Viaje negro azabache a un antiguo centro de la Tierra

Una vista del museo. Fotografía: Gentileza Whitby Museum.



Detalle del mapa con la red de accesos a Whitby. La imagen fue captada por la autora del artículo en la estación de trenes de esta ciudad.



Sorprende encontrar aquí la huella de Buenos Aires -y un lejano inicio del verano-, sobre la lápida de una tumba. Fotografía: Irina Podgorny.



Libro de aprendizaje de Henry Simpson, fallecido en 1741 con apenas 47 años. Tradicional familia de Whitby, los Simpson formaron parte de la Sociedad de Amigos de esta ciudad desde su origen. Hoy conservado en la Biblioteca y Archivo del Museo Whitby, este maravilloso testimonio muestra el nivel de exigencia que debían afrontar los jóvenes decididos a ser maestros del mar. Fotografía: Gentileza Whitby Museum.



Joyas en amonitas y azabache. Fotografía de la autora.



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

“Viaja mucho”- decía alguien que me conoce bien. “Conejo correcaminos”- dice otro, mientras, valija siempre lista, me río y preparo los pasajes para subir al tren o al avión que prometen conducirme a buen puerto.


Es cierto, viajo y sin tiempo para averiguar apenas algo más que el nombre del destino. Un método que – aprendí con los años – me da más resultados que las guías de viaje o el estudio previo de hacia dónde voy.   


“Vaya a Whitby –me recomendaron mientras visitaba la biblioteca y un congreso reunido en la universidad de Durham, en el norte de Inglaterra -, el museo vale la pena, sobre todo si le interesan los fósiles”. Y hacia allí me fui sin mirar el mapa de la ciudad ni averiguar por qué el tren demoraba unas tres horas para recorrer un trayecto de 100 km, algo que, así decía el itinerario, me obligaba a salir temprano y a regresar entrada la noche.


A Whitby se llega vía Darlington y la ciudad de Middlesbrough, desde cuya estación se avizoran el puente transbordador del río Tees (1911) y la decadencia del centro industrial y minero que alimentó de hierro las metrópolis y, de barcos, al mundo entero. De allí, del andén número 2, parte la línea del valle del Esk, que en su día formó parte de una red cuya mayor parte desapareció durante los recortes propuestos por Richard Beeching en la década de 1960 y en el marco de la reestructuración del sistema ferroviario de Gran Bretaña. Beeching, el presidente del Consejo de Administración de los Ferrocarriles presentó dos informes -The Reshaping of British Railways (1963) y The Development of the Major Railway Trunk Routes (1965)- donde subrayaba la necesidad de mejorar la eficiencia a través de su reestructuración. En el primero, identificaba 2.363 estaciones y 8.000 km de líneas que debían cerrarse, números que representaban el 55% de las estaciones, el 30% de la extensión de las rutas y la pérdida de 67.700 puestos de trabajo. Se proponía frenar las pérdidas producidas por la competencia del transporte por carretera así como reducir las subvenciones necesarias para mantener la red en funcionamiento. El programa, a raíz de su magnitud, pasó a denominarse el “Hacha de Beeching” y se ejecutó a pesar de las protestas. Han pasado 60 años y hoy, algunas líneas se han reabierto, otras se han conservado como patrimonio ferroviario, o han sido reconstruidas o incorporadas a la Red Ciclista Nacional. Algunas más se han convertido en tierras de cultivo o permanecen abandonadas sin planes de reutilización o remodelación. Otro ejemplo de cómo la historia desconecta lo que antes había unido y arroja a la periferia el esplendor de los que ayer se sentían en el centro del universo.


El transbordador de Middlesbrough. Una vista desde el tren, en pleno viaje hacia Whitby desde Durham. Fotografía de la autora. 


La ruta actual, de hecho, está formada por cuatro líneas ferroviarias antiguamente separadas. La primera, de Whitby a Grosmont, funcionaba con caballos y se inauguró en 1835, extendida hasta Pickering en 1836. Para 1845, se incorporaron las locomotoras de vapor. Ciento veinte años después, en 1965, el tramo entre Grosmont y Pickering, pasaba a manos privadas: la North Yorkshire Moors Railway, la primera de las compañías surgidas apelando al atractivo del pasado, es decir a los desechos de la economía y de la industria hasta hace poco florecientes.

 

La segunda discurría hacia el este desde Picton, donde se unía con la línea de Northallerton a Eaglescliffe. Se había construido por etapas, abriéndose al tráfico de minerales hasta Battersby en 1858 y al de pasajeros en 1861. El último tramo -entre Grosmont y Castleton Moor- se inauguró en 1865, cerrándose a los pasajeros en 1954. Desde Battersby, los trenes de carga hacia el sur para sortear las pendientes recurrían a un sistema de poleas y cruzaban los páramos de York para servir a las explotaciones de mineral de hierro de Rosedale y Farndale. En un principio, la línea debía enlazarse con la de Guisborough, que partía de las cercanías de Boulby, pero el desplome del precio del hierro hizo que todo permaneciera a medio acabar. En la actualidad, en Battersby sobrevive una línea ferroviaria con la forma de un cruce en "Y", con trenes que allí se detienen para que el conductor se mude al otro extremo del tren para poder dirigirse hacia Whitby a la ida o a  Middlesbrough en la vuelta. El tramo entre Battersby y Nunthorpe es el más joven: se construyó en 1864. El cuarto, data de 1854 y unía la zona que rodea las colinas de Eston y a varias canteras próximas. La línea del Valle del Esk sigue utilizando un sistema de señales manejado por los mismos maquinistas. Hasta mediados de la década de 1980, la línea de Whitby a Sleights tenía dos vías, pero estas se suprimieron cuando se anuló el bucle de paso del páramo de Castleton y, desde entonces, la frecuencia está dada por la llegada y la partida de los trenes de las líneas "ascendente" y "descendente" con el resultado que hoy, para llegar a Whitby, se requiere tanto o más tiempo que en el siglo XIX. El tren, de hecho, marcha a una velocidad semejante al tren diesel que, con el nombre de Chanchita, en la década de 1980 conectaba Villa Elisa con La Plata. Iba tan lento que más de una vez creí haberme equivocado y encontrarme en Escocia o quizás más lejos.

 

Cuando llegué, en la estación no sabían a qué museo me refería: me enviaban a ver la casa de James Cook –que aquí se formó y de aquí partió a recorrer los mares-, a la abadía, al cementerio y a los sitios vinculados a Drácula, otro indicio de que los tiempos ya no eran los de la exploración geológica o industrial del siglo del progreso. Al insistir, me indicaron doblar hacia la izquierda y luego subir una colina, en cuya cima, en efecto, se encuentra el Museo de Whitby, propiedad de la Sociedad Literaria y Filosófica, un organismo benéfico creado en enero de 1823, un año antes del establecimiento del Museo Público de Buenos Aires, época en la que este tipo de sociedades florecían en muchas ciudades británicas y en el resto del planeta.

 

Había sido fundada por un grupo de ciudadanos encabezados por el reverendo George Young, ministro de la iglesia presbiteriana, con el objetivo de mantener un museo especializado en fósiles, ya que "Whitby es la ciudad cabecera de un distrito en el que abundan las petrificaciones y que contiene no pocas antigüedades". El escudo urbano, sin ir más lejos, contiene tres amonitas, que también forman parte de los atributos con que se representa a Santa Hilda, la abadesa de Whitby (614-680). Hilda, frente a una plaga de serpientes, las habría convertido en piedra, lo que explica el nombre dado a estos invertebrados que abundan en la costa: piedras de serpiente, el origen de la industria artesanal local que también le da sentido a por qué los artesanos tallaban cabezas de serpiente en las amonitas que vendían como "reliquias" y prueba del milagro.

 

Como sea, el museo abrió sus puertas en septiembre de 1823. Las colecciones y los visitantes no tardaron en llenar sus dos salas. “Un espécimen espléndido de Ictiosaurio, hallado en los acantilados de la zona” se exhibía pagando una entrada de seis peniques por persona. Un cocodrilo fósil o Teleosaurus chapmani de la Formación del Lias se presentó como el ejemplar más perfecto de todos los conocidos.

 

Los fósiles y la naturaleza local -en un modelo repetido en el resto del mundo- empezaron a convivir con los objetos procedentes de las geografías más remotas gracias a los empeños de los marineros que salían y volvían a Whitby, uno de los puertos más importantes de la Inglaterra de entonces. Desde 1827, un ejemplar de Plesiosaurio, los restos prehistóricos de la cueva de Kirkdale, las inscripciones romanas, una momia egipcia, una bula papal, las cabezas tatuadas de Nueva Zelanda, un modelo de “Resolution”, el barco del Capitán Cook, la mano de la Gloria, el gabinete de Mary, reina de Escocia, empezaron a integrar el elenco de objetos que se podían visitar de 10 de la mañana al atardecer. Estaban ubicados en el edificio que se destinó al museo en la planta superior de una construcción situada en el paseo marítimo de Whitby que pronto, y gracias al ferrocarril, se convirtió en un balneario de moda. Este emplazamiento estratégico lo transformó en una atracción de primer orden, visitado entre otros por Lewis Carroll, George Eliot y Bram Stoker, quienes aparecen en el Libro de Visitas. En 1890, se sabe que Stoker, quien, como sus personajes, adoraba pasear por los acantilados de la zona, consultó los libros de la biblioteca situada en la planta baja del museo, entre ellos leyó un informe sobre Transilvania: An Account of the Principalities of Wallachia and Moldovia de William Wilkinson (1820). El cementerio con sus lápidas en arenisca y nombres borrados por el viento, el puerto y las ruinas de la abadía de Santa Hilda, harían el resto. Sin los trenes, sin los fósiles del museo, Drácula, quizás, nunca se hubiese despertado.


 

El reino del azabache

 

Por otros caminos, las colecciones del museo crecieron e incorporaron plantas, caracoles y mariposas, escarabajos y peces, así como los objetos que ilustraban la historia de Whitby, entre las que se cuentan algunas maquetas. En 1924 se tomó la decisión de construir una sede nueva y más grande en Pannett Park –su emplazamiento contemporáneo- inaugurada en agosto de 1931. En 1950 se añadió una biblioteca para albergar la colección de libros, archivos, manuscritos y objetos efímeros relacionados con Whitby y su distrito. El ala Chapman cobija la colección de maquetas de barcos y objetos relacionados con el capitán James Cook y la industria ballenera de los siglos XVIII y XIX. En 2005, una ampliación duplicó el tamaño del edificio con una galería para exposiciones temporales, una sala de conferencias, un almacén, una galería de trajes, talleres, almacenes y un salón de té, sin comprometer el carácter "eduardiano" de la sección más antigua donde los fósiles de reptiles y reptiloides tapizan las paredes vecinas a los espacios dedicados a las ballenas y al famoso azabache de la región.

 

Whitby, de hecho, hizo de la abundancia de este material otra industria prominente. Se trata de una variedad – muy escasa en el mundo- de carbón húmico formado en los periodos jurásico y cretácico, originado a partir de troncos de árboles de las familias de las araucarias y de los pinos primitivos enterrados y sometidos a altas presiones. El museo contiene muestras de su utilización como piedra semipreciosa, combinada con acero, pero también con las amonitas de la región. La colección da cuenta de los distintos momentos históricos del mundo moderno cuando el azabache estuvo de moda: el primero, durante el reinado de Isabel I (1533-1603), que adornaba sus vestidos en blanco y negro, con cuentas y joyas de azabache, camafeos, broches, colgantes y collares. A mediados del siglo XVIII, el azabache se impuso como joya tras el fallecimiento de la reina madre para alcanzar su apogeo durante los cuarenta años de luto de la Reina Victoria por el príncipe Alberto. Victoria ya había llevado un collar de azabache como parte de su duelo por la muerte de la princesa Victoria de Sajonia-Coburgo y Gotha en la década de 1850 pero a partir de su viudez, tanta fue la demanda de azabache, que los artesanos de Whitby debieron importarlo desde Asturias, estimándose que el comercio de material de origen español llegó al millón de kilos.

 

A partir de la década de 1870, la moda y la industria del azabache empezó a disminuir: de los más de mil trabajadores que había en Whitby se pasó a 300 en 1884. Los joyeros, en vez de intentar adaptarse a la moda de la época, mantuvieron los estilos existentes, lo que hizo que la demanda cayera aún más y se transformara en baratijas para turistas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, quedaban tres joyeros en actividad. Su muerte llevó a la extinción de este ramo de la artesanía local que hoy, como Drácula, revive gracias al turismo, el cine y la literatura.


Había llegado buscando fósiles pero dejé Whitby convencida de haber visitado un antiguo centro del mundo, una ciudad que hoy atrae a jubilados y a los peregrinos de la literatura del siglo XIX. Quien visite su museo, quien abra bien los ojos, se encontrará con esos collares que engarzan la industria del siglo XIX con los fósiles de animales y vegetales de eras geológicas diferentes, pero también a Drácula con una biblioteca de un balneario ballenero y con el fin de una era. O de varias. Whitby, a fin de cuentas, es un claro ejemplo de cómo los intereses de una sociedad se combinaron con los de los viajeros literarios y científicos, con los de los turistas que llegaron en los trenes surgidos de la importancia económica de una región que, hoy, lo ha perdido casi todo. 


 

* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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