“Extranjeros en todas partes” (Stranieri Ovunque) es el leit motiv de esta 60ª edición de la Bienal de Venecia, sin duda la exposición internacional de arte más antigua (nacida en 1895) y la más prestigiosa – o al menos la que el planeta mira con mayor atención.
Podría decirse que fue Venecia la sede de la invención de las bienales. Y esta vez, habiendo podido visitarla en sus tres últimas ediciones, me pregunto cuál podrá ser su futuro. Percibí esta vez algo de inminencia, una tensión que – sin duda – responde al momento de angustia por el futuro que se vive en el planeta: con dos guerras en curso que podrían en cualquier momento escalar a conflagraciones mundiales, con evidencias de un cambio climático veloz e inexorable, y con conflictos terribles entre multitudes cada vez mayores que se ven desplazadas hacia –y rechazadas desde– las potencias económicas que cierran cada vez más sus fronteras.
En las bienales de arte no se pone en escena sólo un canon estético. Se proponen ideas, problemas, conceptos y urgencias que tanto los artistas como los curadores con sus antenas bien afinadas consideran que deberían ser objeto de reflexión por parte de las multitudes que la visitan y las que la miran y leen a distancia en comentarios y críticas a lo ancho y a lo largo del planeta.
Adriano Pedrosa, el curador general de esta bienal, es el primer americano del sur en ser elegido para ese rol. Su elección del tema convocante no podría ser más oportuno. Su fuente de inspiración ha sido el colectivo de artistas Claire Fontaine, con un concepto muy positivo de la condición de extranjero: aquél que tiene siempre una mirada extrañada, de viajero, y hace crecer desde allí su creatividad y su capacidad crítica. Sin embargo, en la obra de muchos artistas participantes en esta bienal ese concepto se ve transfigurado con un extraordinario potencial político: extranjeros fueron los colonizadores europeos de las inmensas latitudes americanas, africanas, australianas, etc. Extranjeros son hoy los emigrantes pobres desplazados de esas ex colonias emancipadas. Extranjeros los emigrados políticos. Extranjeros, extraños, extravagantes los animales humanos que atacan, someten y destruyen a todos los otros animales y que están destruyendo además los ecosistemas terrestres.
Todas estas cuestiones emergen en esta edición de la Bienal de Venecia, aunque no tanto en la exposición central curada por Pedrosa, sino que se despliegan en infinidad de matices en los pabellones nacionales.
Retratos, en el núcleo histórico del Pabellón Central. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
La exposición central ha sido muy discutida. Se habla de que el curador ha querido discutir el canon europeo y por ello ha elegido una gran cantidad de artistas latinoamericanos que nunca estuvieron en una bienal. Él mismo ha puesto el énfasis en esta cuestión tanto en sus textos como en los reportajes que se le han hecho. Incluso hay varias salas históricas en las que desplegó obras de artistas del siglo XX latinoamericano en una disposición que parece más bien de museo de arte moderno que de bienal. De hecho, el curador es el director artístico del Museo de Arte de Sao Paulo (MASP) y se nota. Los textos que acompañan cada pieza terminan (casi siempre) con la frase: “Este artista nunca figuró en la bienal de Venecia”. Tanto el principio ordenador de su búsqueda como el resultado me resultaron algo decepcionantes. Ha habido desde 1903 artistas latinoamericanos en la Bienal de Venecia, algunos de ellos ganaron leones de oro. Y esta vez no estuvieron (los argentinos Antonio Berni, León Ferrari y Liliana Porter entre ellos). Pero Pedrosa no solo organizó una suerte de Salón de excluidos, sino que renunció en general a la espectacularidad que siempre aparece como necesaria para despertar la atención de los visitantes en un conjunto tan vasto de espacios inmensos, decenas de pabellones, muchos kilómetros para caminar por día, en fin, las estrategias para retener el interés de los espectadores. Es muy agotador para el público tratar de mirar con atención, comprender, disfrutar, conmoverse con tan inmensa cantidad de obras. En la exposición central el curador multiplicó el número de artistas y redujo –en general– las dimensiones de las obras exhibidas. Ha cosechado pocos comentarios favorables, aunque hay allí muy destacadas obras de artistas como Annamaria Maiolino, Nil Yalter, la Chola Poblete, (que fueron premiadas) y notables obras de arte textil como la de las bordadoras de Isla Negra de Chile con un inmenso y magnífico tapiz que había sido robado durante la última dictadura.
Pabellón de Benin, “all the precious is fragile”. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
En los pabellones nacionales que pude visitar (se despliegan no sólo en las secciones Arsenale y Giardini del predio de la Bienal sino también en diversos edificios dispersos en la ciudad) me resultó muy potente la presencia africana. Camerún, Congo, Costa de Marfil, Etiopía, Nigeria, Tanzania, Uganda y Zimbawe (varias de estas naciones participantes por primera vez) instalaron sus pabellones nacionales en edificios fuera del predio de la bienal. Y fueron dos pabellones africanos: el de Benin en Arsenale (también participando por primera vez) y el de Egipto en Giardini, los que más me impresionaron. “Todo lo precioso es frágil” se llama la instalación del colectivo integrado por Chloè Quenum, Moufouli Bello, Ishola Akpo y Romuald Hazoumè, curada por Azu Henry Nwagbogu, que se adentra con eficaz poética en las tradiciones ancestrales femeninas, la historia del tráfico de esclavos, las deidades antiguas y las mujeres como promesa de un futuro mejor y un presente signado por necesidades que se ven materializadas en un refugio realizado con bidones plásticos: esenciales para la vida transportando y preservando agua.
Inolvidable, la obra de Wael Shawky en el Pabellón de Egipto. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
“Drama 1882” se llama la extraordinaria obra de Wael Shawky que se presenta en el pabellón de Egipto. Se trata de una ópera de la que el artista compuso la música, la coreografía, el guión y las escenografías, dirigida y filmada por él mismo en la que, en un tono muy particular que oscila entre la tragedia y la comedia y una estética extraordinaria que roza la abstracción, narra la terrible historia de la derrota, en 1882 a manos de la diplomacia y las tropas inglesas y norteamericanas, de la revolución nacionalista de los Orabi que en 1879 habían logrado independizarse del dominio imperial.
También en el pabellón de los países nórdicos (Suecia, Noruega y Finlandia) se despliega una obra performática musical extraordinaria: “The Altersea Opera”, inspirada en la tradición milenaria de la ópera cantonesa, con un despliegue de trajes bellísimos, y un tono nostálgico con el que se evoca el vínculo ancestral con el agua en el pasado, el presente y un futuro que se percibe oscuro y amenazante.
La música, la palabra, la imagen en movimiento tienen una importante presencia en varios de los pabellones más impactantes de la Bienal, como el de Gran Bretaña (“Listening all night to the rain” de John Akomfrath), Alemania (“Thresholds” de un grupo de artistas con curaduría de Cagia Ilk), Suiza (“Super Superior Civilizations” del artista suizo brasileño Guerreiro do Divino Amor), con oscuras miradas hacia el pasado predador de esas naciones y predicciones apocalípticas.
Pabellón Países Bajos, Cooperativa Cacao. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
Otras naciones europeas decidieron ceder sus pabellones a ex colonias o a colectivos de naciones africanas o americanas: el de los Países Bajos fue cedido a una cooperativa de recolectores de cacao del Congo: “The international celebration of blasphemy and the sacred” plantea cuestiones éticas y económicas que nunca aparecen en los exclusivos círculos del arte: las esculturas de deidades ancestrales hechas en cacao y que inundan el pabellón con su aspecto terrible y su delicioso perfume están a la venta y su beneficio será para esa cooperativa en la que los trabajadores ganan en promedio menos de veinte o dólares por mes.
El pabellón de Rusia fue cedido a artistas de Bolivia, entre ellos Alexandra Bravo, que presentó extraordinarias obras de arte plumaria y textiles, técnicas ancestrales con mensajes muy contemporáneos referidos a la situación de los migrantes indocumentados y las mujeres trabajadoras bolivianas.
España cedió por primera vez en su historia su pabellón a una artista de una de sus principales antiguas colonias: la peruana Sandra Gamarra, que hace una reseña terrible de la conquista española en América a través de su instalación “Pinacoteca migrante”.
Pabellón de Australia. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
El León de Oro fue otorgado al pabellón de Australia, que seleccionó una obra extraordinaria del artista Archie Moore, quien se presenta como descendiente de las primeras naciones australianas [tradicionalmente relegadas a reservas y asentamientos lejanos de las grandes ciudades]. El artista dibujó con tiza en las paredes inmensas y ennegrecidas del pabellón 65.000 años de su genealogía, que reconoce como kamilaroi, bigambul y británica. Su obra: “Kith and Kin” se completa con una luctuosa instalación de condenas, documentos y estadísticas de muertes violentas en medio de un espejo de agua, central en el duelo de los pueblos originarios australianos.
Pabellón de Uruguay con un detalle de la obra de Eduardo Cardozo. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
Finalmente, quisiera comentar los pabellones de mis dos patrias: el del Uruguay en los Giardini y de la Argentina en el Arsenale. El artista uruguayo Eduardo Cardozo se instaló como extranjero en Venecia trasladando los muros descascarados de su taller montevideano para dialogar nada menos que con el Tintoretto, una de cuyos principales obras: El Paraíso, recrea tridimensionalmente en una poética instalación de paños finamente coloreados e iluminados que evocan el movimiento de las figuras de la gran tela del mayor artista veneciano.
Pabellón de Argentina con Luciana Lamothe. Fotografía: Laura Malosetti Costa.
En el pabellón argentino, Luciana Lamothe despliega una estructura curvilínea de madera terciada y pulida que nos hace evocar la idea de infinito, atravesada por troncos, elementos punzantes, accidentes que evocan violencias y quiebres que sin embargo no impiden su suave presencia y la invitación a compartir ese espacio. “Ojalá se abran todas las puertas” se llama esa instalación en la que se ven y escuchan videos en los que la artista destruye puertas a martillazos y que nos dan una bella clave de interpretación: Argentina abriendo siempre las puertas, como país de extranjeros, una camada sobre otra, siempre dispuestos y generosos con los nuevos. Ojalá esa larga tradición no se termine y se sigan abriendo todas las puertas…
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios