La colección de Georges Claraz

Sequil formado por tres placas - de diseño trapezoidal, rectangular y cuadrangular, esta última con una figura antropomorfa - unidas por cadenas. Museo Etnográfico (UBA, Buenos Aires), Donación Stoëcklin Eloy, 1932. Objeto reunido por Jorge Claraz. N° de Inv.: -040225- / 49585-2.


«Chagüai-üpul», arte de plata con formato campanuliforme. Fundido. Este aro aparece reproducido en el dibujo de María D. Millán de Palavecino: ver la siguiente imagen. Museo Etnográfico (UBA, Buenos Aires), Donación Stoëcklin Eloy, 1932. Objeto reunido por Jorge Claraz. N° de Inv.: -040259- / 49588.


Dibujos con piezas de la Colección Claraz; observen el sequil - fotografiado en este artículo - en ese momento dividido en dos tramos y con numeración independiente. María Delia Millán de Palavecino, «Platería araucana en la pampa bonaerense. Notas para la historia de la indumentaria argentina», en Etnía, n° 4, Olavarría, julio-diciembre, 1966.


Par de aros de plata, «Chagüaitü». Museo Etnográfico (UBA, Buenos Aires), Donación Stoëcklin Eloy, 1932. Objeto reunido por Jorge Claraz. N° de Inv.: -040247- / 49587.


Guillermo Palombo

 

Miembro Emérito del Instituto Argentino de Historia Militar, integrante del Grupo de Trabajo de Historia Militar de la Academia Nacional de la Historia, Académico Correspondiente de la Academia Sanmartiniana y del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, ex presidente del Instituto de Estudios Iberoamericanos.

 

Su producción impresa sobre diversas disciplinas (libros, folletos, capítulos en obras colectivas, artículos en revistas especializadas y diarios) supera los 300 títulos. Acaba de presentar Uniformes del Ejército Argentino (Lilium Ediciones, Buenos Aires, 2023), un estudio de consulta ineludible sobre el tema. LEER MÁS


Por Guillermo Palombo *

El hombre

 

Apasionado naturalista, incansable viajero-aventurero, explorador de zonas de nuestro país poco o nada conocidas por entonces, estanciero, escritor, periodista contestatario, inquieto hasta su ancianidad y gran filántropo, Georges, hijo de Ambroise Claraz y Elisabeth Buchs, nació 1832 en Friburgo [Suiza]. Era el mayor de 11 hermanos: 7 varones y 4 mujeres. Su familia, originaria de Saboya, se había establecido en la patria de Guillermo Tell unos años antes de su nacimiento. Su padre, que ocupó la gerencia comercial de una modesta industria de trenzados y sombreros de paja, la que años más tarde dirigió como su propietario, nunca tuvo una situación financiera desahogada, sino que, por el contrario, debió afrontar serias dificultades económicas.

 

Georges asistió a una escuela primaria laica, después ingresó a la secundaria cantonal y en 1851 se matriculó en la Universidad de Zúrich, donde estudió ciencias naturales [química, física, botánica, geología, mineralogía, cristalografía, etc.]. Allí trabó amistad con sus profesores, especialmente con el de mineralogía, Dr. Jacob Christian Heusser [1826-1909], naturalista y agrimensor, hermano de Johanna Spyri [1827-1901], la célebre autora de Heidi. También con su profesor de geología, Arnold Escher von der Linth (1807-1872), quien fue su gran amigo paternal, que hasta el final de su vida acompañó a Georges con sus consejos, orientándolo en momentos difíciles, ayudándolo verbal y materialmente y quien nunca dejó de enviarle libros y publicaciones útiles a sus investigaciones. Durante 1856 Georges profundizó sus estudios en Alemania, probablemente con el fin de emprender la redacción de una tesis doctoral, que no vio la luz. Durante ese mismo año, Heusser, al ser invitado por las autoridades suizas a inspeccionar ciertos asentamientos en Brasil, convocó a Claraz para que lo acompañara.

 

Fue así que Claraz - el protagonista de esta historia -, pasó algunos años en Brasil antes de establecerse en Argentina en 1860, donde vivió más de veinte años. Como era un «naturalista viajero» a la manera de Humboldt o Darwin, y le interesaban las ciencias naturales, la etnología y la historia, reunió un gran número de colecciones y publicó varias obras dignas de interés. Se ausentó definitivamente de nuestro país en 1882, regresó a Suiza cuando tenía 50 años y confió a Heusser la administración de sus propiedades en Argentina, pues a pesar de malones e infortunios diversos, ambos habían reunido a través de los años una considerable fortuna. Claraz escribió al profesor Hans Schinz: «Fue una suerte para Heusser y para mi, que él primero no llegara a ser Profesor del Politécnico, y para mi, no haber entrado en la fábrica de mi padre, ni haber abrazado la carrera docente; jamás hubiéramos llegado tan lejos materialmente».

 

Sus fortunas siguieron creciendo y Claraz ya no tuvo muchas preocupaciones materiales. Cada año recorría Suiza en todas direcciones, solo o acompañado por sus amigos dilectos. Llevaba un diario donde cada día anotaba todo lo observado. Conocía la Alta Engandina palmo a palmo y allí trataba preferentemente con los lugareños, los guías, postillones y guardabosques, a quienes invitaba a compartir un vaso de vino veltinés.

 

Aun se mantenía erguido y a toda hora, recibía a sus visitas con la frase «¿Prefiere blanco o tinto?». Permaneció por años fiel a sus costumbres de «medio gaucho»: el desayuno con mate solo, carne asada en el almuerzo y por la noche, preparada por el mismo y rociada con abundante vino. Se levantaba a las 4.00, lo más tarde a las 5.00, y se retiraba a descansar a las 21.00. Con los años se volvió más frugal y sobrio, pero jamás renunció al trabajo y nunca se lo vio inactivo. Leía mucho, especialmente libros sobre ciencias naturales o históricos, extractando cuidadosamente su contenido, y también se interesó por la política, leyendo y publicando artículos en sus diarios preferidos.

        

Mantuvo una sólida amistad con Heussser, apoderado de sus bienes en la Argentina, con quien intercambió una nutrida correspondencia, hasta la muerte de su socio en 1909.

 

La bibliografía de Claraz, recopilada por el P. Meinrado Hux, es extensa. Entre 1882 y 1885 escribió más de 500 páginas sobre la flora argentina, otras tantas sobre su paleontología, geología, meteorología, zoología y ganadería, y renovó sus anotaciones etnográficas. Mantuvo sus contactos con científicos argentinos de prestigio, como Francisco P. Moreno, Carlos María Moyano, o extranjeros radicados en nuestro país, como Santiago Roth o Carlos Spegazzini. Influyó incluso sobre varios investigadores suizos como Carlos Berg, para decidirlos a conocer la Argentina y estudiarla.

 

Claraz nunca se casó ni tuvo hijos. Por ello, en 1922, con el producto de sus campos del Napostá, donó a la Sociedad Suiza de Ciencias Naturales una parte considerable de la fortuna que había adquirido como pionero en la pampa argentina. Asesorado por el Prof. Hans Schinz, Claraz dedicó la donación para el fomento y promoción de la investigación cientíica y la docencia en el campo de la botánica sistemática y la zoología. Lo hizo mediante el fondo «Georges und Antoine Claraz Schenkung», cuyo segundo nombre recuerda a su hermano Antoine, quien también emigró a Sudamérica.

 

La vida de George Claraz se extinguió en Lugano el 6 septiembre de 1930, el mismo día de la Revolución encabezada en Buenos Aires por el general José Félix Uriburu [1].

        

Viaje al Brasil, Entre Rios, Azul y Bahía Blanca

 

Debido a la crisis política, social y religiosa vivida durante la década de 1845-1855, muchos suizos emigraron de su tierra y fue poco después que Heusser invitó a Claraz que lo acompañara en su viaje para hacer ciertas observaciones científicas. Partieron de Southampton el 25 de diciembre de 1856 y llegaron a Río de Janeiro el 18 de enero 1857. Durante los tres años que pasó en Brasil, Claraz realizó, en colaboración con Heusser, su primera investigación de campo en ciencias naturales, cuyos resultados fueron publicados en diversas revistas. También visitaron las colonias suizas, donde encontraron que las condiciones de vida de sus pioneros eran realmente muy difíciles.

 

Con la intención de viajar a Chile cruzando la pampa y la Cordillera de los Andes embarcaron con destino a Buenos Aires, a la cual llegaron a mediados de 1859. Heusser se dedicó al estudio del idioma y en 1862 aprobó las equivalencias del examen nacional de agrimensor. Trabajó con mucho éxito en su profesión: meticuloso y exacto, sus mensuras eran puntuales y precisas. Continuamente tenía trabajo y en las regiones más apartadas cumplió una labor pionera, jamás cuestionada o rechazada por el Departamento de Ingenieros. Pronto obtuvo encargos importantes en Bahía Blanca y Patagones.

 

Por su parte, Claraz llegó a su primer destino, en Entre Ríos, ese mismo año de 1859, acompañando al segundo contingente de colonos suizos para la colonia de San José y compartió con ellos sus duros comienzos en la nueva tierra.

 

Más tarde realizó su aprendizaje de ganadero en una estancia entre Azul y Tandil, en la cual durante varios meses participó activamente en todos los trabajos que se presentaban en ese establecimiento de frontera y allí aprendió también a conocer a los gauchos e indios mansos, con quienes convivió y se amigó. En ese primer viaje llamaron su atención las sierras de Tandil, elevaciones rocosas situadas en medio de la inmensa planicie pampeana que después tuvo ocasión de estudiar y describir en compañía de Heussser en el breve trabajo La cordillera entre el Cabo Corrientes y Tapalqué [Buenos Aires, 1863].

 

Tras un breve paso por Buenos Aires, regresó a Entre Ríos para hacerse cargo de un almacén de ramos generales en Concepción del Uruguay, y fracasado ese proyecto abrió por su cuenta en esa misma población una fonda popular.

 

A partir de 1861 exploró con Heusser la provincia de Buenos Aires, luego los territorios de las pampas y el norte de la Patagonia. Esto último pareció agradarles, ya que adquirieron tierras a 10 km de Bahía Blanca, a orillas del Napostá Grande, luego otras cerca de Patagones, en los lugares llamados Rincón del Paso Falso y China Muerta.

 

La Patagonia y Bahía Blanca eran importantes mercados donde muchos indígenas iban a comerciar. Claraz también conoció a dos misioneros suizos, los padres Theophilus Schmidt y Friedrich Hunziker, quienes le proporcionaron abundante información sobre la región y las poblaciones indígenas que vivían allí.  Fue uno de los primeros en explorar científicamente, en el verano de 1865-66, el área entre el Río Negro y el Río Chubut [cuyo nombre original indígena era Chubat], que todavía en ese momento era un territorio indígena libre.

 

Entretanto, Heusser recibió el encargo de importantes mensuras en Azul, en Bahía Blanca y en Carmen de Patagones, donde junto con el agrimensor Julio V. Díaz trabajó en las obras del trazado de la población.

 

Claraz y Heusser se establecieron en Bahía Blanca en un campo de mediana extensión (2130 hectáreas) sobre el río Napostá Grande, a diez kilómetros del poblado. Heusser adelantó los capitales para poblar con ovejas, vacunos y yeguarizos. Quedó así formada entre ambos, sin solemnes contratos, una sociedad «de palabra» que duró hasta la muerte de Heusser.

 

Las investigaciones en la región bonaerense se extendieron durante cuatro años, desde 1861 al 65, ya que se habían propuesto su descripción integral. Pero no alcanzaron a estudiar completa la región de las Sierras de la Ventana debido a la oposición de los indígenas.

          

Viaje a la Patagonia (1865)  

 

El 1° septiembre de 1865 Claraz partió desde Bahía Blanca rumbo al valle inferior del Río Negro, para visitar seguramente sus predios. El 5 de noviembre, esta vez sin Heusser, salió de su campo de China Muerta para, tras una fugaz visita a Carmen de Patagones en busca de cabalgaduras, iniciar su viaje el 5 de noviembre, durante el cual exploró la región comprendida entre los ríos Río Negro y Chubut, siguiendo la ruta conocida como "del centro", que fue la que el Perito Moreno seguiría 14 años después, en la época de la conquista de estos territorios por el ejército argentino. Tras 132 densas jornadas, su odisea concluyó el 17 marzo 1866. Su curiosidad científica y observaciones, asentadas en el Diario que llevó, supera a las registros de la mayoría de los viajeros extranjeros de su tiempo, porque evidencia que sabía de indígenas, de flora, de fauna, de geología, orografía y meteorología, y sorprende la riqueza lingüística y de toponimia apuntada [2].

 

El malón de 1870 y los años siguientes

                                                            

Cuando no estaba en viaje de exploración, Claraz, que se había convertido en dueño de muchos rebaños, vivía modestamente a la manera de los gauchos en una pequeña casa en el campo y dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a pasar en limpio sus notas y escribir textos científicos. Recibió un duro golpe con el gran malón que dio Calfucurá a Bahía Blanca el 1° octubre 1870, en el cual apenas pudo defenderse junto a su hermano, un inglés y el capataz italiano que perdió la vida. Una agrupación de 1200 o 1300 indígenas lo despojó de más de 5000 ovejas, alrededor de 500 vacas y más de 100 yeguarizos, que fueron conducidos a la cordillera. Solo pudieron salvar dos caballos y una majada de regular calidad.  Pese a ello se mantuvo todavía 12 años afincado en la provincia de Buenos Aires. Durante ellos participó en forma creciente en la escena política nacional, pues con mucha valentía y singular versación intervino en debates nacionales, o los generó, a través de sus publicaciones en periódicos sobre temas netamente políticos, como por ejemplo las verdaderas causas del aludido malón de 1870, y otros temas indígenas-bélicos, económico-políticos, etc.

        

La obra científica

 

La amplia formación de Claraz se debió ante todo a excelentes estudios realizados en los centros universitarios de mayor proyección en esa época para las ciencias naturales, a los conocimientos teórico-prácticos adquiridos en Friburgo y por ende a la disciplina en la investigación, seria, exacta y metódica, que le recomendara su gran modelo y maestro Escher von del Linth. Tocó muchos campos diferentes de esas ciencias, pero su trabajo etnográfico es relativamente marginal.

 

Las colecciones y su destino

 

A lo largo de su estadía en la Argentina, Claraz envió cajones llenos de flora, fauna, artefactos, fósiles, minerales, etc., a los profesores Mousson y von de Linth en Zúrich. A partir de 1863 mantuvo estrecha relación con el doctor Henri de Saussure, radicado en Ginebra, a quien envió varias colecciones, como, por ejemplo, un herbario de más de 300 especies de la provincia de Buenos Aires. Entre las piezas más espectaculares se encuentran los huesos de mamíferos del Cuaternario [Megaterios y Glyptodontes] que descubrió en la pampa y que fueron exhibidos en la galería de paleontología del Museo de Historia Natural de Ginebra. Diferentes especies vegetales llevan su nombre: Hypnum clarazii Duby, Helicodontium clarazii, Lysurus clarazii Müller, Margyricarpus clarazii Ball, Lantana clarazii [Ball], Sisyrinchium clarazii Baker, Stipa clarazii [Ball]; y Saussure le dedicó varias especies de insectos.

 

Respecto a las colecciones etnográficas, Krasdorfer refiere que en Suiza pudo localizar unos 250 objetos etnográficos y arqueológicos que se conservan en los museos de Basilea, Ginebra y Zurich.  Pero considera que objetos de carácter arqueológico, como puntas de flecha de piedra dura, fragmentos de cerámica, piedras redondas utilizadas para hacer boleadoras, etc., aportan poca información interesante hoy en día, ya que han sido sacados de contexto.

 

El Museo Etnográfico de Ginebra conserva una finísima colección de piezas de plata, inventariada y analizada en 1958 por Friedrich Muthmann, quien, aunque considera que, si bien pertenece a la época colonial, la platería de los araucanos o mapuches de Chile contrasta completamente con la postcolombina del Perú pues conservó un estilo particular, ajeno a cualquier influencia extranjera. Estima tratarse de formas muy sencillas, planas, sin rasgos distintivos, a veces adornadas con elementos geométricos o pequeños ídolos humanos estilizados. En su opinión, la orfebrería era el único oficio practicado por los hombres entre los araucanos o mapuches, y la plata siempre fue el material favorito de los artesanos indígenas. Extraída de ciertas minas en regiones montañosas o boscosas, su explotación ha permanecido envuelta en misterio hasta el día de hoy, pero también procedía del saqueo durante las guerras contra los españoles, o de monedas de plata de variada ley procedente del comercio con colonos y soldados extranjeros. Los orfebres producían el equipo de los caciques y el arnés de sus caballos, pero el adorno femenino fue el más importante de su producción. La mayoría de las piezas simplemente se fundían, carecían de repujados y cincelados. La decoración geométrica está grabada de manera más o menos pulcra, a veces incluso tosca, en las placas cuya superficie está pulida. Muthmann describe las piezas explicando que un conjunto femenino completo constaba de diez partes diferentes, la diadema [trarilonco], los pendientes colgantes [chachuay y upul], el tocado [lioven], los collares [traripel], el topo, el pectoral pendiente [siquel y trapelacucha], los anillos [ihuégug] los brazaletes y trarigugs. Se trata, en definitiva, de un conjunto, respecto del cual manifesta: «Estos ornamentos araucanos muestran un sentido innato de la proporción, un gusto primitivo, pero muy fino, por la distribución de los ornamentos. Ninguna pieza está sobrecargada, cada decoración está en su lugar. La ejecución es a veces muy cuidada, a veces descuidada, pero conserva cierta ligereza y elegancia. Un encanto innegable emana de la propia irregularidad de los detalles decorativos. La colección del Museo de Etnografía da una impresión perfecta de la obra de este orfebre único, noble y austera a la vez» [3].


Reverso del par de aros editados en otra imagen.Museo Etnográfico (UBA, Buenos Aires), Donación Stoëcklin Eloy, 1932. Objeto reunido por Jorge Claraz. N° de Inv.: -040247- / 49587. Fotografía: Hilario. Fotografía: Hilario. 


A ello deben agregarse tocados decorados con plumas de ñandú [Rhea americana] utilizados por los hombres durante el ritual del Nguillatún o Nguellipún, y cuatro típicos dados mapuches [kechukawe]. También hay objetos de uso común en los museos de Zúrich y Ginebra relacionados con la cultura de los mapuches de Argentina, hábiles jinetes, que comprenden espuelas, estribos, lazos y diferentes partes de arneses de los caballos. Otras piezas, en total 84, fueron donadas por Claraz al Museo de Etnografía de Zürich en 1884.


Detalle. Se pueden observar las huellas de las herramientas en el cincelado y en el calado de la figura central. A la izquierda, un pequeño burilado en zigzag, recurso al que se acudía para retirar unas limaduras del metal para el estudio de la pureza del mismo. Museo Etnográfico (UBA, Buenos Aires).


Por una carta fechada en 1924 y dirigida al profesor Félix F. Outes, sabemos que Claraz envió material científico al Museo Etnográfico de Buenos Aires, institución que se benefició de una donación realizada en 1932, dos años después de su muerte, por su sobrino, el doctor Eloy de Stoecklin [4], quien ofreció  y entregó al embajador argentino en París una reducida pero valiosa colección de 27 joyas de plata mapuche, recolectadas por Claraz entre 1862 y 1882, en sus recorridos por la vasta comarca bonaerense, así como dos cuadernos o libretas de campo escritos  durante su viaje de exploración entre el Río Negro y el Chubut, y varias cartas que había recibido de los caciques.

 

Esas piezas de plata fueron estudiadas brevemente por la profesora María Delia Millán de Palavecino [5], quien proyectaba realizar un estudio comparativo de todas las piezas conocidas, tanto de las existentes en nuestro país, como de las que componen las colecciones de los museos de Chile y de Ginebra, obra de largo aliento que finalmente no pudo concretar.

 

Su legado

 

La traducción al español del diario que Claraz escribió durante su viaje a la Patagonia no fue publicada hasta más de cien años después, en 1988, por la desaparecida editorial Marymar, sobre la base de una traducción y en ausencia del original, que no estaba disponible en ese momento. Según relata Casamiquela en la introducción, la biblioteca del Museo Etnográfico estaba cerrada en el momento de la publicación del libro y nunca tuvo la oportunidad de tener el original en sus manos. Como resultado, los editores tuvieron que conformarse con una traducción anónima realizada varios años antes, aparentemente a petición del profesor Milcíades Alejo Vignati. Por lo tanto, no sabemos si el texto ha sido publicado completo ni si la traducción es fiel a las ideas del autor. Hux afirma que el profesor Enrique Palavecino había decidido publicarlo en 1965-66, pero su muerte troncó el propósito y eventuales pruebas de imprenta desaparecieron. La segunda edición del Diario, realizada en 2008, con un estudio de Casamiquela, al parecer presenta sólo algunas modificaciones sin importancia, y no sería la traducción directa del alemán, idioma que Casamiquela desconocía [6], por lo que es necesaria una nueva edición ajustada al manuscrito, que afortunadamente está disponible [7].

 

Algunas de las obras de Claraz, notas y correspondencia, se conservan actualmente en la colección de manuscritos de la Biblioteca Central de Zúrich [8].

 

Por su parte, con los fondos provenientes de la «George und Antoine Claraz Schenkung», bajo la actual curaduría de la profesora Brigitte Mauch-Mani, la Akademie der Naturwissenschaften Schweis, financia importantes investigaciones y edita numerosas publicaciones de alto valor científico.

 

De ese modo, la sombra tutelar de Georges Claraz no ha perdido vigencia y se proyecta sobre el presente.

 

Notas:

[1] Al trabajo precursor del P. Meinrad Hux [«Georges Claraz [1932-1930]; ein Schweizer Forscher in Argentinien und Brasilien», en Vierteljahresschrift der Naturforschenden Gessellschaft, núm. 120 (Zürich, 1975, p.  429-468] siguió dos años más tarde su traducción al castellano [Jorge Claraz, 1832-1930; un investigador y explorador suizo en Sudamérica, Buenos Aires, Pucará, 1977]. Dos décadas después Sabine Krasdorfer publicó «Georges Claraz: histoire d´un itinéraire entre la Suisse et la Pagatonie» [en Société suisse des Américanistes, Bulletin núm. 66-67 (2002-2003), p. 141-145]. De fecha más reciente data mi propia contribución [cfr. Guillermo Palombo, «Georges Claraz», en el volumen El legado suizo en el Bicentenario Argentino, Buenos Aires, Cámara de Comercio Suizo Argentino, 2010].

 

[2] Jorge Claraz, Diario de viaje de exploración al Chubut [1865- 1866], Estudio Preliminar y notas por Rodolfo Casamiquela; Vocabulario, Apéndice y Bibliografia por el P. Meinrado Hux, Buenos Aires, Marymar, 1988, 200 p. Hay segunda edición: Georges Claraz, Viaje al Río Chubut: aspectos naturalísticos y etnológicos, 1865-1866. Estudio Preliminar y notas por Rodolfo M. Casamiquela, Buenos Aires, Ediciones Continente, 2008. 286 p.

 

[3] Friedrich Muthmann, «Bijoux araucans au musée d’ethnographie de Genève», en Anthropos núm. 53 [1958], p.  901-914. Muthmann, nacido en 1901 en Elberfeld fue un arqueólogo clásico, historiador del arte y diplomático alemán. Trabajó como asistente en el departamento de antigüedades del Museo Estatal de Baden, en Karlsruhe. Como «viejo luchador» nacionalsocialista, era amigo del Gauleiter de Hamburgo y en agosto de 1933 sucedió al depuesto director de la Asociación de Arte de esa ciudad, y desde 1937 a 1947 fue director del Museo Kaiser Wilhelm, en Krefeld. Bajo su dirección, obras del Museo de Krefeld fueron incluidas en la exposición Arte Degenerado de Múnich y posteriormente se vendieron. También adquirió para el museo obras de arte en el París ocupado, que fueron devueltas a Francia después de la guerra.  De 1947 a 1953 Muthmann trabajó en el Musée d´art et d´histoire de Ginebra, donde se centró principalmente en el arte del período colonial español en América del Sur. En 1950 recibió su habilitación en historia del arte en la Universidad de Ginebra, enseñó como privat dozent y publicó L’argenterie Hispano-Sud-Américaine a l’époque coloniale, con  prefacio de Eugène Pittard [Ginebra, Editions des Trois Collines, 1950. p. 180. xl + láminas]. Desde 1954 trabajó en el servicio diplomático alemán, de 1954 a 1961 como agregado cultural en Berna -cuya Universidad le otorgó un doctorado honoris causa-, y entre 1961 y 1964 en Atenas. Falleció en 1981.

 

[4] En carta a Claraz del 15 de julio 1898, fechada en Buenos Aires, Heusser menciona al sobrino Dr. Stoecklí que residía en Córdoba, y le daba disgustos a Claraz [“Dein auf der Lauer stehender sobrino Stoeckli»]

 

[5] María Delia Millán de Palavecino, «Platería araucana en la pampa bonaerense. Notas para la historia de la indumentaria argentina», en Etnía, n° 4, Olavarría, julio-diciembre, 1966, p. 11-19, con 27 dibujos de la autora.

 

[6] Julio Vezub en su artículo titulado «Claraz, Sourrouille, Casamiquela: archivo y apropiación en la etnología patagónica» [en Memoria americana [online], vol. 26, núm. 1 (2018), p. 125-141], ha realizado una devastadora crítica a la obra de Casamiquela.

 

[7] En la biblioteca del Museo Etnográfico de Buenos Aires se conserva una libreta de 12 x 15 cm, de unas 150 páginas, que está escrita principalmente en alemán, con comentarios en francés y español. En algunas cartas, se menciona la existencia de dos cuadernos, pero parece que uno de ellos ha desaparecido, al menos hasta hoy.

 

[8] Zentralbibliothek Zürich, Archiv der Georges und Antoine Claraz (George und Antoine Claraz-Schenkung) 1921-1976 (Z III 223-238). Dejó una inmensa obra, de la cual sólo se ha publicado una parte. Sus «Essais pour servir a une description physique et géognostique de la Province Argentine de Buenos – Ayres» publicados como tantos de sus trabajos bajo el binomio Christian Heusser- George Claraz, constituyen un valioso estudio de la región que aún hoy reviste gran interés y sorprende por el cúmulo y exactitud de la información, por lo que tengo terminada su traducción anotada, que he enriquecido con la correspondencia original entre Claraz y Heusser existente en Zúrich, cuyas fotocopias tengo en mi Archivo. 

 

Agradecemos a la dirección del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti y al personal del Área de Colecciones Etnográficas de dicha institución, dependiente de la Universidad de Buenos Aires - Facultad de Filosofía y Letras -, que nos permitieron observar y fotografiar las piezas aquí reproducidas pertenecientes a la Colección Claraz. 


Nota del editor: Para la descripción de las joyas que ilustran este artículo acudimos a los textos aportados por el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti.


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