El paradigma de inferencias indiciales sistematizado por Carlo Ginzburg en 1986, nace de un método de atribución de cuadros propuesto por Giovanni Morelli hacia 1875 quien, disconforme con los usuales, basados en las características salientes de los pintores, propuso distinguir originales de copias examinando detalles descuidados y menos influenciados, imperceptibles o intrascendentes para la mayoría. Aunque fue criticado por sus ribetes detectivescos, la medicina, el psicoanálisis y la policía sacaron provecho. Su aplicación al campo de la historia apunta a la línea renovadora de la microhistoria, indagando el pasado a partir de intersticios usualmente desestimados por triviales o asociados a la baja cultura para echar nueva luz sobre grupos o prácticas silenciadas, lo no dicho y lo paraverbal, pues pueden llegar a manifestar significados implícitos. Despliego, entonces, el argumento de este artículo -comunicar un proyecto de investigación- a partir de un dato de cuatro publicaciones que lo considero una inferencia indicial; su año de edición, 1980.
Para entonces la Argentina promediaba el aciago apogeo de la dictadura cívico-militar y cuando se buscaba exterminar (sic, desaparecer) toda disidencia, dos libros, un artículo y una revista sobre un grupo que casi todos creían que estaba extinto, “el negro”, o, como se dice hoy, afrodescendiente, en concreto afroargentino del tronco colonial. Dos de esas obras son del mismo autor y su contenido levemente variado: los artículos “Un escribano de color: Tomás B. Platero (1857-1925). Figura de la Generación del 80: Arquetipo de vida” (La Plata, Instituto de Historia del Notariado, Universidad Notarial Argentina) y “Un escribano de color: Tomás Braulio Platero (1857-1925) figura de la Generación del 80 (en Todo es Historia 182: 62-64). En efecto, esta revista dedicó ese “Número especial” al tema que, según su editor, Félix Luna, solo podía darse cuenta en tiempo pasado pues, echando mano a una batería de clichés, “negros, lo que se dice negros, no hay”. Para entonces tal cliché tenía al menos un siglo, lo que remite a la Generación del 80 y su sueño de reinventar al país como “blanco”, por lo que esta frase puede cifrarse una renovación del statu quo (el oxímoron es pertinente), validando a 1980 como paradigma indicial restándole un siglo.
Familia de Tomás Braulio Platero (él al centro, en el sillón) en su chacra “La María Isabel”. La Plata (provincia de Buenos Aires), 1910.
Antes de retomar ambas publicaciones presento las otras dos, los libros La fiesta de San Baltasar : Presencia de la cultura africana en el Plata de Alicia Quereilhac de Kussrow (Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas), y The Afro-Argentines of Buenos Aires, 1800-1900, de George Reid Andrews (Wisconsin, The University of Wisconsin Press. El primero suscribe a la ideología local dominante al expresar que, pese a dar cuenta de un fenómeno contemporáneo, ya era sin negros (léase, como en Luna, “puros”) y sus prácticas religiosas y musicales no se ajustaban a los preconceptos de la autora de cómo debían ser para rotularlas incontaminadas por la modernidad (nada nuevo bajo el sol de Mayo). El segundo provocó una revolución científica en el tema al comprender su autor, un historiador estadounidense, que era pertinente hablar de ellos en presente, según tituló el epílogo, “Los afroargentinos en la actualidad”. Tal revolución cobró magnitud local nueve años más tarde, cuando lo publicó en español la editorial De la Flor. ¿Cómo hilvanar estas publicaciones de cara al proyecto de investigación y edición que presento? El autor de las dos primeras, así como dos de sus hermanas, fueron entrevistados por Andrews, en tanto miembros de una reputada familia afroargentina, los Platero: Tomás Antonio, historiador, poeta, genealogista, viajó tres veces a países del África sursahariana; Susana y Carmen, cantantes y dramaturgas, a quienes Andrews también vio en su obra Calunga andumba en 1976. El número especial de Todo es Historia, titulado “Nuestros negros” tiene seis artículos y, pese a la sentencia del editor, uno es de un afroargentino, pero por su piel, blanqueada por el azar del mestizaje, no ameritó siquiera una mención “especial”.
Ex libris de Tomás A. Platero.
Tomás A. no fue prolífico en publicaciones. Además de esos artículos -virtualmente iguales- se agregan “Nuestra gran abuela María Clara: Una historia de la esclavitud hacia la libertad” (Genealogía 27: 272-331, 1996), “cultos y ceremonias practicadas por los africanos y sus descendientes en Buenos Aires entre los siglos XVII y XIX” (s/d) y el libro Piedra Libre para nuestros negros: La Broma y otros periódicos de la comunidad afroargentina (1873-1882) (Buenos Aires, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires), éste con errores estructurales y de edición, lo que dificulta leerlo. En lo artístico publicó los poemarios Lenguaje I y Lenguaje II (1959 y 1964, respect., La Plata, el primero por la Municipalidad de La Plata, el segundo particular) y poemas en revistas como Oeste (Chivilcoy, 1955), con un villancico con una sugerente reverencia al clima golpista que se avecinaba, la Revolución Libertadora. Sus escasas publicaciones no reflejan su espíritu erudito: fue un investigador ferviente.
Nació en La Plata en 1928 y lo conocí hacia 2004 cultivando una amistad pronto truncada por su celo racial porque, al ser eurodescendiente, lo entendía una limitación para estudiar lo afroargentino y compartir investigaciones. Con todo, su carácter no menguó mi admiración y, al enterarme de su muerte, en su hogar de Gonnet en la Navidad de 2018, le di el pésame a sus sobrinos. Fue entonces que brotó este proyecto pues, pese al resquemor del tío, fueron generosos en mi propuesta y creo que, ya espíritu, él estará contento. En mi primera visita tomamos con júbilo que al entrar viera una estatua de san Antonio que trajo de África (allí su devoción, impulsada por Portugal en el siglo XVI, pronto devino en un movimiento herético, el Antonianismo) y que una vaquita de san Antonio se posara en nuestros cuerpos. Entendí que si era el deseo familiar que inicie el proyecto, debíamos comenzar saludando a su espíritu con un breve ritual cuyo detalle omito por ser de índole privada, mas hago estas digresiones para evidenciar cuán limitante puede ser ahondar en este campo de estudios si no se trabaja con sus protagonistas, en mi caso desde la antropología aplicada y colaborativa.
Conocí a dos de sus hermanas, Carmen y María Isabel con las que cultivé amistad hasta sus fallecimientos, en 2020 y 2021. Carmen fundó con su hermana Susana La Comedia Negra de Buenos Aires para cultivar la dramaturgia afroargentina. En peligro por la última dictadura, Carmen, su esposo e hijos exiliaron a España y luego a Costa Rica, donde continuaron, como pudieron, con el teatro y la música, retornando al país ya recuperada la democracia. Susana falleció en 2006 y en 2001 editó el CD Canto a la América negra que, como indica su título, reúne obras de Cuba, Perú, Estados Unidos de América -donde vivió un año estudiando negro spiritual-, Uruguay y la Argentina. Carmen falleció en Tandil, ciudad donde, desde mediados del siglo XX, su familia vivía ocasionalmente, no sin antes darse el gusto de publicar su novela Tango con acento en la o. Los arcanos de Carlos Gardel, en 2017.
En 2019 me invitó a comenzar un documental sobre su trayectoria, para lo cual viajé dos veces a su casa, pero con su muerte se interrumpió. María Isabel se destacó por la libertad con que diseñaba su ropa y muchas veces acompañó las actividades de mi Cátedra Libre de Estudios Afroargentinos y Afroamericanos (UNLP), recitando su poema El africano. Finalmente, Sarah, también diseñadora de vestidos, poetisa, traductora de francés y dibujante, fue bautizada así en homenaje a una tía prematuramente fallecida en 1921, cantante y concertista de piano. Igual desempeño musical tuvo María Eusebia (1849-1888), hermana de Tomás Braulio que, como se infiere de los artículos de Tomás, fue el primer escribano público afroargentino, diplomado en 1882 y, a poco de ser fundada la ciudad de La Plata, se mudó allí, donde también tuvo destacada labor en la Unión Cívica Radical, fue además socio fundador y presidente de La Protectora, entidad afroporteña que, con él, abrió sucursal allí, ciudad donde firmó la creación de su Colegio de Escribanos en 1888 y, al año siguiente, figuraba en la Logia Nº 90, no sin descuidar su deber de síndico de la orden franciscana. Su padre era analfabeto y gozando de libertad, llegó a comprar una casa en el barrio del Tambor (Monserrat), su abuelo fue guerrero del Ejército del Norte, descendiente de esclavizados de Guinea y la nación mina (actual Ghana), subastados en Buenos Aires y Montevideo hacia 1750.
Frente de la postal de la serie Presencia de nuestros negros (2006, el dibujo es de 1992) de Sarah Platero, “A orillas del río”. Obsérvese que se reconocía “descendientes de esclavos del Virreinato del Río de la Plata”.
Ese repaso de una familia afroargentina del tronco colonial de casi tres siglos es ejemplo de ascenso social, cultivo de profesiones, artes y prácticas que mantenían la llama de su africanía, orgullo que Tomás, Susana y Carmen potenciaron al viajar a Togo, Senegal y Ghana entre 1966 y 1973. ¿Cómo dar cuenta de esto? Esa es la preocupación de los Platero contemporáneos, en vista a su fondo documental de unos 30 metros lineales, solo contando los manuscritos e impresos, pues también están las colecciones de máscaras y tallas traídas por Tomás de África, la vajilla y el juego de cubiertos de plata de Tomás Braulio, las escenografías de Carmen y Susana, las grabaciones inéditas de ésta y los vestidos diseñados por María Isabel y Sarah.
La propuesta desde mi Cátedra es iniciar la edición de las obras completas de la familia, con sus respectivos estudios, para lo cual el fondo está en avanzado proceso de clasificación y digitalización. De él destaco, por ejemplo, una docena cuentos y poemas inéditos de Tomás, la versión novelada de su genealogía (una suerte de Raíces afroargentina), sus críticas de arte en la prensa limeña cuando vivió allí, documentos de la Sociedad La Protectora (y su panteón en el Cementerio de la Recoleta) y la Cofradía del Santísimo Rosario de Menores del Convento de San Francisco, unas trescientas fotografías desde fines del siglo XIX, el epistolario y documentos sobre África Vive, otra asociación afroargentina de fines del siglo XX y comienzos del XXI.
La labor es amplia y compleja, por lo que acordamos formar un equipo de trabajo con estudiantes y graduados de ciencias sociales, antropología, historia de la fotografía, diseño de ropa, dramaturgia, genealogía, epistolario, arte africano, masonería y literatura. Sensibles a la histórica desigualdad de los afrodescendientes en la academia, los privilegiaremos en su postulación. Los interesados deben enviar su CV de unas 250 palabras y una carta de intención especificando su especialidad. Quienes sean convocados participarán en carácter de adscriptos ad honorem [1] , pudiendo llegar a ser coautores de los estudios analíticos.
Hecha la convocatoria, les solicitamos enviar lo requerido a:
catedra.afroargentinos@presi.unlp.edu.ar
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios
Nota:
1. Nota del editor: Por formar parte de una Cátedra Libre de Estudio en la Universidad Nacional de La Plata, el director del proyecto se encuentra imposibilitado por estatuto de recibir o emitir erogaciones monetarias para llevar adelante los mismos.