“Siempre hará que se distinga a una porteña del resto de las mujeres del mundo, un adorno especial, un adorno al que tienen como a la vida, o casi me atrevo a decir más que a ella: es una inmensa peineta que parece un abanico convexo, más o menos precioso, y más o menos adornado, según rango y bienes de quien la lleva”.
Alcides d´Orbigny, 1826
Hacia 1810 la peineta española ya había sido introducida en el Río de la Plata, pero no fue sino hasta promediar la siguiente década que este accesorio se transformó en un fenómeno único y peculiar. El castellano Manuel Mateo Masculino López se recibió de oficial peinero en el taller del maestro Lorenzo Mailliet en La Coruña, el 17 de diciembre de 1789. Entrenado en la fabricación de matrices para peines y peinetas de marfil y carey, fue en Cádiz que aprendió a moldear el asta vacuna, produciendo tragaluces para los navíos. En abril de 1823, su vida tomó un nuevo rumbo al desembarcar en Buenos Aires donde montó una fábrica de peines de marfil y peinetas de carey, con 120 operarios y dos locales de venta. No fue el primer peinero en la ciudad, pero sí el primero que cortó, caló y cinceló con máquinas de diseño y fabricación propias, llevando las pequeñas peinetas a formas cada vez más elaboradas y a tamaños que superaron el metro de arboladura, generando así un codiciado objeto de moda, tan fugaz como pregnante: el peinetón.
Su desmesura fue acompañada, proporcionalmente, por el crecimiento de las mangas farol y el vuelo de las faldas, ampliado con múltiples capas de enaguas superpuestas, y que transformaron a las damas en verdaderos relojes de arena ambulantes. Matronas y damitas se registraron en las litografías de César Hipólito Bacle, en los retratos acuarelados de Charles Henri Pellegrini o en las miniaturas de Jean-Philippe Goulu, luciendo orgullosas el novedoso peinetón. Acicaladas con peinados caprichosos, capaces de soportar el peso de una compleja arquitectura sobre sus cabezas, todas ellas fueron la muestra cabal de una sociedad de comerciantes devenida en ganaderos, deseosa de reafirmar su posición con un sello extravagante y evidenciar su crecimiento económico.
La demanda de este artículo suntuario reactivó el comercio en relación con el carey, materia prima importada de Asia, Brasil o el Caribe que sufrió un aumento considerable en su precio de venta. No podemos asegurar que Masculino haya sido el inventor del peinetón, pero sí que, gracias a éste, se convirtió en un empresario poderoso, realizando piezas de notable calidad, adornadas con engarces de oro y esmalte y vendiendo moldes y matrices a sus competidores. Su vertiginosa prosperidad se vio reflejada en el incremento de sus operarios calificados, pero también en los retratos que encargó a Pellegrini: el propio, junto al plano desplegado de una de sus creaciones, el de su esposa, la gaditana María de Jesús Escudero, con un llamativo peinetón y el de su hijo Manuel Bernardino, con frac de confección, guantes de cabritilla y sentado en una policromada silla de importación americana.
Para 1838, el furor de esta moda había pasado y, cuando el daguerrotipo irrumpió en el Río de la Plata una década después, no hubo mujer que osara posar con un peinetón frente a la cámara. De ser un objeto precioso, pasó a ser un adminículo oculto en el ropero, del cual, sin embargo, ninguna quiso desprenderse.
Hacia finales del siglo XIX, los peinetones lograron recuperar su lugar como tesoro en las vitrinas de los coleccionistas como Isaac Fernández Blanco. En 1963, cuando el legado de Celina González Garaño cedió un considerable lote de éstos al museo, la colección Fernández Blanco se conformó como una de las más importantes del país. (1) Junto a la divisa y el chaleco punzó, no hubo otro objeto más característico del período federal. Hoy, para nuestra colección de indumentaria y accesorios, el peinetón es también una de las primeras originalidades en la evolución de las modas en el Río de la Plata.
Nota:
1. Exposiciones realizadas con una importante presencia de los peinetones conservados en la colección del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco:
-Cincuentenario del legado Celina González Garaño, 2013.
-La ciudad a la moda, 2019.