En los últimos años, y a un ritmo cada vez más intenso, la feria de arte contemporáneo se ha convertido en una experiencia voluntariamente híbrida. Por un lado, se presenta como un espacio de oferta comercial eficiente, que obtiene su fuerza de la convergencia de actores del mercado que, en suma, posibilitan la concentración de la atención de todos los espectros de la recepción que de otro modo estarían fragmentados. En la feria de arte entendida como instancia intermediaria calificada para el intercambio a gran escala, coinciden las expresiones artísticas que ya han ganado un espacio de reconocimiento en los circuitos del arte y las tendencias emergentes, que encaran igualmente al comprador eventual y al coleccionista, al inversor particular y al gestor institucional que busca ampliar el patrimonio.
Es un lugar común señalar que la referente nacional indiscutible en esta materia es ArteBA, que en su última edición mostró el necesario músculo para afrontar un escenario incierto. Los medios ya han dado cuenta de la variabilidad de los precios en los que se concretaron las diversas operaciones (brecha, por cierto, muy favorable si hay una pretensión consciente de ampliar el sector de la demanda), así como del entusiasmo generalizado de quienes participaron como parte de la oferta y señalaron la eficacia comercial de esta edición, en la que cohabitaron piezas con precios cercanos a los u$s 350.000 y trabajos instalados en la zona de los u$s 200. La feria supo repetir los aciertos de su puesta anterior y combinó certeramente aquellas propuestas que, acompañadas en su amplia mayoría por autores del repertorio consagrado de nuestro arte, siguen sosteniendo la noción del “valor refugio” con aquellas que, en cambio, operan a partir de la “inversión” y presentan artistas emergentes o con poca trayectoria comercial que suponen una apuesta a futuro. Este equilibrio parece asociarse muy bien con la renovación del perfil del comprador de arte, más ecléctico en sus gustos y osado en las operaciones.
Al mismo tiempo, y muy lejos de presentarse simplemente como un formato comercial de alto impacto mediático, la plataforma ferial se sostiene desde una gestualidad curatorial que comienza con un comité de selección de espacios intervinientes y concluye con la presentación razonada de quienes integrarán la edición y sus programas laterales, convirtiéndose en un recorte conceptual que pretende registrar la escena artística local de manera multifocal: expone la vigencia o historicidad de determinados estilos, presenta sus posibles líneas de continuidad o las discontinuidades, y concita la atención del paseante curioso y el público del arte, que confluyen en un “evento cultural” performático que ya supo construir ciertas estabilidades.
Dividida a grandes rasgos en dos secciones, aunque los cruces que podrían habilitarse son vastísimos, “Utopía” concentra las búsquedas más experimentales mientras que el sector llamado “Principal” permite el diálogo entre espacios y autores con un recorrido profesional sostenido. Aquí, y desde un recorte caprichoso más producto de la flânerie del momento que de una exploración sistematizada, el ojo se topa con los trabajos fuertemente matéricos de Antonio Berni, cuyo óleo “La carnicería”, presentado por la Galería Sur recuerda, sin deberle nada, a la gestualidad exacerbada de Chaim Soutine. Es inevitable su conexión con la instalación de Mariana de Matteis (Diego Obligado Galería de Arte) y un memento mori “terroso” que acompaña al detritus de la res de Berni y al mensaje inequívoco de las mariposas congeladas de Andrés Paredes (Cott). El extrañamiento de ecos surrealistas que no llegan a instalarse como un estilo en las piezas de Emilia Gutiérrez (Cosmocosa), conversa con las indagaciones de Mildred Burton (Calvaresi), más ceñida a la línea que a la densidad de la materia, y que se exhibe en el mismo stand que la geometría elegante de Germaine Derbecq. Sus patrones estrictos, pero sensibles, generan una rítmica casi hipnótica que se pone en fase con las “Alfombras” de Nora Aslan, un cruce potente de interrogantes sobre las nociones de tradición, manufactura y placer contemplativo. El mismo espacio, Gachi Prieto Arte Latinoamericano Contemporáneo, nos devuelve a ese clima de sugestión antes citado de la mano de Lula Mari, cuya construcción figurativa juega entre clasicismo y “neo metafísica”, y contrasta con los trabajos conceptuales de Andrés Denegri (Rolf Art), que encaja el registro fílmico en una clave estética que también reflexiona sobre la cuestión del dispositivo. Y, sin lugar a dudas, el Kitsch, que casi como una clave de época reclama una multi territorialidad que pica entre las famosas “Monas” de Edgardo Giménez (MC galería), las hiperbólicas canastitas de costura con neón “Made in China” de Dolores Cáceres y la inesquivable “Turno noche” de Marcia Schvartz (W-Galería).
Los impulsos del arte, sus pretensiones comerciales, sus raíces específicamente locales y sus proyecciones internacionales se dan cita en una convocatoria que tonifica nuestra diaria a partir de la multiplicidad de perspectivas que se asoman, y la fuerza de un fenómeno que no se contenta con instalarse como referente de la periferia, sino que busca tomar la delantera cuestionando la unilateralidad del tiempo y yendo, desde el sur del mundo, en busca de todos los presentes del tiempo.
Septiembre de 2023.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios