Nacido en 1898, su nombre completo era Carlos Justo López, pero la pérdida auditiva le dio su auténtica identidad, «el Sordo López», hoy tan reconocida a través de sus piezas. Siendo un cincelador excepcional, elaboró especialmente cuchillos, rastras y tiradores con un repertorio decorativo único, el que también supo aplicar en algunos «chapeados» que despertaban admiración entre el público en desfiles y concursos de emprendados, arquetipos de los denominados recados de la costa, versión heterodoxa de la equitación criolla nacida en el siglo XX, no aceptada por los tradicionalistas más apegados a las viejas usanzas.
Su magistral aplicación de los cinceles, exuberancia de un arte único -con similitudes y diferencias a la maestría que Dámaso Arce convirtió en el estilo olavarriense- hizo de su historia de vida un mito. Con muy escasas referencias biográficas se conoce su paso por Necochea y Tres Arroyos, en aquella asociado a Diez, como lo indica el punzón con el que sellaba las piezas creadas en esa época: López y Diez. Y desde esos datos precisos, aunque sin minuciosidad cronológica, los rumores derivan hacia situaciones drásticas, como por ejemplo: «llegó a Tres Arroyos huyendo de una muerte, y en esa ciudad bonaerense buscó ocultarse; así se explica que no firmara sus piezas». Para otros el problema fue una deuda de juego, y también hay quien sostiene que el motivo de la mudanza resultó ser una pelea con una hija.
Siempre motivados por conocer la vida de nuestros maestros artesanos, nos propusimos rastrear su pasado dispuestos a navegar en ese mar de dudas. Y el recorrido se tornó fascinante, acudiendo incluso a testigos presenciales. Una investigación que sigue abierta, pero que ya nos brinda la posibilidad de compartir información hasta aquí desconocida, aunque queden zonas aún no develadas.
En la “prehistoria”
Sin datos comprobables, nos cuentan que había nacido en el partido de Tres de Febrero -en el Gran Buenos Aires- y Perico Medina, el platero tresarroyense, recuerda que su maestro y discípulo del propio López, Juan Francisco Soriano -Pancho-, comentaba que había aprendido a trabajar con los metales en un taller de fundición de estatuas de bronce, en Buenos Aires, donde los detalles cincelados los hacía él.
En nuestro listado de plateros -labor de investigación que iniciamos hace más de veinticinco años- tenemos una referencia que bien vale acercar: «discípulo avanzado de Bernardo Delgado, platero de Tres Arroyos». [1] Quizás tenía su formación de cincelador, como afirmaba Pancho Soriano, pero no de platero, y en el comercio de Delgado aprendió los secretos del oficio, los que en armonía con su dominio de los cinceles derivó en un estilo inconfundible. Nos afirmamos en esta idea al anoticiarnos que Delgado no era platero, sino el comerciante titular de una firma que entre otros rubros, disponía de una sección de platería. Con una demanda tan firme en aquellos años, debe haber contado con un oficial platero, responsable de las obras encargadas y, además, autor de buena parte de las piezas exhibidas en su negocio. De ser correcta nuestra hipótesis, este le habría enseñado a López y la frase “aprendió con Delgado” debería ajustarse a “aprendió en la casa de Delgado”.
Lo cierto es que, muy vinculado a esta ciudad, también se relacionó con Francisco Quintela, titular de un próspero negocio, joyería y relojería, denominado La Argentina [2], fundado en 1897. Quintela supo atender una importante red de clientes que se extendía por esta rica zona rural.
Sin pistas muy firmes nos inclinamos a pensar que en los años cuarenta del siglo pasado ya concurría con frecuencia a Tres Arroyos, donde había establecido lazos comerciales con los dueños de los punzones que por entonces distinguían a esta ciudad: Delgado y Quintela. Quizás viajaba con frecuencia en tren y en esta ciudad bonaerense tomaba pedidos y entregaba trabajos. Ya en la década siguiente lo encontramos afincado en Necochea. Así lo cuenta una de nuestras entrevistadas, Marta, esposa de Julio Ordoqui, quien supo desfilar con el emprendado de pasadores que Don Ángel, su padre, le había encargado al Sordo López.
En Necochea
Marta Biscaysaqu, de Necochea, recuerda que su suegro -acompañado por su esposo- le encargó el recado por los años cincuenta; por entonces López tenía su taller en el primer piso de la vivienda de su hija en la ciudad balnearia. Y en la conversación nos sorprende con una historia hasta aquí desconocida: años antes él había atravesado una crisis, se había hecho caminante, croto... «Su hija lo rescató, y junto a su esposo le armaron el taller en la planta alta de la casa». En ese momento firmó sus piezas con la marca LOPEZ Y DIEZ, e incluso indicó en muchas, NECOCHEA. Diez era su yerno, un hombre con buenos recursos económicos que supo ayudarle.
Marta precisa que en ese tiempo estaba vinculado a Delgado, de Tres Arroyos, y el recado que ensillaba su esposo -indica, advirtiendo que también fueron obra de López algunos emprendados muy costosos-, lleva las labores de cuero hechas por Don Ángel Castiglioni, soguero de aquella ciudad, la capital provincial del Trigo. «López le hizo a mi esposo, además, la rastra y el facón -dice-, esos sí eran muy importantes. Una vez los llevamos con mi hija a Juan Carlos Pallarols, en Buenos Aires, y quedó impactado».
«Aquí en Necochea se mencionan siempre dos emprendados muy importantes hechos por este platero; el de Coco Dindart y el de Ravelino, de Mar del Plata, un recado que después pasó a manos del doctor Illia de Benito Juárez. Mi esposo desfilaba y participó varias veces en la Fiesta del Emprendado, en Mar del Plata, organizada por Héctor Decuy; si hasta ganó el primer premio en la primera edición. Fuimos varios años».
En Tres Arroyos
Dispuestos a develar tantos misterios, viajamos a Tres Arroyos y allí entrevistamos a Marcela Díaz Balladares, quien lo conoció y mucho. Su relato se ensambla con los dichos de doña Marta y así se va corriendo el velo que tapaba la biografía de este enorme platero.
«En los años sesenta -asegura Marcela, apoyada en la memoria de su madre-, llegaba en tren a Tres Arroyos [3], para trabajar en el taller de Delgado, cuando éste se encontraba en la esquina de Chacabuco y Lavalle. Ahí tenía su local, Talabartería El Sol, con dos caballos donde exhibía los aperos; a esos caballos los había hecho el soguero Ángel Castiglioni, no eran embalsamados, ni de fibra de vidrio, como los que se ven ahora. López también traía sus trabajos ya hechos, y se llevaba otros...»
«Frente a la estación tenía un local mi suegro, nos cuenta Marcela, un hombre parco, duro, pero se hicieron amigos; tenía un bar y una fonda, y él solía quedarse a dormir allí [4], hasta que, en 1964, compró una casa y al poco tiempo se la vendió a mis padres. López estaba en una situación difícil, se había peleado con una de sus hijas y les propuso que compraran la propiedad y le permitieran continuar con el taller; él construiría una habitación para vivir ahí. Fue un momento muy complicado para López y para mis padres, les dijo que si no la compraban se tiraría bajo un tren. En la escritura de aquella venta -la miré anoche-, sorprendente, no están los documentos de identidad de ninguno, y Don Carlos -así lo llamábamos- declaró que estaba separado desde hacía treinta años de Dominga Arce». (5)
Verijero con exquisita labor de cincelado. El punzón «López» despierta una duda: ¿lleva solo su nombre desde el origen del mismo, o lo modificó eliminando «y Diez», como lo hemos visto en otras piezas? Colección particular.
«Mi madre -Derlis Ruth Balladares, así con b larga- recuerda que, cuando López se refería a Diez, su yerno y de mayor edad que él, decía “el viejo este”, aunque lo había ayudado y eso no lo olvidaba. Diez falleció y su hija tuvo un segundo marido, un militar. Ella nunca se comunicaba para saber cómo estaba su padre, mi mamá la llamaba por teléfono y le contaba... En 1980, pocos meses antes de que cumpliera mis quince, lo vinieron a buscar y con un camión se llevaron todo del taller -la laminadora y la mediacaña también-, hasta la caja fuerte, inmensa, donde guardaba las piezas en proceso, materiales, dibujos, fotos... También se llevaron el cuchillo de oro con hoja Arbolito que le había hecho a mi madre. Para mí fue el abuelo del corazón. Lo recuerdo en su taller, “El fogón”, así lo llamaba, y sentado en la cocina jugando al solitario y tomando té antes de la cena. Le teníamos que gritar, estaba muy sordo y no usaba audífono. Me hizo un anillo con aplicaciones de oro, y a mi hermana le regaló una pulsera, como la que le había hecho a María Félix, con eslabones calados; recuerdo que entre las escenas que había cincelado estaba el picaflor con la flor y una paisanita bailando con el pañuelo entre los dedos y qué hermoso, el vestido con sus pliegues».
«En el taller, en casa, hizo el emprendado de Santos, de Bahía Blanca», nos cuenta. Por nuestra parte agregamos que a ese recado lo exhibimos en la muestra El gaucho y su cuchillo, en el único museo de la cuchillería existente en España, en Albacete. Fue el asombro de los visitantes.
Siempre acudiendo a la fuente de su madre -«cuando está bien, recuerda mucho», nos aclara su hija-, «vi las fotos, hizo el recado de Perón y ella cree que se lo regaló a un religioso, Feliciano... no recuerda el apellido».
En Tres Arroyos, queda claro por los testimonios presentados, trabajó en el comercio de Bernardo Delgado, que tenía un taller de platería, y más adelante, en su propio espacio, en el taller de su casa donde no contó con ayudantes; lo hacía todo en solitario, salvo los trabajos en cuero, que se los encargaba a Castiglioni. Y ya lo hemos anunciado, también trabajó para Francisco Quintela; aquí ingresó de aprendiz Francisco Soriano, con apenas 14 años, y se transformó en discípulo de este magistral cincelador. Su paso por esta joyería y platería queda además testimoniado por un maravilloso cuchillo de cintura que lleva su impronta y posee la marca de esta casa tresarroyense, certera prueba de aquel vínculo. La Casa Quintela tuvo al frente a su fundador hasta 1925, cuando falleció, y lo sucedió su hijo, el primigenio, Francisco Pancho Quintela (h).
A nuestro entender, Carlos López, el destacado Sordo López, se inició en la platería en Tres Arroyos y también en esta ciudad elaboró sus últimos trabajos, después de haber trabajado durante algunos años en Necochea. Ya octogenario y alejado del oficio regresó a esta ciudad y allí murió, se dice, en 1988.
Sus aperos desfilan y concursan
Entre los que hemos logrado referenciar, quizás el más antiguo sea el que le preparó a Víctor Aizpurúa en la década de 1940. Después hizo el de Coco Dindart, un tropillero de reservados que supo lucirse con el emprendado que le armara el Sordo López, un sorprendente “recado de la costa”, muy abundante en lujos de plata y oro.
Coco Dindart luce sus galas en un desfile tradicional.
Por esos años también construyó un emprendado que provocaba suspiros, el que le encargara Ravelino, de Mar del Plata, años más tarde en poder del doctor Illía, de Benito Juárez. Y como nos confesara su esposa, el juego de pasadores cortos de Ángel Ordoqui, de Necochea, todos ellos acompañados de las prendas del jinete, en el caso de Ordoqui, con el facón y la rastra con su tirador.
Ya instalado en Tres Arroyos, se sabe que armó varios, en general con el punzón “B. Delgado” -seguramente, encargados en este comercio- y otros sin marca de autoría. Y en su taller de esta ciudad, supo crear otro de los más lujosos, el que le encomendara Julio Santos, de Pedro Goyena, una localidad cercana a Pigüé. «A Santos lo vi ensillado con este recado en 1975, en el desfile que organizaba en Coronel Pringles el fortín “El fogón de los gauchos”», nos comenta Julio Biocca, un tradicionalista bahiense radicado en Tres Arroyos.
Un tándem de lujo: López y Castiglioni
Ángel Castiglioni (1913 – 1997) fue un maestro en las artes del cuero; hijo de un carrero aprendió los secretos del oficio de soguero y talabartero “aprontando” los arreos y demás correajes que su padre necesitaba para realizar las travesías con las bolsas de cereal hacia la estación del tren. «Trabajó desde chico -ahora es su hija Betina quien nos describe su historia de vida- junto a su papá, mi abuelo; él le enseñó lo básico del cuero y con mucha dedicación armó su propio comercio -llevaba su nombre, Talabartería Castiglioni [5], y estaba en Hipólito Irigoyen y Solís, acá en Tres Arroyos-, era su pasión; si le cuento que trabajó hasta 1996, con ochenta y tantos años.
«A López trato de recordarlo, pero no, es imposible, yo era muy chica. Tengo en la memoria, eso sí, que siendo una niña me llamaban la atención los olores. El taller de mi padre estaba en una esquina, y atrás, hablo de los años 1968 o 69, estaba el lugar donde trabajaba un platero, creo recordar que se llamaba Blas González... Pero a él no lo recuerdo».
«Tres Arroyos fue una ciudad que supo reunir una importante cantidad de hombres de a caballo luciendo buenas pilchas -es ahora Julio Biocca quien nos cuenta-, y muchas salieron de esa dupla; aunque López no sólo acudía a los cueros de Don Ángel Castiglioni, que en ese tiempo usaba alumbre -salvo en los lazos y en alguna otra prenda-, como lo indicaba la moda, y su soga era blanca».
Muchos de los encargos llegaban a la casa de Bernardo Delgado, una especie de almacén de ramos generales, y esos compromisos de compra marchaban hacia los talleres de López y de Castiglioni; cada uno hacía lo suyo y al fin, el emprendado llevaba el punzón “B. Delgado”. Algunos de ellos todavía distinguen a sus propietarios, en general, jinetes tradicionalistas que buscan conservar las costumbres del gaucho a través de sus usos ecuestres.
Notas:
1. Coincidiendo con esta afirmación, la señora Marta Biscaysaqu, de Necochea, también recordó que había aprendido con Delgado. Ella trató al afamado Sordo López en vida de su esposo.
2. Francisco Gerónimo Quintela, español, llegó al país siendo menor de edad, con un permiso firmado por sus padres. Su hija, por entonces octogenaria, hace más de veinte años nos comentó que Francisco había tenido un vínculo con Dámaso Arce, también venido de España. Se sabe que este enorme orfebre desembarcó en Buenos Aires en 1888 y que, radicado en Indio Rico, una localidad de aquel partido, se mudó a la cabecera del mismo, a la ciudad de Tres Arroyos con apenas 14 años. Allí se inició en el oficio en la joyería de la familia Bagardi y, es probable, algún tiempo más tarde trabajó con Quintela, radicándose en Olavarría en 1901.
3. Quizás, los viajes en tren los hacía desde Buenos Aires, con anterioridad, como lo indicamos, y en los años 60, desde Necochea se trasladaba en ómnibus, ya que no existía un ramal ferroviario que vinculase ambas ciudades bonaerenses.
4. Bien podría haber construido esa amistad en sus viajes ferroviarios y vinculado a este hombre, lo siguió frecuentando años más tarde, cuando viajaba seguramente en ómnibus desde Necochea.
5. Hasta aquí, mera coincidencia. Consultamos a la familia directa del maestro Dámaso Arce y no encontramos el nombre de Dominga en ella.
6. César Soriano, joyero, nos cuenta que su abuelo, talabartero, Don Ramón Soriano, le enseñó mucho del oficio a Ángel Castiglioni. Y las ramas siguen entrelazándose...
Agradecimientos: Juan Miguel Arbuco, Marcela Balladares -y su madre Derlis Ruth-, Julio Biocca, Marta Biscaysaqu -y su hija, Norma-, Betina Castiglioni, Segundo Deferrari, Andrés Errea, José Irastorza, Perico Medina, Andrés Muñoz y Osvaldo Quintela.