En cada rincón del planeta hay alguien elaborando objetos singulares que serán adquiridos por quienes aprecian el trabajo bien hecho a un precio razonable. Piezas de barro, de esparto, de tela, de vidrio, de madera… trozos de vida, de materiales, que se transforman cambiando su sentido original para acompañarnos por su utilidad, o simplemente, por su belleza. Así ha sido la artesanía desde tiempos remotos, a veces como modo de subsistencia, otras como actividad gremial que da posición y prestigio, otras como modelo de vida, buscado o heredado, que permanece inalterable por generaciones. Tanto en las zonas rurales como en las urbes la artesanía ha cubierto durante siglos todas las necesidades materiales de la sociedad hasta que se produce una ruptura en el modelo productivo. Las máquinas devoran la producción lenta, personalizada y manual de enseres de consumo.
Desde entonces la actividad artesanal incapaz de competir con la producción en serie va lentamente desapareciendo de las ciudades para refugiarse o mantenerse vigente en los pequeños núcleos de población donde todavía mantiene un público fiel, obligado por su lejanía geográfica de entornos urbanos o por la tradición arraigada de técnicas artesanales concretas, o sencillamente, porque mantiene una forma de vida más autóctona. De esta guisa nos adentramos en el siglo XX, donde algo comienza a moverse en sentido contrario, como necesidad polifónica y reivindicativa a un modelo económico que arrasa con todo lo que se encuentra en su camino, abriendo nuevas vías y veredas orientadas a la recuperación de técnicas tradicionales y a la elaboración de piezas únicas adaptadas a las necesidades de compradores más sensibles o exigentes.
Cuando Walter Gropius funda la Bauhaus en la Alemania de 1919, como contrapunto a esta racionalidad productiva producida por una revolución industrial que devora cualquier atisbo de identidad, busca romper, recuperar métodos y técnicas artesanales, con el fin de incorporarlas tanto a la arquitectura como a la industria, pretendiendo, de alguna manera, humanizar el entorno y el espacio a través de objetos singulares asequibles al gran público. Este movimiento acaba produciendo un cambio radical que afectará a la concepción de la artesanía como actividad productiva, abriendo además un debate que permanece en el imaginario colectivo urbano hasta nuestros días como contrapunto de una artesanía más tradicional, propia del ámbito rural y de las comunidades indígenas, donde los bienes manufacturados no siempre han sido accesibles.
Es interesante esta dicotomía porque sienta las bases de la artesanía moderna donde se entremezclan, se cruzan, se fusionan diferentes formas de entender la realidad productiva y se forjan debates que llegan a generar controversia entre los propios profesionales. Para quienes vienen de la academia, formados en el diseño, las bellas artes, la arquitectura, o incluso de las escuelas de enseñanzas artísticas, la artesanía contemporánea transita por veredas ordenadas donde la estética es su mayor protagonista, se desplaza desde lo doméstico a una semiótica de valores múltiples donde se intuye o se disfruta del objeto no solo como producto sino como elemento con identidad propia en un paisaje de infinitos horizontes que se ensamblan para conformar con su propio entorno una estética propia. La artesanía, que hasta ahora aparecía en un segundo plano dentro de las artes aplicadas, empieza entonces a escalar posiciones en el mundo artístico y se apodera de espacios nuevos donde se valora y aprecia de forma diferente, con otra mirada, una mirada más crítica, rozando así algunas piezas la excelencia, hasta convertirse en auténticas obras de arte. El universo creativo ahora es difuso, no hay fronteras, dependerá de nuestros clientes, nuestros mercados, y por ello, ahora nuestro objetivo como productores será encontrar el camino que tendrán las obras, si como piezas de autor dirigidas al mundo del arte o si continuarán el camino de siempre hacia mercados más comerciales donde comparten espacio con la artesanía más tradicional.
Si se elige esta segunda opción nos dirigimos hacia un lugar conocido. Como contrapeso a la visión más artística de la artesanía, la de siempre es una actividad artesanal propia de una tradición asentada en un territorio concreto, que mantiene su carácter utilitario y productivo con apenas variaciones. Aquí el espacio es más homogéneo, particular y autóctono. Por tanto, la autenticidad difiere del contexto, y solo aquellos que circulan por ambas realidades producen objetos artísticos cuyo valor utilitario da sentido a su propia existencia como contrapunto al producto elaborado por sistemas mecanizados. Podríamos afirmar entonces que lo contemporáneo es un concepto amplio donde convergen diferentes realidades. Si confluyen o no dependerá de los productores. Recientemente, en un encuentro realizado por el Centro de Referencia Nacional de Artesanía de España en la Feria CraftInnova (Valladolid), Laura Miguel, Secretaría General del Word Crafts Council Europe presentaba los datos de una encuesta donde preguntaba qué tipo de artesanía compraban los foráneos cuando visitaban España y la respuesta, mayoritariamente, fue que buscaban productos artesanos tradicionales, productos artesanos que representen la singularidad del territorio que visitan a modo de souvenir. Un producto que mantiene sus identificadores y singularidad relacionada con el entorno geográfico donde se adquiere y deja de ser un producto de uso para ser un obsequio, un recuerdo. Por consiguiente, hay un mercado turístico que demanda un producto tradicional de calidad, y otro más artístico para mercados más relacionados con el lujo o el mundo del arte.
Tanto el mercado del lujo como el del arte son universos que no están al alcance de la mayoría de los mortales y eso es determinante para plantearnos hasta qué punto la artesanía se nos escapa de las manos a la mayoría de los posibles compradores por motivos económicos. Ya quisiéramos poder adquirir piezas de autor únicas pero la realidad es que no es posible y si solo fomentamos una artesanía elitista flaco favor le estaríamos haciendo a la mayoría de productores que forman parte de nuestra realidad socioeconómica, que vertebran los territorios y son un valor importante para la economía de su comunidad a pequeña escala. Como enamorado de la actividad artesanal, y por motivos de trabajo, tengo la fortuna de visitar muchas exposiciones de artesanía contemporánea y quedo siempre maravillado por su excelencia, su autenticidad y también por su capacidad para mostrar cómo se pueden transformar productos en auténticas obras de arte. Sin duda, hablamos de piezas que acabarán en exposiciones, en galerías, editoriales o en tiendas de lujo, y pese a no responder claramente a los rasgos identificativos de un territorio las deseamos y las anhelamos por su belleza y sus magníficos acabados. Piezas de materiales diversos, objetos cuya identidad se resiste en una primera aproximación, pero que guardan una estrecha relación con su territorio y quizás, seamos capaces de identificarlos mejor por sus formas, colores o diseños si los admiramos con detenimiento o con la ayuda de un relato complementario de su autor. Esta vinculación difuminada constituye un nuevo marco de relaciones singulares más globales entre el autor, la materia, el territorio y el cliente. Sin duda, nos encontramos ante una nueva visión, totalmente diferente, donde los profesionales exploran nuevos imaginarios y experimentan una forma novedosa de autenticidad y originalidad. Se trata de otra forma de mirar y de la capacidad de transformar dicha mirada en objetos singulares.
El artesano granadino Gonzalo Beas pintando una pieza de yesería tradicional. Fotografía: Antonio Suárez Martín.
En esta nueva artesanía la atracción se centra en otros valores más artísticos y menos funcionales. En la fotografía vemos una de las caracolas de la artista artesana textil gallega Mercedes Vicente, una profesional referente en muchas exposiciones internacionales de prestigio y finalista del Loewe Craft Prize en 2018, entre otros reconocimientos, un claro ejemplo de cómo romper con diseños tradicionales para incorporar a la obra otros referentes más globales pero que mantienen su vinculación con el territorio, como en su caso, el mar. La artesanía contemporánea se caracteriza, por tanto, por una fuerte presencia del diseño y de innovación, entendida ésta como la transformación de elementos que ya conocemos por otros más modernos y atractivos para un público nuevo, más exigente con la diferenciación, pero sin perder toda la relación con el entorno.
Como señala, el experto en análisis de tendencias Juan Carlos Santos, «la artesanía contemporánea se ha convertido, de esta forma, en un laboratorio de reflexión y experimentación sensorial, formal y simbólica a través de la confrontación y el diálogo entre la tradición y la innovación, entre los materiales naturales y los materiales inteligentes, entre las técnicas manuales y las nuevas tecnologías, entre la identidad local y el desarrollo global, erigiéndose en la vanguardia de las nuevas tendencias culturales y del mercado». [1]
Otro ejemplo que podríamos destacar en esta visión más artística de la artesanía es el de Josep Safont [2], un artista textil capaz de coser piel de cebolla… con maestría construye tapices imposibles, piezas únicas, representativas de una autoría concreta y personal. La artesanía, en profesionales como Safont adquiere otra dimensión, la de expresión artística, como ha sido tradicionalmente con la pintura, la escultura o la arquitectura. Su ubicación dentro del mundo artesano sólo se puede entender por el uso de técnicas artesanales que se utilizan para su elaboración, pero se alejan de la misma por su carácter diferenciador y único.
Detalle de la obra “La Ceba som tots” de Josep Safont. Fotografía: https://www.josepsafont.com/#/
No obstante, sería un error asemejar contemporaneidad solo a esta visión moderna de la actividad artesanal, porque como adelantábamos, existe esa otra artesanía que sigue vinculada a una estética tradicional y sigue siendo demandada. Si tiene demanda, un mercado que la adquiere, debería considerarse también contemporánea. Nos encontramos ahora en la antítesis de la artesanía de autor, con piezas más tradicionales, evocadoras de otros tiempos, representativas de su entorno geográfico y fabricadas originariamente para un uso utilitario, aunque en la actualidad muchas de ellas cumplan solo una función decorativa, se trata de piezas que han formado parte de nuestra Historia, nuestra cultura, nuestra vida, que nos evocan a otros tiempos, y con gran valor para el turismo que se preocupa por la calidad. Una artesanía que mantiene una confrontación permanente entre lo que fue y su futuro incierto, necesitada de nuevos diseños que contribuyan a su permanencia, incluso a su crecimiento, sea en el sector turístico o en el doméstico.
Esta artesanía tradicional contemporánea puede desaparecer, y de hecho, languidece lentamente en el ámbito rural, sufriendo muchas dificultades para acceder a nuevos mercados, careciendo en muchos talleres de acceso digital, o incluso, padeciendo de falta de relevo, sea por el modelo de negocio, sea por su ubicación geográfica, siendo fundamental el apoyo externo de las instituciones y del tejido asociativo profesional, para promocionarla y ponerla en valor.
Piezas de Alfarería Agustín, en Niñodaguia (Orense). Fotografía: Antonio Suárez Martín.
Aquellos que me conocen saben que esta no es para mí una cuestión trivial, porque considero que no deberíamos permitirnos la pérdida de algunas artesanías tradicionales que forman parte de nuestro patrimonio, tanto por falta de interés como por la merma de productores, ni tampoco debemos menospreciar el gran trabajo que desarrollan nuevos profesionales a través del diseño o del conocimiento artístico adquirido. La cuestión es cómo promovemos un punto de encuentro entre ambas artesanías. Cómo construimos una nueva vereda por la que puedan circular ambas realidades productivas sin que ninguna de ellas eclipse a la otra.
Hoy día existen algunos ejemplos interesantes que van en esta dirección. Uno de ellos es el de las becas Donald Gray, que ofrece el jurado de los Premios Richard H. Driehaus de las Artes de la Construcción entre los cuatro galardonados de cada año, con el fin de formar a un aprendiz en un oficio tradicional durante un año, o la Homo Faber Fellowship, nuevo programa formativo lanzado por la Michelangelo Foundation, con el apoyo de diferentes entidades y asociaciones colaboradoras, para potenciar la actividad entre maestros artesanos y aprendices procedentes de escuelas de arte europeas.
Cualquier iniciativa que ponga en contacto el saber hacer de maestros artesanos con jóvenes profesionales sea en formación o en activo bienvenida sea. La forma de entender el mundo de las personas jóvenes irá introduciendo cambios a las piezas que aprendan de sus maestros y se potenciará el uso de técnicas tradicionales con diseños más actuales.
Esto nos lleva también a otros ejemplos de programas que ponen a trabajar de forma conjunta a profesionales de la artesanía con profesionales del diseño. Por un lado, la de diseñadores que se acercan a talleres para que les fabriquen sus obras -aunque esto genera controversia por el tema de la autoría, pues los diseñadores no producen las piezas y por tanto no son artesanos aunque después muchos de ellos las comercializan como propias sin identificar quien las ha elaborado, algo que ocurre también en algunos Marketplaces de marcas conocidas que venden productos artesanos como propios cuando no los elaboran-, y por otro lado, aquellos profesionales del diseño que colaboran con productores para crear de forma conjunta nuevos productos adaptados a las tendencias actuales y a los intereses de un público más amplio y diverso. Esta segunda vía, es sin duda, una de las sendas donde más debemos incidir desde las instituciones relacionadas con la artesanía, sea desde el ámbito educativo o sea el de la promoción, porque contribuye a mirar de otra manera, a jugar con nuevos trazados creativos que permitan explorar nuevos ámbitos comerciales más atractivos para una población cada día más versátil y con intereses heterogéneos.
En nuestra sociedad, en general, nos falta cultura de la innovación. La artesanía contemporánea se debe nutrir de estos dos mundos y a través de acciones innovadoras se pueda fomentar su maridaje. Un buen ejemplo de ello es el sector gastronómico. Los restaurantes y hoteleros incorporan cada vez más en sus cartas productos km 0, y en muchos negocios, principalmente los que tienen cierto reconocimiento o prestigio, entienden la necesidad de utilizar como menaje piezas artesanales relacionadas también con los materiales, los colores o la idiosincrasia propia del entorno. Tenemos experiencias destacadas en diferentes territorios españoles, como Valencia, Aragón, Andalucía, pero destacando sobre todo Galicia, donde se está realizando una labor extraordinaria de trabajo conjunto entre chefs y artesanos que está permitiendo que la artesanía gallega se encuentre hoy día en restaurantes de todo el mundo. Desde el Centro de Referencia Nacional de Artesanía conjuntamente con otros Centros de Referencia como el de Hostelería o el de Agroturismo y con el apoyo de la Fundación Artesanía de Galicia, hemos puesto en marcha en 2023 el proyecto “Materia Prima”, donde se buscó profundizar en las necesidades de nuestros profesionales para que la artesanía sea cada vez más competitiva en el sector gastronómico y en el turismo en general, por la importancia que ella tiene para el turismo rural. Este es sin duda un camino que se debe explorar en todos los países para promover su gastronomía más distinguida. La incorporación de artesanía tradicional en estos espacios tanto hoteleros como de restauración además de producir este plus revierte en el propio sector artesano que requiere de una adaptación tanto en diseños más modernos como en su vínculo con el sector al que va dirigido, sea en lo referente a durabilidad y resistencia de las piezas en su continua manipulación, la comodidad o la ergonomía para su uso culinario, peso, etc.
Plato elaborado por la ceramista Raquel Fraile de “Combarro Cerámica” para el chef Pablo Rebollo, propietario del Restaurante “Candeal” en Marbella. Fotografía: Antonio Suárez Martín.
Si la gastronomía es un sector extraordinario donde conjugar la artesanía tradicional con la de autor, no deja de ser una parte dentro del sector turístico, donde también nos encontramos con subsectores como el hotelero en alza, el de alojamientos rurales, donde la decoración de los espacios es determinante y se nutre de múltiples artículos artesanos relacionados con el entorno para su composición, formando parte del atractivo de estos recipientes turísticos. Y por otro lado, el empuje del craftourism, o turismo artesano, porque cada vez hay más turistas interesados en vivir experiencias relacionadas con el patrimonio del lugar que visitan. Ver a los profesionales trabajar o incluso poder probar, vivir la experiencia de realizar alguna técnica artesanal sencilla y ver como los artesanos las ejecutan, así como tocar, oler y sentir los materiales, vivir la dificultad de elaboración de las piezas, etc. son prácticas que enganchan y los clientes son más proclives a comprar productos artesanos como souvenirs y pagar un poco más por ello.
En definitiva, si atendemos a este tipo de criterios, más relacionados con la actividad productiva y comercial, podremos trabajar con la artesanía más tradicional desde otra perspectiva. Aquí vuelve a tener un papel fundamental el diseño, pero no tanto para la creación de obra de autor como para crear piezas que puedan ser atractivas para un mercado mayoritario y responda a las necesidades de un cliente que no busca tanto el carácter utilitario de piezas tradicionales. Aquí podríamos incluir a diferentes mercados como el turístico, el experiencial, el terapéutico, el de la alta cocina, o incluso buscar fórmulas para atraer segmentos de población como los jóvenes que ven la artesanía tradicional como “algo de viejos” o “inalcanzable” y que no deberíamos desatender porque serán los compradores del futuro.
El objetivo de este cruce de realidades productivas aquí descrito, en conclusión, debemos considerarlo un punto de partida. Si conseguimos promover una artesanía contemporánea accesible al gran público, que transite en paralelo al mundo artístico, con diseños innovadores y atractivos para una sociedad del siglo XXI, potenciando además parámetros de calidad y excelencia altos, y mantenga su seña identitaria tradicional, estaremos fomentando el desarrollo económico de muchas comunidades y productores por todo el planeta, es decir, estaremos ofreciendo un futuro inmejorable para el sector de la artesanía por muchos años.
Notas:
1. Juan Carlos Santos. “Artesanía, lujo y fast-fashion (parte II): la nueva artesanía y la irrupción del fast-fashion” VER
2. [1] https://www.josepsafont.com/#/
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios