Un huevo colgante y un nautilo para llevar

Sigurd Bronger, Dispositivo de transporte para una concha de Nautilus. 2015. Museo Nacional de Oslo. Fotografía: Gentileza Pinakothek der Moderne.



Sigurd Bronger, Huevo. Fotografía de Irina Podgorny.



Sigurd Bronger, Queso. Fotografía de Irina Podgorny.



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

Quien visite la Pinakothek der Moderne en Múnich y suba a la rotonda del último piso del edificio diseñado por el arquitecto alemán Stephan Braunfels (1950) e inaugurado en 2002, se confrontará con una serie de huevos de ganso o de avestruz. Huecos, o mejor dicho vaciados y pendiendo de un hilo, de un cable o de un calibre. Y un poco más allá, con un trozo de queso hecho de cera, sujetado por broches dorados y pequeños. Y con unas esponjas naturales y envases de cartón, jabones, globos y suelas de zapatos siempre engarzados en o con instrumentos científicos, cables y todo lo que sirva para medir, precisar o conectar estos y otros elementos en un todo tan absurdo como esas construcciones que se admiran en los gabinetes de maravillas de los palacios del Renacimiento y del Barroco.

 

Aquí, como allí, abundan los huevos, los cocos, las conchas y los corales montados o combinados con maderas y metales preciosos para transformarlos en otra cosa, es decir, en una obra humana, inútil- o mejor sería decir inservible-, que exalta la admiración por las formas de la naturaleza. Entre ellas, la del nautilo perlado de los mares indo-pacíficos, una especie de un género de moluscos cefalópodos que se considera un fósil viviente y cuya concha, seccionada sagitalmente, revela una línea de nácar y se dispone formando un espiral equiangular casi perfecta, un ejemplo de la espiral áurea. Las conchas de nautilo abundaban en los gabinetes de curiosidades del Renacimiento y hoy se las puede admirar en algunos museos montadas sobre un pedestal delgado, esculpido o forjado a la manera de una copa extravagante destinada principalmente a la decoración más que al uso.

 

De hecho, uno podría decir que la exposición de la Pinacoteca monegasca se trata de una colección de curiosidades de otra época si no fuera porque las cosas que allí se combinan datan de hoy. O de ayer. Como prueba valga el montaje de otro objeto bien amado por los orfebres de hace tres y cuatro siglos:  los cálculos biliares de una madre, en este caso la del artista noruego Sigurd Bronger (1957), un artesano y diseñador de joyas, el autor de los objetos exhibidos en esta exposición que lleva el título de “Trag-Objekte” en alemán y “Wearables” en inglés. Una traducción algo difícil pero cuya idea podría ser algo así como “portátil”, “ponible” o “usable”. Bronger se considera más joyero que orfebre, una diferencia fundamental a la hora de mirar estos objetos que nadie usa por la calle, pero se definen como joyas que, de alguna manera y con humor, celebran las conexiones que la sociedad industrial ha sabido establecer. Algunos las llaman "instrumentos ponibles” y las consideran cosas situadas entre la joyería, el arte, el diseño y la ingeniería, una demostración de la destreza técnica de Bronger, un ingeniero de la joyería y del ensamblaje del descarte y los restos del siglo XXI y de la historia.

 

Nacido en 1957 en Oslo, la capital de Noruega, Sigurd Bronger asistió durante un año a la Escuela Profesional de su ciudad natal, especializada en joyería, antes de optar por cursar estudios de relojería y orfebrería en la Escuela Profesional de Schoonhoven de los Países Bajos, donde se recibió en 1979. Tras sus estudios, trabajó como grabador en la Real Fábrica Posthumus de Ámsterdam, fundada en 1920 y dedicada a los clichés, los sellos y a las placas de impresión. En 1983 regresó a Oslo, donde vive y trabaja desde entonces. Bronger expuso por primera vez en solitario en Kunstnerforbundet en 1990, y luego empieza a colaborar regularmente con la Gallerie Ra de Ámsterdam. Su salto internacional se produjo tras su exposición individual en el Museo Nacional de Estocolmo en 2005, mientras que en 2011 realizó una gran exposición en el Museo de Arte de Lillehamme.

 

Ganó el Concurso de Diseño David Andersen en 1987, recibió el Premio de Artes y Oficios en 1995, el Premio de Diseño de la Asociación Noruega de Orfebres en 1996 y 2004, y el Premio Jacob en 2010. Sus objetos han sido adquiridos por el Victoria and Albert Museum de Londres, el Het Stedelijk Museum de Ámsterdam, el Museo Nacional de Estocolmo y el Kunstindustrimuseene de Oslo y Copenhague. En 2015 recibió la Medalla Príncipe Eugenio «por sus destacados logros artísticos».  En 2009, Die Neue Sammlung de Munich invitó a Sigurd Bronger a dar una conferencia sobre su obra dentro de la serie «Todo sobre mí». Dos años más tarde, el museo incorporó a sus colecciones el Collar Camay, que realizó en 2005, la única pieza de Bronger en un museo alemán. En 2016, fue galardonado con el Premio Estatal de Baviera por su obra «Dispositivo de transporte para un Nautilus». Las obras expuestas en la Pinacoteca proceden de colecciones privadas y públicas de todo el mundo, desde Austria, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Italia, Luxemburgo, Polonia, Suecia, Países Bajos y Tailandia a los Estados Unidos.

 

Bronger, de hecho, se considera un maestro en su oficio de joyero y orfebre. Las obras, a diferencia de los ready-made del siglo XX, salen de sus manos, de sus máquinas y de su taller, no del de otros. Y, como se aprecia en Múnich, el repertorio de cosas elevadas a objetos de joyería no tiene límites. Los objetos se vuelven ponibles o portátiles o usables gracias a los ingeniosos mecanismos en los que Bronger los monta y los cuelga. Con precisión meticulosa, arma mecanismos de latón y oro que ensambla como instrumentos científicos y, a la manera de ellos, los objetos encajan en los estuches de madera fabricados al efecto. Para Bronger sus obras no son joyas, ni broches, anillos o collares, sino, simplemente, «objetos ponibles». Los mecanismos que les otorgan ese carácter también les dan entidad, y como sucede en un museo con los marcos, los pedestales, las etiquetas, los sacan de sus implicaciones cotidianas para contemplarlos estéticamente en su belleza inesperada.

 

La exposición de Bronger de alguna manera se relaciona con otra realizada recientemente en el Museo del Prado dedicada a los marcos y al revés de las grandes obras: muestras destinadas a reconocer las capas de lo que vemos, los estratos humanos que componen una obra de arte y eso que se presenta como un objeto natural. Los objetos de Bronger se componen de otros que pertenecen al universo del descarte y a otras constelaciones históricas, son joyas que jamás fijaríamos a nuestra ropa como elemento decorativo. ¿A quién se le ocurriría colgarse la suela de un zapato o el estiércol de camello? En realidad, a unos cuantos: allí, en la Oxford de inicios del Siglo XIX, estaba el matrimonio Buckland que, en su interés por la paleontología, ella, Mary Morland se hizo hacer pendientes de estiércol fósil. Sin olvidarnos los coleccionistas de huevos, que pagaban verdaderas fortunas por las cáscaras vacías de las aves que sus padres acababan de extinguir.


Objetos portátiles, objetos inútiles. Toda una categoría, toda una metáfora. Pero también una descripción de las cosas de este mundo.

 

* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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