El pasado 5 de julio tuvo lugar la subasta de la “Colección Bruzzone - Episodio 1” en Roldán. Fue sin dudas un “evento”, término que en una de sus acepciones significa: «Suceso importante y programado, de índole social, académica, artística o deportiva».
Pocas veces vi tanta gente concurriendo a una subasta de arte. Quizá habría que remontarse una década atrás o incluso antes. Autos con balizas sobre la calle Juncal. Raudos ingresos a la sala, algún tapado de piel. La noche comenzaba. Desde ya coleccionistas y compradores, pero también artistas y galeristas y representantes de instituciones, como el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), la Americas Society de Nueva York y la fundación arteba.
Roldán se ha empeñado, y entiendo que con éxito lo ha logrado, en realizar subastas que dejan una huella.
La primera colección en resolver subastar obras fue la de Joaquín y Abel, impulso al mercado secundario [1], tan necesario en un mercado del arte.
El segundo hito fue, en mi opinión, la subasta de Roberto Jacoby, de la cual subsiste para mí un manifiesto arrepentimiento; no haber pujado por la obra “Yo tengo Sida” de los Fabulous Nobodies.
Finalmente, obras de la colección de Gustavo Bruzzone.
El resultado de la subasta de la Colección Bruzzone fue un éxito, no sólo por la convocatoria sino también por las ventas. Récords de artistas alcanzados por varias obras. Así, “La torta”, famosa escultura con peluches de Cristina Schiavi (1993), un reflejo metafórico u homenaje a sus compañeros desaparecidos bajo el accionar de la dictadura. También por el “Vitreaux de San Francisco Solano”, del Marcelo Pombo, la obra más cara de la noche. Esta obra del año 1991 (constituida por bolsas de nylon, cinta de embalaje y esmalte sintético sobre aglomerado; medidas: 80 x 100 x 9 cm), se inspira en una escuela en San Francisco Solano, donde Marcelo daba clases a chicos con capacidades diferentes. Los vidrios se rompían y frente a la falta de recursos solo quedaba cubrir las ventanas con bolsas. Tal como en una entrevista Marcelo señaló: «Y me sentí identificado con la actitud de la pobreza en ese momento. Me influyó mucho la alegría que estos chicos tenían aún en las peores condiciones y ahí tomé distancia del arte comprometido. Me pareció que esa era la mirada de la clase media o de una población pobre que quiere atraer a la clase media con la lágrima y el dolor. Y a mí me parecía que lo propio de la pobreza era olvidarla y celebrar la vida. Tengo una posición más proletaria con eso. Si Juanito Laguna fuese artista no pintaría la miseria ni tampoco un balde de pintura. Haría algo lindo para su casa, con brillitos, ¿no?».
Ambas dos, prueba de la esencia del arte de los años 90, tan malinterpretado y calificado de light por el crítico Jorge López Anaya, mientras que Jorge Gumier Maier -también con récords en la subasta- lo reivindicó de “bright”.
La famosa obra “Qué feliz soy con mi galle preferida” (1997) de Martín Di Paola tuvo un rally alcista y “El arte postal o Pablo Suárez” (1995), de Edgardo Antonio Vigo, quintuplicó su valor. También hubo récords para Sebastián Gordin, con sus maravillosas maquetas, como aquella de Ciudad Evita.
Experimenté en carne propia el frenesí de la subasta, no solo por el sentimiento sino también por el sufrimiento.
En el primer caso, mientras con una mano filmaba el récord del “Vitreaux de San Francisco Solano”, sellado por el martillo de Nahuel Ortiz Vidal, con mis pies rompía una copa de champagne que olvidé bajo mi silla, sonido que quedó registrado en el video, como parte de la euforia que se vivió en el recinto.
La parte del sufrimiento se la dejo a los lotes por los que pujé pero que no logré alcanzar (además de la “Galletita” y la postal de Vigo, “Tu mirada me acompaña”, de Feliciano Centurión y “Los 60 no son los 90” de Rosana Fuertes). Mis felicitaciones al o la compradora. Aclaro que la intención no era llevarme todas sino una. Pero mis pujas fueron sucesivos fracasos y, tal el éxito de la subasta, que no pude alzarme con el último lote que para mí era el de Vigo.
Más allá de esto, mi felicidad perdura, por haber presenciado la subasta, pero también por lo que, en mi opinión, significó para el mercado del arte local, resultado que se alcanzó merced a un trabajo previo y sostenido de artistas, galeristas y del coleccionismo; el de instituciones y ferias; y el de historiadores y curadores.
Nota:
1. Nota del editor: en alusión a pasar de la venta en galerías a la venta en casas de subastas, del mercado primario al secundario.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios. Buenos Aires, 11 de julio 2023.