellos, específicamente sobre la Alhambra, no fueron publicados en el periódico. Pese a que la fecha de redacción nos aleja del orientalismo, las derivaciones del mismo se mantienen, incluso hasta hoy día. Los comentarios de Arlt son muy interesantes por sus críticas más centradas en los visitantes y en los escritores que en el monumento. De hecho, el periodista dedica tiempo a la contemplación del conjunto nazarí:
«porque honestamente trato de comprender, en qué aspecto de este edificio muerto, se ha fundamentado esa literatura de adjetivos sin sustantivos, que con tan alarmante abundancia circula por la península», pasando a evaluar los Cuentos de la Alhambra de Irving al que considera «… un escritor casi discreto, y sus cuentos con el mismo criterio que se desarrollan en la Alhambra, podrían suceder en Damasco, Egipto o Persia, sin que por ello ganaran o perdieran nada. Pertenecen a ese género literario que es conveniente no ignorar, pero que hay que apresurarse en olvidar» (Aguafuertes españolas, p. 152).
Sus críticas son mordaces ante turistas y guías: «La Alhambra, salvo a los especializados en arquitectura, decepciona a casi todas las personas sinceras consigo mismas», y con ironía apunta: «Hay artistas que sufren vahídos frente a esta obra de arte. D’Annunzio se quiso desmayar cuando vio un garrafón árabe, infinitamente menos interesante que cualquiera de los que hoy se cuecen en Tetuán»; añadiendo comentarios como: «El Patio de los Leones consiste en una taza de piedra que soportan animalitos a cuatro patas, de un género indefinible, pues pueden ser leones, como perros bulldogs o gatos salvajes» (Aguafuertes españolas, pp. 152-154).
Sus valoraciones negativas provienen, en otras razones, de la consideración del arte cristiano realizado en piedra como superior, entendiendo que se hacían obras para la comunidad, mientras que las de la Alhambra eran concebidas como espacios de deleite para los sultanes, introduciendo valores ideológicos en su afirmación. Eso sí, en lo que se refiere a la técnica fotográfica como imagen objetiva de la realidad, señala la superioridad fotogénica de la Alhambra, siendo las placas mucho más expresivas que el original, incluso superiores a otras de grandes obras como los soportes monumentales de la catedral de Sevilla que cita en este contexto.
Por último, en 1978, el cirujano José Alejandro López nos ofrece su libro Viaje por las Españas. Recordando a la madre patria, como resumen de sus numerosos viajes y con ocasión de la celebración en Madrid de un congreso médico sobre enfermedades del aparato digestivo, con la intención de que los extranjeros que visitaran España, con motivo de este evento, pudieran conocerla mejor señalando lo que él había visto personalmente y que resume: en “esa embriaguez de arte, luz, color e historia que es nuestra Madre Patria” (p.0). El autor recalca el interés por España en tanto que fundadora de Argentina, así como por el alto número de migrantes de principios del siglo XX, citándola continuamente como la madre patria.
Vista del patio de los Leones en la Alhambra inserta en el libro de José Alejandro López.
Sus referencias amplias a Andalucía las podemos condensar en un resumen introductorio que realiza a esta comunidad con citas de reconocidos escritores y músicos:
«Córdoba es el corazón de Andalucía; tiene un modo de ser el pueblo cordobés muy particular: Córdoba callada, decía refiriéndose a ella Manuel Machado; Córdoba lejana y sola dijo García Lorca, es una urbe solitaria, rígida, recoleta. Granada siente el culto del agua; lo dicen las fuentes rumorosas del Generalife.
El sonoro correr de las fuentes de la Alhambra está en la música de Albéniz o de Falla. Machado al hablar de ella dijo del agua oculta que llora; Albéniz habló de la musicalidad de Granada o de las Torres Bermejas; García Lorca puso "a todo por fondo el agua y el llanto, junto a un surtidor que vierte los sueños" y así sería cosa de seguir citando para nunca acabar» (p. 52).
Estos recortes de seis libros de viajes de autores argentinos nos presentan actitudes y formas de percepción comunes y contrapuestas, casi todas con una fuerte impronta individual que nos llevan a la experiencia íntima, a acercarnos a la historia de las emociones particulares y también compartidas con los lectores cuando saborean las páginas de estos viajeros. Quizás, como señalaba Ricardo Rojas en su Retablo Español, el viaje nos relata una versión de los acontecimientos y de los paisajes marcada por los tiempos de los itinerarios; es decir:
«La historia se parece más a la música que a la arquitectura; es un fluir en el tiempo» (p. 117).
De ahí el éxtasis ante el monumento, pero, a la vez, la insatisfacción por el escaso tiempo del deleite y la acumulación de experiencias que solo, sobre la mesa del escritor, en el momento de la redacción, se reflexionan y permiten saborear en el recuerdo, quizás con cierto amargor, lo vivido y la necesidad de más, de más horas de vivencias íntimas que ya no podrán ser y que obligan a una dulzura imprecisa y nunca absolutamente satisfactoria.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios