Ruth Corcuera, ha sido, es y será por siempre sinónimo de tejidos y de esas historias escondidas detrás de ellos, las historias de las tejedoras. Ella fue quien hace más de veinte años me introdujo al mundo del tejido andino, ese mundo que era suyo y que tuve la dicha de compartir.
Su verdadero nombre era Rosa del Valle Quiroga y fue su madre, oriunda de la pampa gringa, quien la rebautizó “Ruth” en honor a un poema de Gabriela Mistral y le vaticinó, tempranamente, que los libros serían su gran compañía. De su padre catamarqueño heredó la magia de relatar historias. De ambos mamó el amor por su tierra, su cultura y su gente. Ella, porteña de nacimiento, se consideraba una mestiza del siglo XX.
En su matrimonio con Mario Corcuera, diplomático de carrera, se aunaron afinidades intelectuales: la filosofía, la historia, la antropología y una mirada común sobre los temas de interculturalidad en los diversos lugares que les tocó transitar. Ambos hicieron un culto de la amistad, su casa siempre estaba abierta para las reuniones de amigos.
Aprovechando su estadía en el Perú (1965/1970), Ruth realizó su doctorado en Historia y es allí donde nace su interés por el tejido andino y sus antecedentes, esa parte “huérfana de la cultura” dentro del patrimonio peruano y del que poco se hablaba. Fue José María Arguedas quien, tras una larga charla compartida en Lima, le iluminó el camino diciéndole: «estudie el tejido popular en cada lugar del mundo donde esté sin olvidarse nunca de su raíz andina […]», y así fue que comenzó ese largo camino de investigación en otras tierras, pero siempre bajo su mirada americanista, de la cual le era difícil desprenderse. En su prólogo del libro Azul Sagrado, cuadernos del Sahara lo expresa claramente, los tejidos andinos siempre la acompañaban ante los nuevos desafíos.
«Durante largas tardes convivieron en mi habitación libros y revistas sobre el tejido de los Andes -con los que pretendía no desvincularme-, libros que iba adquiriendo sobre el África, cuadernos de notas y perlas de antiguos collares saharianos que reunía como parte de una historia que quería entender […]»
Ruth siempre puso su enfoque en las tejedoras anteponiendo su importancia al tejido mismo. A través de su calidez y su dulzura supo acercarse al pensamiento de la tejedora, pudo comprender, a pesar de las falencias idiomáticas, esa relación entre ella y su obra. Su acercamiento fue desde la admiración y respeto por las personas que están detrás de los tejidos.
Observando el Primer Premio de Doña Berna Paz, concurso 2007 en la Escuelita Celeste de Blanca Pozo, Santiago del Estero.
«[…] Nunca hablé quechua, ni aymara, pero esos encuentros superaban la falta de lenguaje directo a través de los tejidos, obras de tanta laboriosidad y capacidad que me hacían apreciar que esa mujer indígena que había hecho tal maravilla era una reina interiormente […]»
En reiteradas ocasiones ella contaba las dificultades que debió enfrentar en ese primer contacto con las tejedoras sabiéndose “extranjera”, una palabra asociada al extraño. Sostenía que esas mujeres que habitaban montes espinosos, que vivían en soledad y aislamiento, necesitaban tiempo para abrirse a ese otro que desconocían. Ruth les daba esos tiempos necesarios para lograr el encuentro deseado. Sabía escuchar, siempre dispuesta y atenta a aprender de esas mujeres. En tales encuentros, jamás usaba grabadoras o realizaba interrogatorios fríos; y no realizaba un registro fotográfico porque consideraba que todo eso hacía perder la conexión del momento íntimo.
A comienzos de los años 2000, inicia su investigación sobre la seda utilizada en variados ponchos del siglo XIX. Viaja a Catamarca en busca de un tesoro escondido en el monte, movida por recuerdos de la infancia paterna sobre la existencia de una mariposa que producía una seda silvestre, la seda del monte, la seda de Coyuyo. Le fue muy difícil romper con la desconfianza con que la miraban las mujeres de la zona, y ante la pregunta de alguna de ellas: ¿Usted quién es? Surgió la respuesta en boca de Ruth: “Soy maestra”, palabra simple y al mismo tiempo mágica que rompió esa barrera. A partir de allí, comenzó la amistad con doña Pabla Romero, surgieron las caminatas por el monte catamarqueño, el compartir un mate, una tortilla al rescoldo y, sobre todo, el escuchar esos relatos sobre una mariposa poco conocida. Los encuentros y las visitas se reiteraron y así fue gestándose Mujeres de Seda y Tierra, uno de los libros que Ruth más amó.
Ruth fue una gran maestra, de ella recibí, entre tantas enseñanzas, esa forma de encuentro con las tejedoras. Aprendí a observar y escuchar. Aprendí que las anotaciones, dibujos de referencia y reflexiones se hacen a la noche, en soledad al llegar al hotel, volcando todo lo que quedó de ese acercamiento. Aprendí que el momento del encuentro es sólo eso, es conexión. En su libro Azul Sagrado, cuadernos del Sahara, es donde mejor se puede apreciar tal metodología de trabajo. Esas anotaciones y dibujos eran la forma de compartir a la distancia, con sus amigos, las experiencias que estaba viviendo con referencia a los textiles africanos. Todo ese material fue la base del libro publicado años más tarde. (1991)
Y Azul Sagrado… fue el primer libro de Ruth que llegó a mis manos. Me lo regaló una ex compañera de colegio; ella pertenecía a un grupo de mujeres que tenía gran vínculo con Ruth, “Las servidoras”, quienes impulsaron la publicación de esa obra. En su primera hoja escribió el número telefónico de la casa de la doctora Corcuera y me dijo, llámala, es una gran mujer. Transcurrieron muchas semanas hasta decidirme a hacerlo, me preguntaba qué podía decirle, en ese momento me parecía inalcanzable. Finalmente llamé, y ella misma fue quien atendió. De una manera cálida y afectuosa escuchó sobre mi interés, mi curiosidad y mi incipiente pasión por los tejidos andinos. Me escuchó con la humildad que sólo tienen los grandes maestros, me aconsejó sobre cómo iniciar el camino y tras esa charla telefónica nació mi propia pasión por los textiles, una relación que hoy continúo.
A través del tiempo me llevó a conocer lugares y culturas del mundo a los que nunca he llegado en avión, pero a los que Ruth me transportó a través de apasionados relatos de sus experiencias vividas en cada uno de esos sitios inalcanzables para mí. Cualquiera que haya tenido la dicha de escucharla, sabe que sus relatos orales superaban ampliamente sus escritos. Historias repletas de pasión, con una memoria privilegiada que le permitía unir conocimientos de todo tipo referidos a un tema. Un cúmulo de leyendas, mitos y realidades que hipnotizaban. Puedo asegurar que quien disfrutaba de sus conversaciones perdía la noción de tiempo y espacio. Era como subirse a una mágica alfombra voladora y ver el mundo de los tejidos en su dimensión más amplia.
Ruth se definía como una historiadora con una especialidad difícil de encuadrar, pero siempre tuvo la fortaleza de seguir su ruta, sin importarle demasiado la aprobación del medio. «Yo sigo mirando al cielo, yo sigo mi camino […]», decía. Su tenacidad y convicción siempre fueron más fuertes y por eso llegó a ser referente indiscutible de temas textiles.
Entre su extensa bibliografía, la publicación de “Ponchos de las tierras del Plata” (1999) y su reedición ampliada “Ponchos de América, de los Andes a las pampas” (2017) hicieron de sus libros la fuente de consulta ineludible para esa prenda icónica de nuestra tierra. En ambos títulos conduce al lector hacia un viaje impregnado de referencias históricas, en un minucioso recorrido desde sus orígenes, materiales, diseños y técnicas de elaboración.
Compartiendo visita en casa de doña Berna Paz, posando junto a su telar. Santiago del Estero. 2006.
Su gran satisfacción siempre estuvo en sus discípulas y alumnas, sobre todo en aquellas que según decía, la superaban. Le gustaba abrir el camino para que otros lo recorrieran con ella, y lo continuaran. Maestra generosa, compartió su particular y profunda mirada sobre los tejidos y sobre el mundo. Una mirada mezcla de perplejidad, curiosidad, admiración, y respeto por sobre todas las cosas; de gran cariño por las personas que están detrás de esos tejidos. Una mirada que es y será una marca registrada. Una mirada que, desde donde ella esté, hará siempre que el mundo brille más.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios