El hombre
Don Ángel Battistessa nació en Buenos Aires el 17 de agosto de 1902. Fue, por sobre todo, un “hombre de letras”, escritor y poeta asistido siempre por la vitalidad de la inspiración. Trascendió como filólogo, fonetista y paleógrafo, crítico, traductor, profesor de enseñanza secundaria y universitaria, fundador de los estudios de letras de la Universidad Católica de Buenos Aires, antecesora de la Universidad Católica Argentina -de la cual fue decano-, y académico de nota [1]. Era además, bibliófilo, encuadernador, pintor, jardinero y cocinero aficionado.
Un accidente sufrido a los 7 años en la quinta de su padre don César José Juan, uno de los fundadores de Villa Sarmiento, en el partido de Lanús, impidió su asistencia escolar al ciclo primario, que en pocos meses rindió completo en la escuela de las señoritas Locria (hoy Escuela n° 33). Tras los estudios secundarios ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, de la cual egresó en 1926, con especialidad en Literatura y Filología, y se desempeñó en la cátedra de literaturas hispánicas en el Instituto de Filología, al que perteneció desde su fundación en 1923. En 1930 se incorporó al plantel docente del Colegio Nacional de Buenos Aires como profesor de castellano, cátedra que desempeñó hasta 1960 en que se retiró.
Distinguido como doctor honoris causa por las universidades de La Plata (UNLP) y de Buenos Aires (UBA), se desempeñó también en centros de altos estudios europeos, como las universidades de Oxford, Cambridge, Heidelberg, La Sorbona, Génova y Roma. En 1959 se incorporó a la Academia Argentina de Letras. Recibió importantes distinciones en nuestro país -por ejemplo, Premio Konex de Honor 1994-, y una especial otorgada por el papa Paulo VI por su traducción del poema dantesco.
El gran público lo conoció por el inolvidable micro televisivo de Canal 7 sobre el buen decir, a principios de los 70´, que protagonizó junto con su discípula María Esther Vázquez.
Su figura era inconfundible: de estatura media, gruesos anteojos de negra armazón, vestido siempre de traje oscuro, comenzaba sus frases con el latiguillo “Vea usted…”, y exhibía orgulloso el chevalier que alhajaba el índice de su diestra.
Ángel J. Battistessa falleció en Buenos Aires el 26 de octubre de 1993, a los 91 años.
La obra
En el mundo de habla hispana, Battistessa cultivó la magia de la palabra y las formas del buen decir. Su expresión, siempre llana pero de rico léxico y elegante sintaxis fue escuchada en cátedras, tribunas e instituciones prestigiosas, y sus páginas de poeta y escritor hoy están incorporadas al breviario intelectual de los argentinos. Pero, por sobre todo, tal vez su mayor mérito fue lograr separar el lirismo auténtico de lo que es literatura.
Su obra comprende múltiples publicaciones exteriorizadas en el libro y la prensa diaria.
De los primeros, Juan del Encina, Itinerario y estilo de Rainer María Rilke, José Hernández, Poetas y prosistas españoles, El poeta en su poema, El prosista en su prosa, Oír con los ojos, etc., constituyen inapreciables instrumentos formativos que invitan al regusto estético. Fue colaborador asiduo en revistas literarias y desde 1927 de la sección cultural de diarios porteños, especialmente de La Nación, en cuyas páginas aparecieron gran parte de los artículos y las traducciones que más tarde constituyeron sus principales libros.
Dirigió publicaciones como Verbum, del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras; Logos, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; Cuadernos del Idioma y el Boletín de la Academia Argentina de Letras, institución de la que fue varias veces presidente.
Tienen bien ganado prestigio sus traducciones al castellano de poetas alemanes (Goethe, Rilke), franceses (Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Laforgue, la «divina condesa» Anna Mathieu de Noailles, Henri de Régnier, Charles Péguy, Paul Claudel, Paul Valéry), ingleses (Shakespeare, Keats, Stevenson, Masefield y Rupert Brooke) e italianos, pero la coronación de su obra fue la que realizó en verso libre y edición escrupulosamente anotada de la Divina comedia, de Dante Alighieri. Destacan también sus ediciones críticas de la Biblia medieval romanceada según los manuscritos escurialenses, con Américo Castro y Agustín Millares Carlo, publicada por Peuser en 1927, y La chanson de Roland tan divulgada por la Editorial Atlántica en su colección infantil Billiken. En tanto que las de La Cautiva, El Matadero y el Martín Fierro, son modelos de metodología y ajuste filológico.
La Biblioteca
Don Ángel comenzó a formar su biblioteca en la quinta de sus padres en Lanús, y después en Buenos Aires, en la amplia casa de su hermana mayor en la calle Humberto 1°. Ya era muy importante en el antiguo departamento que habitó, en la calle San Juan 1119 [antes de ser Avenida y de que se ampliara la 9 de Julio, que partió en dos al barrio de Constitución], en un edificio que todavía existe, entre la confitería en la esquina de Lima y un estacionamiento hacia Salta, frente a Canal 13. De planta baja y dos pisos, tras el zaguán se advertía un patio florido. Después se mudó, finalmente, a otro similar, situado a la vuelta, a dos cuadras, en la calle Salta entre Humberto Primo y Carlos Calvo, vereda de los números impares.
Allí, miles de volúmenes en diversos idiomas se distribuían en habitaciones repletas de objetos: cuadros de la escuela impresionista, muebles antiguos que incluían un piano de la misma y directa procedencia de aquel en que se interpretó por primera vez el Himno Nacional Argentino en casa de Mariquita Sánchez, tallas argentinas, cristalería de Murano, de Baccarat y de Bohemia, porcelanas de famosas manufacturas dispuestas en vitrinas, platería dieciochesca, crucifijos florentinos y coloniales americanos, bronces. Y recuerdos de toda clase, algunos muy bellos y antiguos, como una colección de largas pipas de espuma de mar, de 70 cm. de largo, usadas por estudiantes alemanes. Un blanco cenicero, recuerdo de una comida en Alcalá de Henares, había perdido las firmas de Guillén, Dámaso Alonso, Luis Rosales, y la hermana de García Lorca, pues la chica que hacía la limpieza las había borrado todas con agua y jabón creyendo que se trataba de leyendas que ensuciaban la pieza.
En las estanterías era posible encontrar junto a los autores épicos, líricos y dramáticos de la antigüedad greco-romana, a los maestros medievales, a los renacentistas y a los modernos. De Shakespeare tenía todas las ediciones del siglo XVIII, incluída la anotada por el Dr. Johnson, y por supuesto las modernas. De Cervantes todas sus obras en múltiples ediciones, con excepción de las primeras. No faltaban todas las primeras de Moliére y Pascal. Y, por supuesto, se notaba la presencia de ediciones prínceps de los más destacados autores argentinos, incluso de aquellas obras ausentes en la Biblioteca Nacional. Al respecto, una conferencia suya en el Magdalen College, en Oxford, llamó mucho la atención de un universitario británico, directivo de la fábrica de automóviles Morris, que, como reconocimiento, le obsequió con uno de ellos. Con la anuencia de lord William Morris, Battistessa cambió el presente por dinero efectivo para poder adquirir la primera edición de Los Consuelos, el primer libro de versos de Esteban Echeverría (Buenos Aires, 1834), que había visto en venta en una librería londinense, y que hasta entonces faltaba en nuestras principales bibliotecas públicas. Y luego se dispuso a preparar una edición crítica de esa obra, con auspicio de la Academia Argentina de Letras, que creo no se concretó.
Como cantidad de escritores y movimientos literarios que hicieron del coleccionismo un principio estético (desde Balzac hasta los naturalistas, pasando por Pío Baroja, Azorín y los decadentistas franceses), la biblioteca de don Ángel era la de un bibliófilo [2] enriquecida con ejemplares que habían pertenecido a Luis XIV, Luis XV, madame Pompadour y Napoleón, incunables como una Biblia veneciana de 1484, un libro de horas francés escrito en latín y preciosamente miniado, un Corán en papiro o los «Soneti e canzoni d Messer Francesco Petrarca in vita de Madonna Laura» impreso en letra aldina (1533), y sobre un atril lucía la edición facsimilar de una princeps de Shakespeare firmada por el encuadernador del rey Jorge V.
Junto a ediciones en rústica, o vestidas con pergamino o pasta española, llamaban la atención los lomos coloreados de algunos libros encuadernados por el propio don Ángel. Y así como en el siglo XIX los hermanos Goncourt usaban para guarda de los volúmenes de su biblioteca telas de vestidos originales de damas francesas del XVIII, y en el XX el cantaor español Miguel de Molina los de damas contemporáneas [tuve oportunidad de ver estos últimos hace ya años en la librería de Alberto Casares], al encuadernar los suyos Batistessa supo reunir al sayal con la púrpura, al revestir a unos en monacal arpillera [verde para los bucólicos, parda para los hagiográficos de los santos más humildes] y otros en cuero [violeta o púrpura para los textos de los grandes prelados de la Iglesia]. Para las obras de Dante, Santa Teresa, Cervantes, Shakespeare y Claudel, encuadernaciones especiales.
Finalmente, vale recordar aquí la edición crítica del Martin Fierro, ilustrada por Alberto Güiráldes, dueño de un estilo particular, geométrico. [3]
También coleccionaba libros de náutica, de jardinería y de cocina.
El arte de comer y beber
Cierro esta breve evocación con un recuerdo. Don Ángel tenía un sector de su biblioteca dedicado a la gastronomía. Y daba gusto oírlo disertar sobre el tema, con un estilo chispeante parecido al del humorista y periodista español Julio Camba (1884-1962) recordado autor de La casa de Lúculo o El Arte de comer (1929). Sobre este tema la conversación del Profesor giraba como un caleidoscopio. Todo parecía haber sido leído o consultado por Battistessa, desde la Fisiología del gusto del jurista francés Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826), pasando por los libros de Doña Petrona y de Doña Lola, a lo más reciente, por entonces, de Paul Bocuse, el chef de Lyon más famoso de la era de la posguerra. Demás está decir que conocía bien la monumental bibliografía de Vicaire, un tomazo de casi mil páginas (París, 1890). [4]
Su gusto personal era por la cocina española y de allí que fuera por años conspicuo habitué de «La Taberna Baska» [cerró definitivamente en octubre de 2021]; de la que recomendaba a quien quisiera oírlo, los dos tradicionales platos de la casa: la cazuela y el guiso «del fin del mundo». Provocaban no poca hilaridad sus referencia a los «duelos y quebrantos», ese plato típico de la cocina manchega, consistente en huevos revueltos con chorizo y tocino de cerdo, que don Quijote comía los sábados.
Y si de recetas se trataba, tenía presente El Arte de cocinar de Martiñez Moñino, que había sido Cocinero Mayor del Rey [5], un importante libro de recetas de cocina, en boga durante el siglo XVIII y XIX español, cuya edición princeps era de 1611, y muy raras las ediciones del siglo XVII y principio del XVIII, por el mucho uso que se hacía de ellas en las cocinas.
También poseía un ejemplar de El practicón, de Ángel Muro (1906), sobre el arte no menor del aprovechamiento de las sobras.
Don Ángel era también un entendido en la cocina francesa. Conocía un famoso texto impreso en Lyon en 1505, primera edición en lengua francesa de la incunable latina de 1473, muchas veces reimpresa, pero en esta traducción, como en otras posteriores, nada fieles, se modificó y aumentó el texto con inclusiones propias del criterio del editor. Su texto correspondía a una recopilación de los autores clásicos en las materias tratadas, como Aristóteles, Plinio, etc. El autor recomendaba que los cocineros debían ante todo procurar el bienestar y la salud de los comensales; ser precavidos en el uso de los condimentos fuertes; marcaba la preferencia por los asados a la parrilla; la abundancia de clases de ensaladas; las salsas especiales con vino; etc.
Pero, sin duda alguna, el autor predilecto de Battistessa era Francoise Pierre de La Varenne (1615-1678), cocinero del marqués d’Uxelles, gobernador del municipio francés de de Chalon-sur-Saône. Autor de El Cocinero francés cuya primera edición data de 1651, La Varenne fue uno de los fundadores de la alta cocina francesa y el primero en abordar cuestiones fundamentales, como el modo y sistema de cocinar, la naturaleza de las materias primas en crudo, el desarrollo de nuevos platos y la consulta del trabajo de otros cocineros. En sus experimentos y pruebas para conseguir novedosas preparaciones, realizaba multitud de variaciones, de modo que lograba obtener platos cada vez distintos, a los que añadía hierbas, salsas, vegetales y condimentos. Fueron importantes sus investigaciones sobre las propiedades culinarias de carnes, pescados, huevos, mantequilla, harina, azúcar y otros productos de primera necesidad, así como la consideración del control de la temperatura y humedad y la medición exacta de los ingredientes a utilizar. En sus recetas utilizó por primera vez el término foie gras. Su libro señala el paso de la cocina medieval de antaño a la alta cocina moderna. Considerado como la «Biblia» de la nueva gastronomía, con este libro se dio a conocer el arte culinario francés en todo el mundo. Además, fue el inventor del hojaldre y del famoso Mille-feuilles (milhojas), y publicó la receta del fricandó [estofado a base de carne vacuna].
