Caminar hacia la fuente de Las Nereidas en la Costanera Sur, es volver lentamente al pasado. En la plazoleta homónima, situada en la calle Padre Migone y la Avenida Tristán Achával Rodríguez, aparece uno de los monumentos más bellos de la Ciudad de Buenos Aires. La historia, el mito, la mujer se entremezclan en este formidable conjunto de mármol de Carrara que se alza majestuoso al borde del Río de la Plata. Fue realizado por Dolores Mora Vega de Hernández (1866-1936) conocida como Lola Mora. Nace en Trancas, Tucumán, en el seno de una distinguida familia de hacendados y comerciantes.
En 1887 llega a la capital provinciana el maestro italiano Santiago Falcucci. Junto a él aprende los secretos del dibujo y la pintura con un entronque en las escuelas italianas tanto neoclásica como romántica, que no abandonará en toda su evolución posterior.
En 1891 mueren sus padres con pocos días de diferencia. Su buen pasar económico se ve interrumpido, pero el maestro Falcucci viendo sus sorprendentes aptitudes artísticas decide continuar dándole sus clases de manera gratuita.
En 1894 la Sociedad de Beneficencia de la Capital organiza una exposición donde Lola exhibe veintiún retratos de gobernadores de Tucumán, que fueron adquiridos por el Gobierno de la Provincia en la suma de cinco mil pesos.
Ante la imposibilidad de avanzar en el limitado universo provinciano de entonces, decide dar el paso para obtener una beca para estudiar en Italia. Pasa por Buenos Aires y en 1897 llega a Roma con la instrucción precisa de Falcucci de contactar al pintor Francesco Paolo Michetti.
Nada le resultará fácil. Michetti se niega a recibirla, pero con su férrea insistencia logra convencerlo para que la acepte en su taller, considerando esta condescendencia como una única excepción. Más adelante toma contacto con el escultor Giulio Monteverde, quien la llevará hacia su verdadero camino. En este momento, “por razones económicas” el gobierno argentino le suspende la pensión que le permitía estudiar en Roma. Supera el trance gracias a la colonia española allí radicada y a la ayuda de muchos amigos romanos que en poco tiempo descubrieron su talento. El embajador argentino Enrique B. Moreno realiza varias gestiones que llegan a oídos del entonces Presidente Julio Argentino Roca, quien se ocupa de que el Estado argentino siga ayudando económicamente a la escultora.
Moreno la vincula con la aristocracia italiana y comienza a realizar una serie importante de retratos. Al mismo tiempo recibe encargos provenientes de su tierra natal. El gobierno tucumano le pide la realización de un monumento para Juan Bautista Alberdi, y desde Montevideo le solicitan la creación de un grupo escultórico dedicado al periodista y escritor Carlos María Ramírez.
El taller de Lola va creciendo a medida que aumentan los encargos, debiendo recurrir a operarios y ayudantes. Al mismo tiempo se incrementa su fama en la capital italiana. Su falta de prejuicios, su originalidad en el vestir luciendo las clásicas “bombachas y camperas” según la descripción que hace de ella José León Pagano en el “Arte de los Argentinos”, su atractivo físico, su indiscutido talento, el exotismo que le otorga el ser extranjera y sudamericana por añadidura, sumaban razones para que conocerla fuera un imperativo de la alta sociedad romana.
Su fama se expandió hasta Buenos Aires. En 1900 le llega el primer encargo del Gobierno Nacional para la realización de dos bajorrelieves con destino a una remodelación de la Casa de Tucumán. La artista acepta el encargo, pero al mismo tiempo presenta al entonces intendente municipal Adolfo Bullrich los bocetos de una fuente que deseaba donar a nuestra ciudad. Inspirada seguramente en las innumerables “fontane” romanas, quiso dejar un testimonio de aquello que ella interpretaba como su propia libertad creativa. No dejaron de aparecer de inmediato interpelaciones e inconvenientes. De todas maneras, el proyecto siguió adelante a pesar de los cuestionamientos por contratar una obra por un monto de 25.000 pesos. Lola se compromete a llevar las maquetas lo antes posible. Al mismo tiempo trabaja en los bocetos para la Casa de Tucumán, investigando en profundidad los momentos históricos donde asoman los miembros de la Primera Junta de Gobierno y los congresales que rodean la mesa que preside Francisco Narciso de Laprida.
En 1902 Lola regresa a Buenos Aires con las piezas de la fuente de Las Nereidas. El lugar elegido inicialmente fue la Plaza de Mayo, pero es rápidamente desechado por la excesiva sensualidad de las figuras, y por la imposibilidad de colocar “a veinte metros de la Catedral” un conjunto tan imponente de desnudos masculinos y femeninos. Se pensó ubicarla en el barrio de Mataderos, una zona prácticamente despoblada, o en el Parque de los Patricios que estaba comenzando a urbanizarse. Finalmente fue inaugurada el 21 de mayo de 1903 en el antiguo parque Colón, sobre el cruce de la actual Avenida Leandro N. Alem (entonces Paseo de Julio) y la calle Juan Domingo Perón.
Lola-Mora junto a sus ayudantes trabajando en la fuente Las Nereidas en el taller provisorio instalado en el Paseo de Julio. Buenos Aires 1903. Archivo General de la Nación.
Lola Mora trabajó durante varias semanas instalándose en plena vía pública en un improvisado taller, donde los sorprendidos transeúntes pudieron contemplar a la escultora trabajando, rodeada de andamios, mármoles y operarios llevando a cabo el final de esa obra que le resultaba tan querida y que tantos inconvenientes le había traído. En la inauguración estuvieron presentes el intendente Alberto Casares, y el ministro del Interior Joaquín V. González. Resultó llamativa la total ausencia femenina en el evento, lo que fue un claro indicio del malestar que la obra causó en las damas de aquellos tiempos tan apegadas a los valores tradicionales. Las fotos de la época la muestran como la única mujer en el palco entre todos los funcionarios relevantes, siendo también la solitaria agasajada en el numeroso grupo de caballeros reunidos en la recepción organizada en su honor en el Club del Progreso.
Tan fuerte fue la presión que ejercieron los “sectores moralistas”, que la fuente tuvo que ser trasladada en 1918 a un lugar acorde a su condición de obra “licenciosa e impúdica”: la zona portuaria de la Costanera Sur. Sin embargo, con el correr de los años su majestuosidad sería verdaderamente apreciada y reconocida, tal es así que en el año 1997 por un decreto del Poder Ejecutivo, se le otorgó el carácter de “Bien de Interés Histórico Artístico Nacional”.
La fuente de Las Nereidas en la actualidad, en Costanera Sur. Fotografía: Gentileza Jonathan Cardy.
La fuente de Las Nereidas, realizada en mármol de Carrara y granito rosado, está compuesta por una valva de la cual emergen las figuras de tres tritones desnudos que cargan las riendas de tres caballos encabritados. En el centro del espejo de agua se eleva un pila montañosa sobre la cual se ubican las dos nereidas cuyos cuerpos, mitad humanos y mitad peces, revelan una notable sensualidad. Ellas sostienen con sus brazos una valva menor donde se alza la figura de Venus. Las nereidas forman parte de la mitología griega y eran las hijas de Nereo y de Doris. Habitaban el Mar Mediterráneo, siendo las encargadas de guiar mediante sus bellos cantares a los marineros que surcaban sus aguas. Se sabe que hubo un proyecto donde Nereo sería el protagonista, pero luego la artista lo cambia por la diosa Venus como figura central. Siguiendo la clásica estructura piramidal renacentista, la fuerza viril se muestra en la gran base de la cual emergen los tritones en lucha con los corceles salvajes. Las diagonales clarísimas, nos llevan hacia las nereidas, que, en suave torsión, sostienen a Venus que aparece al final de un espiral humano en un equilibrio casi imposible. Todo son curvas que sostienen cuerpos clásicos de volúmenes fuertes y armónicos que invitan a un innegable recorrido visual.
Pasado el primer momento de entusiasmo, comienzan a publicarse las esperadas críticas: se duda de la autoría de Lola Mora, se juzga su moralidad y todo ello sin el menor asidero y con escasos fundamentos. No faltaron los que consideraron que una mujer tan pequeña estaba imposibilitada de realizar tamaña tarea en soledad.
Muchos años después, en 1971, se intentó trasladar la fuente a la Avenida 9 de Julio y Santa Fe pero la decisión fue técnicamente desaconsejada por fisuras que podían observarse en el mármol y que se agravarían en caso de intentar mudarla nuevamente a otro lugar.
En 1903, la escultora vuelve a Roma con innumerables proyectos en carpeta. El general Julio Argentino Roca sugirió su nombre para la realización de cuatro esculturas que habrán de adornar el futuro edificio del Congreso Nacional: las del General Carlos M. de Alvear, Mariano Fragueiro, Facundo Zuviría y Narciso de Laprida, así como también cinco figuras alegóricas. También tiene listo el boceto del monumento a la Bandera, el proyecto de otra escultura para el Dr. Aristóbulo del Valle, y los encargos antes mencionados para la Casa de Tucumán. También gana el concurso para la realización de un monumento destinado a la Reina Victoria de Inglaterra en la ciudad de Melbourne, Australia.
El taller donde trabajó hasta el momento le resultó pequeño para semejante cantidad de obras por lo que adquiere y refacciona un palacete en la Via Dogali 3, lugar que se convertirá en el centro de reunión de lo más granado de la intelectualidad romana y también de la sudamericana. Se sabe que son asiduos visitantes Guillermo Marconi, Gabrielle D’Annunzio, los generales Mitre y Roca, y Ernesto de la Cárcova, entre otros.
Lola Mora trabajando en su taller frente a un modelo. Roma, 1905.
En 1906 Lola Mora regresa a Buenos Aires donde le ceden un taller dentro de las instalaciones del Congreso para llevar a término los trabajos que le habían sido encomendados. Ese mismo año al inaugurarse el Palacio del Congreso, fueron colocadas las esculturas del Comercio, la Libertad, dos leones, y sobre la avenida Rivadavia la Justicia, la Paz y un personaje masculino no identificado.
Estas figuras sufrieron los embates que caracterizaron toda la vida y las realizaciones de la escultora. Con el crecimiento de la bancada radical, en 1913 las críticas al gobierno conservador alcanzan también las contrataciones y la carrera artística de Lola Mora. Las esculturas son retiradas y luego de pasar varios años en distintos depósitos fueron reubicadas en diversos puntos del país.
Una de las alegorías realizadas por Lola Mora para el Congreso Nacional. Como con la fuente, fue censurada. Las originales se trasladaron a Tucumán. Cien años después se realizaron calcos, que volvieron a colocarse en su sitio original, como observamos en la fotografía. Gentileza Lorena Cacciola.
No menos azaroso y complicado resultó el trámite de realización del monumento a la Bandera, boceto en el que trabajó desde 1903. En 1909 se elige su proyecto para inaugurar la obra al año siguiente. Recién en 1923 llegan a Rosario las enormes piezas de mármol que habrán de componer el conjunto y que se depositan en la Plaza General Belgrano. Allí deambularán durante años como víctimas involuntarias de las batallas que se libran siempre en los frentes de la política, la burocracia y la estética. Finalmente, en 1997 son reacondicionadas y pasan a integrar el Pasaje Juramento, ubicado antes de llegar al Monumento a la Bandera, cuyo proyecto fuera concebido a fines del siglo XIX y retomado por Ángel Guido.
Uno de los últimos trabajos que le depararía alegrías, es el monumento a Nicolás Avellaneda. Su proyecto ganó el concurso organizado por la Municipalidad de la ciudad que lleva su nombre en el Gran Buenos Aires, para honrar al estadista en la plaza que lleva su nombre. El 8 de junio de 1913 se inaugura la gran obra y asiste el presidente Roque Sáenz Peña junto a las más altas autoridades obteniendo un eco extraordinario por parte del público, la crítica y los medios periodísticos. Este monumento que puede verse hoy en su emplazamiento original, tiene a Avellaneda como protagonista dirigiéndose al público. Una figura alegórica, la Oratoria, apoyada sobre un león trata de colocar una corona de laureles sobre la frente del prócer. Otras dos figuras, la Capitalización y el Genio Alado, completan el bello grupo escultórico.
A partir de 1927, Lola se sumerge en un silencio casi absoluto del que logran sacarla por momentos los integrantes de una delegación artística que viaja a Salta para inaugurar el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad. Son ellos Pío Collivadino, Fernán Félix de Amador y Rafael Alberto Arrieta entre otros. Les relata que sus proyectos la habían llevado a perder todos sus bienes, que «muchas cuentas habían quedado sin pagar» pero que «no se lamenta porque jamás se había quejado ni doblegado ante nadie».
Vive desde entonces en la más absoluta pobreza. En la ciudad de Tucumán se organiza un subsidio público para ayudarla, y pocos meses antes de su muerte el gobierno nacional aprobará una pensión de trescientos pesos por mes para sostenerla.
Lola Mora se había casado con Luis Hernández Otero en 1909. Se separan en 1918 reconciliándose en mayo de 1936. Lola fallece en Buenos Aires el 7 de junio, siete días después, pasado el mediodía, en casa de unos parientes.
Esta gran escultora puede ser confrontada de igual a igual con los artistas de su época en cuanto a sus valores profesionales, pero al mismo tiempo es necesario computar a su favor la lucha sin cuartel que debió librar contra los prejuicios que la descalificaban por el solo hecho de ser mujer o por haberse dedicado a una vocación solamente destinada a los varones.
A pesar del silencio despectivo con la que la tratan los grandes críticos del arte argentino, creemos que su trayectoria ha sido sumamente valiosa, sin que se pueda desconocer el aporte que significó para la escultura de nuestro país.
Indudablemente fue una adelantada a su tiempo y por su carácter, ingenio y virtuosismo es considerada en la actualidad, una de las principales figuras del arte nacional. No en vano, en 1998 se dictó la ley 25.003 que estableció que el día de su natalicio, el 17 de noviembre, se festeje el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.
Lola Mora termina sus días en Buenos Aires, la ciudad “ingrata” que solo le pagó con sinsabores el magnífico regalo de la fuente que hoy todos reconocemos y que lleva su nombre. La luz de sus espléndidas figuras de mármol sigue resplandeciendo en este solitario rincón de la Costanera Sur.
* Agosto de 2024. Especial para Hilario. Artes Letras Oficios.