En los albores del nacimiento de Uruguay como nación, se advertía una encendida idea de libertad. Pero si bien no existía el odio contra el invasor tiránico y por encima de todo persistía una idea de liberación, es importante destacar que el pueblo uruguayo se movilizó en busca de un estilo de vida igualitario, digno, tranquilo, sin sueños de grandeza ni resentimientos que hoy sigue orientando su existencia nacional.
El aluvión inmigratorio de principios de siglo se integrará al país sin problemas consolidándose de este modo una democracia popular y una sociedad abierta fundada en una gran clase media. No soñaron con ser potencia, no cultivaron la violencia hacia una España lejana ni tampoco hacia los países vecinos de los que habían logrado tomar distancia. El nacionalismo se entendió como una afirmación propia y no como una oposición a los demás.
Uruguay forma parte de una herencia que ocupa el vasto espacio de la civilización occidental sin considerarse un mero reflejo de ello. Las corrientes inmigratorias se mezclarán con diferentes etnias integrando un mismo flujo que le otorgará personalidad propia. Este “aluvión cultural” con influencias italianas, francesas, españolas todas fácilmente detectables se vuelcan en un arte que no es imitativo. El “estilo uruguayo” se crea a partir de fuentes europeas plenamente reconocibles. Una actitud de moderación permanente marcará el camino hacia una creatividad larga, pensada y múltiple. Así nacerán grandes artistas como Juan Manuel Blanes, Carlos Federico Sáez, Pedro Figari, Joaquín Torres García, José Cúneo y Rafael Barradas.
Este último que hoy nos interesa tratar especialmente, nace en Montevideo el 7 de enero de 1890, hijo de un extremeño Antonio Pérez Barradas y de madre andaluza, Santos Giménez. La actividad pictórica de su progenitor lo acerca desde muy niño al lenguaje plástico, aunque fallece muy joven cuando Rafael era tan solo un niño de ocho años.
Durante su adolescencia participa de la vida bohemia montevideana y hacia 1911 ya había realizado alguna muestra de sus dibujos mientras colabora en varios periódicos y revistas con sus ilustraciones (“La Semana”, “Bohemia”, “El Tiempo”).
Al año siguiente inaugura una exposición de acuarelas junto a Guillermo Laborde en la Galería Moretti y Catelli, y hacia fin de año expone caricaturas en el Salón Maveroff, mientras comienza a colaborar en los diarios argentinos “La Razón” y “Última Hora”. Estas vinculaciones periodísticas lo llevan a fundar la revista “El Monigote” junto a Miguel Escuder y José Noya. A mediados de año logra su anhelo de viajar a Europa, radicándose en España.
En 1914 mientras estalla la Gran Guerra, trabajará como dibujante en la revista “La Esquella de Torratxa” de Barcelona, y más tarde en la revista “Paraninfo”.
En 1915 viaja a pie a Zaragoza y se casa con Simona Láinez (Pilar) quien lo acompañará hasta el fin de sus días. También viaja a Italia donde toma contacto con el movimiento futurista que exalta las innovaciones propias de un nuevo mundo industrial en acelerado crecimiento que lo moviliza profundamente. Se establece en forma definitiva en Barcelona y al año siguiente realiza una exposición en las Galerías Dalmau donde comienza su vinculación con Joaquín Torres García quien escribe varios ensayos sobre su obra y su personalidad. Refiriéndose a Barradas, el gran artista constructivo se expresa con vehemencia: “¡Al fin un pintor uruguayo!, lo que no quiere decir que no haya otros. Un pintor que busca por su cuenta la emoción de la realidad. Un artista uruguayo a la europea. Por lo tanto, un artista auténtico”, menciona en un artículo publicado en el diario “El Siglo” de Montevideo en 1917. En esa exposición, Dalmau supo acoger lo nuevo sabiendo las reacciones del público y de la crítica frente a esta apertura tan distante de un pintor como podría resultar Santiago Rusiñol o de un artista como Joaquín Mir, ambos representantes de una pintura moderna pero aún sujeta a ciertos cánones impresionistas. Se levantaron protestas furiosas en su contra aunque Barradas hizo caso omiso a todo, sin importarle siquiera si lograba vender alguna obra. Como todos los artistas que compartieron este corto tiempo, cada uno de ellos encontró un camino diferente si bien los unía la búsqueda de un cambio rotundo en la concepción tradicional de la obra de arte.
Tanto a Barradas como a Torres García los unió una gran amistad y una auténtica comunión artística. Este último destacó su figura, su inagotable imaginación, los mundos que supo descubrir. Disfrutaron los paseos por las calles de Barcelona, los cafés, el bullicio donde solo hablaban de “lo nuestro” refiriéndose a la proyección de sus respectivas visiones estéticas. Barradas concebía una pintura dinámica que incluía el aspecto plástico relativo a las cosas, las calidades, los sonidos, los ruidos, el carácter, mientras que Torres García tendía a algo estático vinculado más a la arquitectura, a la proporción, a una tradición humana de siglos.
En un café situado en la plaza de la Universidad, Barradas solía sentarse a diario en la misma mesa, y allí distribuía gran cantidad de bocetos y dibujos. A través de los cristales solía observar detenidamente todo el dinamismo callejero volcando su mirada en los mil aspectos de la realidad, descomponiendo y componiendo, captando así su pequeño universo circundante. A través de esta observación permanente, surge un nuevo movimiento, al que bautiza con el nombre de “Vibracionismo”, que determina el paso de una sensación a otra complementaria, transformando cada uno de estos pasos en distintas armonías de formas y colores que aparecen iniciados, esbozados, pero que se completarán en la mente del espectador. Así logra Barradas materializar la dinámica, el movimiento y la vida misma, algo que no se podría percibir a través de un retrato clásico o de un paisaje terminado que resultan mucho más estáticos.
Cuando en 1918 Barradas envía sus cuadros a las Galerías Layetanas, los califica como “vibracionistas”. Tienen del Impresionismo la ligereza de la factura, la vivacidad de la pincelada y la utilización del color buscando la luz. Del futurismo toman la abstracción y la interacción dinámica. Todo en un conjunto espontáneo que muestra una visión animada y actual de la realidad donde se mueven números, letreros y signos que captan el caos de la urbe contemporánea.
Ese mismo año crece su colaboración con distintas editoriales cuando ilustra libros para niños, volúmenes poéticos y excelentes trabajos humorísticos. En ese momento comienza a publicar en “El Figaro” de Madrid.
Hacia 1920 vive en la capital española, proyecta juguetes para la Casa Pagés, envía colaboraciones a Barcelona, expone en la Galería Mateu, y conoce a Martínez Sierra quien lo contrata como dibujante para la “Biblioteca Estrella”, y sobre todo trabaja incansablemente como escenógrafo realizando afiches y figurines para el Teatro de Arte que funciona en el “Eslava” madrileño.
Mientras ilustra ediciones de Dickens, Dumas, Musset, Lope de Vega, incursiona personalmente en la poesía, expone óleos en el Ateneo de Madrid y diseña trajes para “El maleficio de la mariposa” de García Lorca.
Posteriormente al vibracionismo inicia una nueva modalidad que llama “clownismo” en el que desfilan los ambientes madrileños en los que se vuelca nuevamente un gentío anónimo y casi caótico. La calle, los paseos, las tertulias que son sus temas predilectos mostrarán la enorme capacidad que poseía para la caricatura social, elaborando piezas que se transforman en formidables hallazgos humorísticos.
Pero donde toda su genialidad se cumple con mayor pureza es en la serie de los Estampones que incluyen temas de su Montevideo natal. Los “taitas”, los novios del zaguán, el velorio, las vecinas, los bailongos, las comadronas, los patios sorprenden por esa rara mezcla entre lo tierno y lo ridículo donde con gracia pasa revista a las costumbres tradicionales uruguayas.
Los taitas, acuarela y lápiz sobre papel de 1928. Colección Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay.
Poco después colabora con Jorge Luis Borges en la revista “Tableros”, y es en este momento donde Barradas se embandera con el movimiento ultraísta fundado en Madrid en 1918 siguiendo el modelo de Vicente Huidobro. Dura apenas cuatro años, hasta comienzos de 1922 y surge como una oposición al Modernismo. El movimiento reunió a escritores españoles y latinoamericanos que compartían criterios estéticos y que apostaban por un cambio en la técnica y en la filosofía dominantes. Crearon imágenes poéticas rupturistas que aludían a las novedades tecnológicas esquivando cualquier tipo de motivaciones personales y sentimentales.
Jorge Luis Borges, el máximo exponente latinoamericano del ultraísmo, destaca en 1921 la eliminación de lo innecesario, del uso de las metáforas y de las imágenes tal como lo hace Barradas en sus sintéticas visiones de la realidad circundante. En este tiempo de máxima efervescencia ultraísta, Barradas participa en todas las reuniones del grupo publicando sus notas en las revistas más representativas del movimiento.
En 1923, envía obras al Salón de Primavera organizado en Montevideo por el Círculo de Bellas Artes.
Al año siguiente instalado en la localidad de Luco de Jiloca, en la Provincia de Teruel, en Aragón donde viven familiares de su mujer se dedica a pintar la serie de “Los Magníficos”, mientras comienzan los síntomas de la enfermedad que en los cuatro años posteriores se agudizará progresivamente. Destaca en estos retratos ciertos tipos del pueblo español. Nada más diferente en el planteo, en la ejecución y hasta en el espíritu de lo que había sido su período vibracionista. Barradas busca imponer la presencia de estas figuras con un agrandamiento expresivo monumental y con una cierta solemnidad generando un profundo quietismo. Las figuras pintadas con una especie de estatismo muralista, están delineadas con negro y tratadas con una densa materia casi monocroma. La factura es cerrada, densa, homogénea, la paleta baja y las escasas luces y sombras corroboran la solidez y la inmovilidad de estos personajes inmensos que se presentan frontalmente y que invitan a una extraña y silenciosa comunicación con el espectador.
Hombre en el café, óleo pintado en España en 1925, pertenece a su serie “Los magníficos”. Colección Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo.
En 1924 se incorpora al equipo de la revista Alfar que el uruguayo Julio Casal dirige en La Coruña. Al año siguiente envía obras a la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales de Paris donde obtiene un Grand Prix en la categoría Teatro.
Se muda al Hospitalet de Llobregat en Barcelona donde funda el “Ateneíllo” y se dedica a pintar paisajes de la localidad.
En 1927 se une a Dalí para respaldar la muestra de dibujos de García Lorca, mientras su envío a la Exposición Internacional de París es exhibido en Monza donde recibe un nuevo premio.
En 1928, luego de aspirar durante años con regresar a su país logra embarcarse para Uruguay pero ya gravemente enfermo. Al llegar a Montevideo aparta su contemplación del mundo sensible para buscar imágenes trascendentes. Compone así su “Pintura Mística” conocida como la serie de “Las Madreperlas“, visiones de la Virgen y del Niño que surgen entre arabescos y halos envolventes. Poesía y ensoñación se unen en composiciones líricas plenas de figuras flotantes que se movilizan en reiteradas curvas delineadas con gracia e intimismo.
La virgen y el niño, pintado por Rafael Barradas en Montevideo. Colección Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay.
Rafael Barradas fallece el 12 de febrero de 1929 en la ciudad de Montevideo a la corta edad de treinta y nueve años.
Joaquín Torres García, su gran amigo expresó: “Su pintura, pese a que cambien las escuelas, no puede pasar. Quedará siempre. Murió demasiado joven y fue una lástima, porque no dijo, seguramente, su última palabra. Pero ya lo escribió el poeta: “El varón amado de los dioses, muere joven. “
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) posee tres obras maravillosas del período vibracionista de Rafael Barradas que se conservan en su Colección Permanente. Son ellas “Hombre Flecha”, “El quiosco de Canaletas” (1918) y “El circo más lindo del mundo” (1918).
El hecho de morir tan joven y asimismo el haberse dedicado a diferentes disciplinas además de su actividad principal que fue la pintura, ha dejado como resultado un conjunto de obras un tanto reducido en volumen y con valores muy diferentes a los de algunos de sus contemporáneos como fue el caso de Joaquín Torres García, uno de los artistas latinoamericanos más prolíficos.
Los valores más altos alcanzados por Barradas en las subastas internacionales fueron “Hombre en el café” (1922), vendida en Christie´s New York en 1994 en 123.500 u$; “Calixto, mi sobrino” (1924) fue subastada en Castells y Castells, Montevideo, en octubre de 2010 en 206.000 u$; “Pilar”, que alcanzó en octubre de 2010 en la misma casa, Montevideo, un valor de 130.000 u$; y “Muñeca” ( 1919) vendida nuevamente en Castells y Castells, Montevideo, en abril de 2008 en 108.000 u$.
El seguimiento que podemos realizar a través de los precios establecidos en el segmento público del mercado de Barradas nos demuestra que la obra vibracionista es la menos frecuente de encontrar en el ámbito de las subastas. Tres de los valores más altos fueron alcanzados por obras de la serie de “Los Magníficos”, y una sola de las mencionadas (“Muñeca “) pertenece a un momento de transición antes de incursionar por completo en la fase de su visión vibracionista.
Esto nos lleva a una última conclusión que de alguna manera reafirma nuestro análisis a la hora de investigar la trayectoria de un artista. Una cosa es el arte, y otra muy diferente es el mercado del arte. A veces coinciden; por lo general no. Barradas fue un revolucionario no solamente por sus ideas sino por su manera de ver la pintura. El mercado no le ha respondido con la generosidad que le hubiese correspondido por su talento.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios