Pensar la historia de una importante porción del actual territorio de la Argentina inserta en los dominios incaicos no está entre las primeras representaciones del imaginario sobre el pasado prehispánico de nuestro país [a excepción, claro está, de arqueólogos, historiadores y aficionados al tema]. Sin embargo, la incorporación al Tawantisuyu de lo que hoy corresponde a las regiones del Noroeste y de Cuyo, que pasarían a formar parte del Collasuyu [1], fue un hito de envergadura tanto para los incas conquistadores como para los pueblos conquistados.
Si bien hasta hace algunos años se pensaba que el avance sobre las tierras que se extienden desde la puna jujeña hasta Uspallata en Mendoza se había dado, hacia 1471, de modo rápido y homogéneo, durante el reinado de Tupac Inca Yupanqui, recientemente los arqueólogos Alejandro García, Reinaldo Moralejo y Pablo Ochoa, combinando la revisión de datos etnohistóricos con nuevos fechados radiocarbónicos, propusieron una nueva cronología que redefine la dinámica de la ocupación inca en esta región. Habría dado en etapas: primero con el ingreso al área jujeña alrededor de 1420, continuando tres décadas más tarde por los territorios de Salta, Tucumán y Catamarca, para, finalmente, avanzar sobre La Rioja, San Juan y Mendoza; esta última entrada se habría realizado hacia 1475, desde el otro lado de la cordillera, donde estaría garantizado el dominio sobre los actuales territorios chilenos [García, Moralejo y Ochoa, 2021]. Este panorama nos habla de un proceso complejo en el que los incas habrían encontrado resistencia por parte de los pobladores locales lo cual les planteó la necesidad de consolidar el control de los espacios conquistados antes de seguir avanzando. Pero, además, pudo haber incidido otro factor, la densidad poblacional de las tierras a conquistar, si esta era baja había poca mano de obra para tributar.
Tengamos en cuenta que uno de los principales móviles de la expansión hacia esta zona surandina era la explotación de las riquezas minerales y en segundo lugar la actividad agropecuaria [Raffino, 1981], en ambos casos era fundamental contar con mano de obra tributaria. Esto explicaría el tardío ingreso en la región cuyana en la medida en que se priorizó el control de Chile central ya que los asentamientos de ese lado estaban más consolidados, presentaban mayor densidad poblacional y una organización social más sólida al momento de la llegada de los Incas. En síntesis, fueron varios los factores que incidieron en la dinámica de la ocupación: el grado de resistencia local, la importancia de la explotación de los recursos naturales, la densidad de la población, su organización y distribución.
La multiplicidad de variables que atravesaron el proceso de ocupación inca en territorio argentino se expresa en la cultura material. Entre los sitios que lo testimonian se encuentran: centros administrativos construidos íntegramente en período incaico como El Shincal de Quimivil en Catamarca, ciudades pre incaicas ocupadas, intervenidas y constituidas como cabeceras administrativas, como El Pucará de Tilcara en Jujuy o La Paya en Salta; fortalezas emplazadas en lugares estratégicos, como El Pucará de Aconquija en Catamarca; santuarios de altura, como el del Volcán de Llullaillaco en Salta, y posadas camineras [tambos] y depósitos [colcas] articulados con el camino real [Qhapaq Ñan] tal como pueden verse desde Jujuy hasta Mendoza.
Las edificaciones y obras de ingeniería no sólo cumplían propósitos utilitarios, sino que afirmaban en términos estéticos y simbólicos el dominio territorial de los Incas y la integración de las poblaciones sometidas al poder imperial [Cremonte y Williams, 2007]. En el paisaje del NOA y de Cuyo, la presencia de una arquitectura pública de muros de piedra construidos a partir de bloques tallados encastrados sin ningún tipo de mortero [2], y las aberturas y hornacinas trapezoidales son marcas incaicas ineludibles. Ciertamente, a diferencia de las perfectas terminaciones imperiales, las producciones locales del territorio sur aparecen como imitaciones del modelo cuzqueño un tanto rústicas puesto que no siempre se contó con experimentados constructores procedentes de aquella región nuclear, sin embargo, en todos los casos está clara la intención/mandato de construir a la manera de los Incas.
Del mismo modo que las hornacinas y los muros trapezoidales, determinados tipos de edificaciones, dispuestos en un trazado urbano rectangular, materializan la presencia incaica en el paisaje local. Kanchas y kallankas son estructuras que pueden cumplir diversas funciones pero que se caracterizan por la forma modular que responde al rectángulo o el trapecio. Las primeras son conjuntos de recintos que se abren hacia un patio común en el centro. Fueron usados, fundamentalmente, como espacios residenciales. Las kallankas son recintos rectangulares que pueden alcanzar hasta 70 m de largo, y presentan como rasgos distintivos: nichos y ventanas trapezoidales, techos a dos aguas, postes o columnas internas, y varias puertas en uno de los muros largos que dan a una plaza. Este tipo de edificios estuvo destinado a funciones administrativas o ceremoniales.
El ushnu o «trono del inca» es otra de las estructuras incaicas por excelencia que está presente en todos los centros administrativos del imperio. Se trata de una plataforma realizada a partir de una roca natural intervenida para dar forma a un asiento. Desde allí el inca o su representante provincial conducía ceremonias religiosas, y actividades judiciales y militares. En algunas ocasiones se utilizaba como observatorio solar.
Ya sea que se tratase de asentamientos previos reconfigurados o de nuevos centros administrativos y fortalezas, fue fundamental, en el concierto de las estrategias de dominación, responder a las pautas estructurales y estéticas de la arquitectura pública inca. Algunos de los ejemplos mejor acabados se encuentran en La Paya y en El Pucará de Aconquija [Raffino, 1981: 92]. La Paya era un poblado diaguita que luego del arribo de los representantes imperiales se habría constituido en una cabecera administrativa de la provincia de Chicoana en el Collasuyu. En un sector particular del asentamiento se emplazó una estructura de neta filiación inca conocida como Casa Morada que responde al modelo de las kanchas. Este sector se erigió como un símbolo de la presencia incaica, con características arquitectónicas identificadas por el armado de muros más gruesos, con piedras trabajadas y traídas de otros sitios, que contrastaban marcadamente con las estructuras locales. La ubicación de La Casa Morada en la parte más elevada del terreno restringiendo su accesibilidad visual y física reforzaba el carácter elitista de ese sector identificado con el poder incaico [Ferrari, 2016].
Pucará de Aconquija. Fotografía: Sergio López Martínez. Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, Cultura. Presidencia de la Nación.
En cuanto al Pucará de Aconquija fue construido en época incaica y muy posiblemente hayan intervenido arquitectos provenientes de la capital imperial. Estuvo ocupado por poblaciones trasladadas [mitmakunas (3)], durante un breve periodo muy cercano a la caída del Tawantinsuyu. Tuvo una función únicamente militar como bastión defensivo del imperio. Todas las particularidades de su construcción dan cuenta de un estilo netamente inca: hornacinas y muros trapezoidales, recintos residenciales [kanchas], espacios públicos [kallankas], depósitos [qollqas] y estructuras defensivas [murallas, troneras, torreones, etc.]. Su organización parece responder a la división en dos sectores [hanan y hurin], división que expresa relaciones socio-políticas, y que reproduce las características del Cuzco en las provincias. Este mismo principio se evidencia en El Shincal de Quimil, uno de los sitios más elocuentes respecto a la presencia incaica en territorio argentino. Fue un centro administrativo incaico emplazado en un punto estratégico para la expansión incaica, que combinaba la explotación de recursos naturales, mineros y agropastoriles, con el control político, y que apeló a elementos simbólicos para afianzar ese control en la región. Su construcción y planificación, al igual que las de Cuzco o Machu Picchu, responden a la premisa incaica de integrar la arquitectura de manera orgánica en el paisaje, orientando las edificaciones, en particular las destinadas al culto, en función de marcar los equinoccios y solsticios que organizan tanto el calendario agrícola como el ceremonial.
La creación de asentamientos a la manera de «nuevos Cuzcos» evidencia la intención de replicar el paisaje sagrado de la capital inca en los territorios conquistados [Giovannetti 2016]. En la traza urbana del sitio se destaca la gran plaza amurallada, aukaipata, en cuyo centro se erige el ushnu cuya orientación hacia el SE coincide con la salida del sol durante el solsticio de diciembre. En el perímetro del aukaipata se disponen kallankas donde se realizaban diversas actividades políticas, administrativas y ceremoniales y, ubicadas de forma adyacente al camino incaico, kanchas, que habrían funcionado como residencias permanentes de los gobernantes, capaces de albergar a invitados durante eventos o ceremonias [Giovanetti, 2016)].
En el caso del sitio del Pucará de Tilcara, al igual que en La Paya, los Incas se asentaron sobre un poblado pre-existente y lo constituyeron en una de las principales cabeceras políticas del estado inca en el área sur del Collasuyo, por su ubicación fue estratégica junto a un curso de agua permanente y en un cruce de rutas naturales que comunican la Quebrada con zonas ecológicas diferenciadas, como la Puna al occidente, y las Yungas al oriente; a lo que se sumaba la proximidad a extensos campos agrícolas que fueron intensivamente explotados, y a importantes canteras de alabastro y calizas, utilizadas para la producción de diversos objetos suntuarios y de culto. La evidencia de producción de bienes especializados bajo el control del Estado Inca da cuenta de la función económico-administrativo elegida para este sitio en el ámbito regional. El Pucará cumplió funciones administrativas en relación a la organización de las poblaciones sometidas y a la producción especializada de bienes artesanales en metal, piedras semipreciosas, rocas marmóreas que eran aprovechadas y trasladadas por los Incas hacia otras áreas del Tawantinsuyu. A su vez, en el sitio se desarrollaron actividades de carácter ceremonial que habrían estado ligadas al culto al sol y a los ciclos productivos, tales como las que se desarrollaron en una de las estructuras conocida como La Iglesia donde se hallaron illas, estatuillas de animales talladas en piedra que estarían asociadas a rituales de fertilidad, utensilios para inhalar alucinógenos, y vasijas de cerámica con procedencias diversas, algunas posiblemente elaboradas en Cuzco [Otero, 2013].
Pucará de Tilcara. Fotografía: Fernando de Gorocica. Wikimedia.
En el Pucará de Tilcara, en La Paya, y en general en los sitios pre incaicos donde, aprovechando la densidad de población, los Incas establecieron talleres de producción de distintas manufacturas imperiales, se hace evidente que los artistas locales no adoptaron pasivamente los modelos que provenían directamente de la capital del imperio. Sobre todo, en la producción cerámica se puede apreciar cómo los hacedores incorporaron elementos propios, no incaicos, dando origen a estilos como el Diaguita-Inca, el Inca-Pacajes, el Paya-Inca, y Santa María-Inca. La imposición de las formas propias de la cerámica estatal se combinó con la tolerancia a la introducción, en esas formas, de iconografías locales, lo que pareciera hablar de otra fase de negociación y búsqueda de consenso en el orden simbólico, en el mismo sentido que la aceptación e incorporación de los cultos locales articuladas con la obligación de sostener el culto imperial. Por otro lado, la presencia de objetos suntuarios de origen cuzqueño como keros [vasos ceremoniales], hachas de bronce, figurinas de metal y textiles en los ajuares funerarios de curacas [jefes] locales, sometidos bajo el nuevo sistema administrativo imperial, da cuenta de que participaban de los intercambios de bienes de élite en el contexto de las relaciones de reciprocidad a través de las cuales el Inca buscaba garantizar el consenso de las poblaciones conquistadas.
Notas:
1. Recordemos que el Tawantiusyu se fundó tras la victoria del ejército comandado por el Inca Pachacutec sobre la confederación de los Chancas en 1538. A partir de ese momento se inició una etapa de expansión continua. El inca reformó el Cuzco que pasó a ser no solo la capital del imperio sino el centro a partir del cual se organizaron los cuatro suyus [regiones]: Chinchasuyo al norte, Cuntisuyo al oeste, Collasuyo al sur y Antisuyo al este.
2. Solo cuando el entorno natural no proveía el material necesario se recurrió a la mampostería mezclada con argamasa, desnuda o cubierta con revoque [Raffino, 1981: 75].
3. Fueron grupos étnicos que eran sacados de su territorio y reubicados en otras zonas para cumplir funciones económicas, sociales, culturales, políticas y militares. La práctica de los mitimaes podía ser tanto un castigo como una recompensa.
Bibliografía
Cremonte, M. B., & Williams, V. [2007]. La construcción social del paisaje durante la dominación Inka en el Noroeste Argentino. Nielsen AE, Rivolta MC, Seldes V, Vazquez MM, Mercolli P, compiladores. Procesos sociales prehispánicos en el sur andino. La vivienda, la comunidad y el territorio. Córdoba: Editorial Brujas. p, 207-236.
Ferrari, A. [2016]. Espacialidad local e inka en el Valle Calchaquí Norte [Salta, Argentina]: Reevaluando el alcance de la intervención imperial en La Paya. En Estudios atacameños, (53), 53-74.
García, A., Moralejo, R. A., y Ochoa, P. A. [2021]. Radiocarbon chronology of the Inca expansion in Argentina. En Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología, [42], 51-83.
Giovannetti, M. A. [2016]. El Shincal de Quimivil, enclave Inka de peregrinaje, ritual y festividades estatales. Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales; Xama; 24-29; pp. 127-147
Otero, C. [2013]. Producción, usos y circulación de bienes en el Pucará de Tilcara [Quebrada de Humahuaca, Jujuy]. Tesis de doctorado. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras.
Raffino, R. A. [1981]. Los Inkas del Kollasuyu: origen, naturaleza y transfiguraciones de la ocupación inka en los Andes meridionales. Buenos Aires: Ramos Americana Editora.
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