Mate porteño. Buenos Aires. Último cuarto del siglo XIX.

Precioso ejemplar de la orfebrería porteña republicana. El recipiente, formado por dos mitades -presenta un soaje en su ecuador-, con su superficie bruñida reúne una decoración de inspiración fitomorfa que a modo de guirnalda recorre ambas secciones en espejo. Lleva dos iniciales de propiedad: “L de C”. En su boca, apenas sobreelevada, una mediacaña. Bajo el cuenco, una corola de hojas, y de inmediato el astil con un nudo central cincelado, el que se apoya sobre otra corola y la propia base, “tipo cáliz”, acampanada, bruñida, repujada y cincelada. 

Medidas. Alto: 17 cm. Peso: 260 gr. 

Ex colección Elisa Peña.

El crecimiento de la ciudad, con los grupos económicos más poderosos viviendo en su apogeo ante la llamada generación del 80, provoca un cambio de hábitos, de nuevas costumbres asociadas al consumo de las clases altas europeas. El arte, el mobiliario, la arquitectura reciben esa atracción por el lujo que, en la orfebrería, se expresa con particular énfasis en el mate, cuyo carácter utilitario desaparece y se convierte en un símbolo de pertenencia. 

Frente a este nuevo consumo, los maestros plateros encuentran una nueva oportunidad para manifestar todo su arte, y el mate adquiere el carácter de una escultura donde se plasma la técnica junto a la creatividad de estos artífices. De esta época se conocen maravillosas expresiones como el ejemplar que aquí presentamos, conservado en la colección de Elisa Peña, heredera de esta pasión que también cultivaron su padre y hermano, ambos de nombre Enrique. Los Peña lograron reunir una maravillosa colección de platería e imaginería virreinal y criolla, y biblioteca. Elisa recibía a los anticuarios que con afán le buscaban las piezas de platería más interesantes, así la recuerda un familiar. La obra cumbre de aquella colección fue el primer libro impreso en nuestro territorio, del jesuita misionero Juan Eusebio Nierember, “De la Diferencia entre lo Temporal y Eterno”, editado en 1705 en las misiones jesuíticas; lo donó entre otros muchos títulos, al Museo Enrique Udaondo de la ciudad de Luján. Algunas de sus obras fueron llevadas a remate en la década de 1990 y nosotros tenemos el privilegio de ofrecer dos de ellas ahora.