La trayectoria de Andrée Moch (1879-1953) ha sufrido una doble negación en las historias del arte argentino, por su condición de mujer y de migrante, incapaz de ser “absorbida” por los discursos nacionalistas que han estructurado la disciplina. Activa participante de la escena artística argentina desde su arribo a Buenos Aires, Moch desarrolló una extensa carrera alejada de su tierra natal, marcada por su producción plástica y literaria, particularmente autobiográfica. En diversas instancias, la artista se refirió al grado de libertad y de creatividad que le había otorgado su decisión de trasladarse a una tierra extraña. Este tema constituye un elemento central de las memorias de Moch: la libertad creativa se logra mediante el desplazamiento en el espacio y mediante la alegría de encontrar un nuevo hogar lejos del propio lugar de nacimiento. (1)
Andrée Moch había nacido en París en una familia acomodada. Su próspera situación llegaría a su fin cuando su padre falleció. Después de esta pérdida, decidió formarse para convertirse en una artista profesional e independiente económicamente, primero en Burdeos y luego en la École des Beaux-Arts de París, que poco antes había abierto completamente sus puertas a las mujeres. Allí, se formó tanto como pintora como escultora. En 1905, durante sus estudios, expuso un relieve inspirado en el arte romano en el Salon des Artistes Français. Pronto, su amor por los viajes y su deseo de ampliar sus horizontes profesionales la llevaron a Inglaterra y España.
En 1907, Moch expuso en España con éxito. No conocemos las obras que la artista presentó en esa ocasión. Sin embargo, su temática es conocida: retratos y paisajes, pintados en Inglaterra y en España, sobre todo en el País Vasco. Los paisajes de la ciudad vasca de Fuenterrabía, donde vivió durante algunos meses, fueron uno de los puntos destacados de la presentación. Los títulos de las obras remiten a las tradiciones españolas y temas bien establecidos del arte español.
Después de la estadía española, Moch decidió viajar aún más lejos y se embarcó a Buenos Aires en 1908. Llegó con la vaga perspectiva de recibir un encargo para crear un monumento, en los agitados años previos a la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, cuando se erigieron varios monumentos a los “grandes hombres” de la historia argentina.
Aquí esperó meses a que el jurado encargado de valorar su maqueta para el monumento al Almirante Brown la visitara en su estudio. Sin embargo, Moch no consiguió el encargo. Pero, la artista, que era extremadamente ingeniosa, ya había comenzado a planificar sus próximos movimientos. Su paso por el País Vasco le ayudó a establecer vínculos con la comunidad vasca en Buenos Aires y poco después de su llegada se convirtió en colaboradora de La Baskonia, la revista de dicha comunidad en esta ciudad. Además, pocas semanas después de su llegada, organizó una exposición individual en la Galería Witcomb, que recibió críticas variadas.
En 1923, Moch viajó a Estados Unidos, experiencia que registraría en su libro Bocetos de mi viaje a Norte América. En Nueva York, la artista expuso en la Anderson Gallery. Si bien las obras que allí exhibió no han podido identificarse, conocemos una vez más su temática: retratos y paisajes de Argentina y Chile, incluidos de Tierra del Fuego. Paisajes que pintó luego de recorrer el sur y la región andina de Argentina y Chile. Allí, la incansable caminó y cabalgó hasta hallar las vistas que captaran, en sus palabras, el ir “de maravilla a maravilla” en los “Andes inmensos y cambiantes”.
Aunque Moch siempre se presentó como una vagabunda, incluso podemos decir una paria, evidentemente encontró en la Argentina una comunidad que valoraba su trabajo y finalmente se estableció de modo definitivo en Buenos Aires, ciudad que abrazó como una de sus principales fuentes de inspiración. Si bien no abandonó los paisajes más tradicionales, la representación de la agitada ciudad de Buenos Aires se convirtió en un tema clave para ella, tanto en sus pinturas como en sus escritos. El incipiente mercado del arte porteño estaba ansioso por adquirir las pinturas de colores vibrantes de lugares familiares de la ciudad, así como sus paisajes. Los lugares y la historia de Argentina habían reemplazado los viejos temas. Además, Moch encontró otra actividad muy rentable y socialmente valorada: pintar retratos, en especial dentro de la comunidad vasca.
Andrée Moch, doblemente negada en las historias del arte tradicional en Argentina, es una artista cuya obra es aún poco conocida, a pesar de haber sido indudablemente una figura relevante en su época. Para ella, el hogar era donde estaba su corazón: la República Argentina, que antes de su arribo había considerado un lugar tan remoto como misterioso.
Nota:
1. Para un panorama de este tema, ver Georgina Gluzman, Trazos invisibles: mujeres artistas en Buenos Aires, 1890-1923, Buenos Aires, Biblos, 2016.