Ángel J. Battistessa. Fotografía: en Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]
En las evocaciones de don Ángel no faltaban alusiones a la figura de François Vatel, en el siglo XVII, cocinero del príncipe de Condé. Muchas veces he comentado que, de haber vivido, seguramente hubiera disfrutado de la vista estrenada en 2000 en la cual este cocinero fue encarnado por Gérard Depardieu.
Cada vez que podía, don Ángel exhibía el diploma que lo acreditaba como Scelto bevitore, que le fuera otorgado «In nome del Gran Maestro Bacco» por los Epicurei «amatori del buon vino» (bajo el lema «All´acqua sempre guerra guerra!») y afirmando «che il possessore è socio, degno di speciale meritato encomio». Se lo habían entregado en Frascati, a pocos kilómetros de Roma, donde había degustado el famoso vino blanco local, Vino Frascati Superiore DOCG [«Denominazione di Origine Controllata e garantita»] [6], “el vino de los papas”, producto de la selección de racimos de uvas Malvasía puntinata, típicas del Lacio, junto con otras uvas blancas locales, con cualidades exclusivas vinculadas a las propiedades del territorio, acompañadas de un toque de saúco. Los viñedos de Frascati son antiquísimos. En el siglo II a.C. Marco Porcio Catón en su obra De Agri Cultura, contaba cómo se cultivaba la vid en las laderas del monte Tusculum desde tiempos inmemoriales, y estableció las primeras reglas sobre su vinificación, en el siglo VI d.C. Anicio Tértulo, el entonces señor de Tusculum, creó una nueva planta para el crecimiento de la vid sustituyendo al olmo, donde la planta solía estar ramificada, con un poste, llamado "passone", anticipándose así a los moderno métodos vitivinícolas.
Destino de la colección
Don Ángel J. Battistessa donó su biblioteca -unos 8500 volúmenes, además de manuscritos de sus traducciones, documentos personales y fotografías- a la Universidad Católica Argentina “Santa Maria de los Buenos Aires”, que hoy la conserva, fichada, y a disposición del lector interesado.
Notas:
[1] Diversas semblanzas sobre la personalidad y obra de Ángel J. Battistessa ofrece el volumen de homenaje en sus 80 años y en el sexagésimo aniversario de su actividad docente de Letras. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina, diciembre 1982-abril 1983.
[2] Esta faceta ha sido tratada por Diego Pró en el cap. XI «El Bibliófilo» de su libro Ángel J. Battistessa (Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1968, p. 84 y ss.)
[3] Me refiero a Martín Fierro. El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro de José Hernández, ilustrada por Alberto Güiraldes e impresa por Peuser en 1958 en un volumen de 330 páginas. Precedida por la Advertencia de Battistessa, esta edición conmemorativa del Día de la Tradición, compuesta por cuadernillos, está impresa en papel Antique verjurado y señalado de la siguiente manera: 12 ejemplares con las letras A a la L, y acuarela original; 88 numerados en romano I al LXXXVIII con un dibujo original en negro, y los restantes ejemplares enumerados en arábigo del 1 al 400, todos en rama con su correspondiente estuche “amateur”. La edición común de 10.000 ejemplares fue impresa en papel de esparto puro. El texto fue compuesto en cuerpo de 12 hess, fundido en monotipo; con ilustraciones impresas en hueco-offset en uno y seis colores sobre fondo litografiado imitando aguafuerte.
[4] Georges Vicaire, Bibliographie Gastronomique. Avec un Preface de Paul Ginisty. La cuisine, la table, l´office, les aliments, les vins, les cuisiniers et les cuisinières, les gourmands et les gastronomes, l´economie domestique, facêties, dissertations singulières, pièces de théatre, etc., etc., depuis le XVe. Siécle jusqu´a nos jours. Avec des fac-similes, Paris, Chez P. Rouquette et Fils, Éditeurs, 1890. 971 pags.
[5] Martínez Montiño, Francisco. Arte de Cocina, pasteleria, vizcocheria, y conserveria, compuesto por [...] Cocinero Mayor del Rey. Decimatercia impresion. Barcelona, en la imp. de Pantaleón Aznar, 1778. 8º menor. 4 h, 480 p.
[6] El Tiberio Frascati D.O.C. («Imbottigliato da Casama Francati Italia») de fina etiqueta blanca con letras doradas, incluye en ella una foto con fondo de ruinas romanas y el rostro o busto del emperador Tiberio.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios