Nada como el fuego para ilustrar la impermanencia. Heráclito de Efeso lloraba al descubrir la imposibilidad del hombre para encontrar una verdad que se sustrajera al eterno fluir de la existencia y usaba al fuego como imagen de la naturaleza cambiante de las cosas, de su tránsito siempre vertiginoso. No obstante, en ese final sin cierre hay un gesto inaugural que anuncia un fluir que se renueva. En 1963, Marta Minujín invitó a un grupo de artistas a intervenir en todas las obras que había realizado hasta el momento para luego destruirlas primero con un hacha y luego al calor de la llama de Heráclito. La destrucción no fue entonces un punto y aparte, sino un proceso liminar del que surgió como una artista distinta, pero no del todo diferente. “No estamos para justificar ni inclinarnos ante nada, pero sí para elegir, enloquecer, arriesgar ilimitadamente hasta encontrar la propia imagen” decía la joven autora, y el acento en la acción, la traslación del gesto a un acto fuertemente conceptual, pero con la misión inequívoca de transformar la vida en arte, la convirtieron en una autora polifacética, afortunadamente inclasificable e intensamente sorprendente.
Y si La destrucción constituyó su primer gran Happening y selló el comienzo de un camino en el que ya no existieron lindes entre vida y arte, Casamiento con la eternidad no señala una meta alcanzada, sino que promete un “y vivieron felices para siempre” mirando al futuro con los pies en el presente. Evento participativo organizado por el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA, en el que la artista celebró sus ochenta años, la experiencia fue, una vez más, una celebración de lo ilimitado. La protagonista llegó y se fue del mismo modo: subida a un colectivo de la línea 67 cuyo cartel de destino rezaba “Malba, eternidad” y su ya clásica proclama “Arte arte arte”. Lo cotidiano y lo excepcional rompiendo sus moldes.
Hilarante y provocadora, Minujín ríe frente al fuego que devora su obra, en La destrucción, su primer gran happening, en 1963.
Vestida de novia con un diseño firmado por Jorge Rey, se mezcló entre los doscientos invitados como una explosión de color en una marea negra. Todos los presentes debían acudir siguiendo un código de vestimenta que imponía un negro riguroso, casi un traje de luto para festejar la vida y superar a la muerte. Este año, se conmemora el cincuenta aniversario del fallecimiento de Pablo Picasso, a quien Minujín homenajeó con una escolta de diez jóvenes cuyas caras estaban pintadas con figuras cubistas. El pasado mostrando su vigencia en un presente que le roba minutos al futuro.
Al ritmo del vals más famoso de Strauss, Minujín invitó a los concurrentes a “vivir en arte” y los desafió a formar parte activa de la celebración a partir de diferentes instrucciones pensadas para la ocasión a fin de generar acciones participativas que bien podrían pensarse desde el situacionismo artístico y de las teorías de la estética relacional mostrando que no hay nada superado en el arte de acción de décadas pasadas y que nunca se agota esa veta lúdica y celebratoria que tan característica hace a su obra y sobre la que ya hablaba Gadamer cuando comparaba a la obra de arte con la fiesta, por su capacidad para gestionar su propia temporalidad, y con el juego, por esa necesidad del otro, por el inevitable cambiar a través de compartir y competir.
Vestida de novia y arriba de un colectivo de la línea 67, en Casamiento con la eternidad.
Una fiesta, un juego, una performance… un dispositivo complejo en el que artista y público se unen en un cruce espaciotemporal en el que se despliega la obra a la vez que se manifiesta la necesidad extrema de los cuerpos: sin la presencia compartida, sin el cuerpo del espectador activado en los sentidos de la vista, pero también del oído, del olfato y del tacto, se disuelve la obra. Y esa búsqueda del otro, del estar-con sin miedos y sin concesiones es la impronta capital de una de las artistas que supo acercarle a la sociedad argentina y al público internacional la disrupción de la vanguardia y la complejidad del arte contemporáneo a partir de una mezcla indefinible entre lenguajes pop, kitsch, un accionismo fuertemente tecnológico por momentos y profundamente sensible a lo natural por otros, y una vocación de renegociar permanentemente los lindes de la vida y del arte con un humor lúcido que nos hace encontrarnos en el fondo de sus obras.
“El ser humano moderno ya no sabe jugar”, decía Giorgio Agamben en el texto “Profanaciones”. Con el arte de Marta Minujín, la finitud de la vida se vuelve un juego en el que no importa ganar, sino tan solo pretender el infinito.
Icónica, Marta Minujín frente a una multitud que la escucha en una entrevista pública por Rodrigo Alonso, como vemos en el reflejo de sus clásicos anteojos.
Casamiento con la eternidad (MALBA. Canal de Youtube): VER VIDEO
Marzo de 2023.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios