Organizada por el Museo de Arte de Lima y la institución anfitriona, la Fundación Proa, la exposición avanza por sus salas para exhibir una sorprendente selección de ciento treinta y ocho objetos procedentes de colecciones públicas y particulares de Perú. «Los Incas. Más allá del imperio», inaugurada el 28 de septiembre, se propone descubrir esta civilización andina que los conquistadores españoles doblegaron con llamativa celeridad.
Al arribo de los españoles a la costa peruana, el territorio denominado Tahuantinsuyo se extendía por las actuales geografías de Perú -cuya zona nuclear ubicamos en el Cuzco-, Ecuador, Colombia, Bolivia, Chile y Argentina. La organización administrativa, militar y económica de tan extenso dominio requería de un desarrollo hoy difícil de comprender, máxime cuando los recursos tecnológicos eran tan limitados. Por caso, llama la atención un objeto construido con cuerdas de diversa longitud, donde la presencia de ciertos nudos da cuenta de su funcionalidad: se trataba de un registro contable que preservaba una información cuantitativa clave para el control económico de alrededor de ochenta provincias. Quipu, tal su nombre. Verlo allí exhibido dentro de una vitrina construida ad hoc, tan frágil y tan útil, nos remite al período Colonial Temprano, ca 1500-1600 y hasta cabe pensar que algunos funcionarios imperiales habrían llegado al noroeste hoy argentino con estos instrumentos contables, dispuestos a supervisar la producción económica de sus dominios periféricos.
Hilario: ¿Cuál fue el mayor desafío en tu rol de cocurador al darle forma a esta exposición?
Ricardo Kusunoki: Sin duda, compendiar un panorama muy diverso a través de la selección de obras y, además, desmitificar una imagen instalada a lo largo del tiempo sobre la sociedad incaica. lo que nos ha quedado de la cultura material inca no calza con la forma como se suele imaginar actualmente un gran imperio. Y los vacíos que han dejado estos testimonios del pasado han sido llenados con expectativas de distinto tipo. Lo que intenta la muestra es evidenciar qué conocemos sobre los incas reales y cómo hay una serie de ficciones que se construyen desde el propio periodo colonial hasta el presente.
La exposición busca ahondar en las huellas de aquel imperio, en sus rasgos más distintivos. Los textiles, las cerámicas, los objetos líticos y también los tallados en madera, como los construidos en metales, dan cuenta de usos cotidianos y también rituales. Y ya en tiempos virreinales, el guión museográfico avanza en la pervivencia colonial entre lo inca y lo español, proyectando su mirada hasta el siglo veinte, con su legado en las artes, el diseño y la cultura popular.
Las evidencias más rigurosas van consolidando una nueva mirada sobre este imperio, el más extenso de América, cuyo origen se da hace unos seiscientos años y cuyo quiebre se inicia con la captura y ejecución del inca Atahualpa en 1532. La formación de su poder político a través de la conquista de otros pueblos indígenas posee características especiales que aluden a su arquitectura -cuya expresión máxima es Machu Pichu, construido para ser la residencia real del soberano Pachacútec Yupanqui-, pero que también se expresaba en los templos sagrados, los centros de almacenamiento, las terraza agrícolas, los cuarteles de uso militar... Y debe destacarse también la red de caminos que vinculaba todo el imperio, el Qhapaq Ñan que recorría los Andes y el Altiplano, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se estima que a lo largo de todo el imperio disponían hasta de dos millones de hectáreas de tierras cultivables -acudiendo a terrazas agrícolas en las laderas de las montañas y a sistemas de regadío-, y todas rendían tributo.
Gigantografía con la vista de Machu Pichu. La imagen fue reproducida a partir de una fotografía vintage de Martín Chambi. Fotografía: Hilario.
Pero no solo se expandía el poderío inca a través de estas estructuras magnas, también lo hacía por medio de los más diversos artefactos. Por ejemplo, el arte textil inca era de una excelencia tal que hoy día sigue asombrando. Si visitan la exposición lo apreciarán en una túnica real o unku, cubierta en ambos lados con tocapu, motivos que aparecen encerrados en formas cuadrangulares y distribuidos en forma de retícula. Andrew J. Hamilton, al analizar esta manifestación del arte inca, sostiene que «a pesar de que algunos investigadores han tratado de interpretar los tocapu como representaciones glíficas de un sistema de escritura perdido, solo un motivo es definitivamente figurativo. Este representa otro tipo de vestimenta inca, a menudo llamada túnica ajedrezada, la cual se cree que fue el uniforme de los guardias reales incas [nota del editor: la exposición incluye un unku ornamentado con este motivo cuadriculado, cuya datación es del 1400 - 1532]. Los otros patrones tipifican las llamadas cualidades geométricas del arte Inca, con líneas, ángulos, rombos, cuadrados, equis y formas escalonadas. Los tocapu parecen haber funcionado como insignias o emblemas imperiales que distinguían importantes objetos de estado. El privilegio de vestir prendas con tocapu solo podía ser otorgado por el Sapa Inca, y solo él podía vestir una túnica llena de tocapu. La inclusión de túnicas militares a escala reducida probablemente creó una declaración de poder imperial, evidenciando gráficamente el control que el Sapa Inca tenía sobre los nobles que vestían tocapu de las muchas provincias subyugadas de su imperio. Es posible que el uso de la túnica transformara visualmente el cuerpo del emperador en una encarnación del Tahuantinsuyo». En esa línea de pensamiento, Elena Phipps -otra especialista convocada en los textos que acompañan la exhibición-, abunda sobre el modo de producir estas prendas y sobre su calidad, «las vestimentas incas de origen oficial y real se encuentran entre las más finas de todos los tiempos», sostiene.
Los diseños que decoraban estas prendas no eran figurativos, sino que se trataba de diversas síntesis abstractas, representaciones geométricas cuyo significado preciso aún hoy se desconoce. Modelos ornamentales que se replicaron en los quero, vasos tallados en madera, los que derivan en la modificación de su relato ornamental desde las expresiones geométricas hacia las representaciones de figuras humanas y zoomorfas a lo largo del virreinato. Uno de ellos -que captura la atención del público-, con la forma de cabeza de jaguar y decorado con escenas con chunchos -personas de la región selvática, escasamente incorporados a la civilización occidental- es datado entre 1670 y 1770.
Las cerámicas, en cambio, dialogan con las formas utilitarias buscadas y las representaciones figurativas de animales y frutos, con diversas decoraciones incisas o policromadas de guardas abstractas de formas geométricas. Numerosas piezas exhibidas en las salas de la Fundación Proa dan cuenta de este rasgo, por caso, una vasija fechada entre 1470 y 1532, con la representación de estructuras de planta circular, y hay otra representando construcciones de planta rectangular. Ambas coronadas con una figura zoomorfa.
En territorio argentino
Distintas fuentes etnohistóricas ubican la entrada de los incas a la geografía hoy argentina, entre 1471 y 1493. Para presentar ese aspecto del imperio inca, la exposición acude a los recursos audiovisuales contemporáneos y con el video se muestran los yacimientos arqueológicos hallados en tres de las siete provincias que fueron parte del Tahuantinsuyo. Se exhiben los sitios de Pucará del Tilcara (Jujuy), La Paya y Llullaillaco (Salta), y Aconquija y Shincal de Quimivil (ambos en Catamarca) como testimonio de los distintos escenarios donde se produjo el encuentro con los habitantes de las comunidades locales.
En la época colonial
La pervivencia de la cultura inca en tiempos de la administración hispánica también es explorada por la muestra que permanecerá hasta enero del 2025 en la Fundación Proa. «Los quiebres y continuidades planteados en un recorrido temporal tan vasto se presentan en esta exposición como espacios que invitan a repensar ciertas preconcepciones sobre el origen, desarrollo y fin de un fenómeno que se resistió a desaparecer de nuestra memoria, y cuyo legado pervive hasta hoy entre todos nosotros» -sostienen sus curadores, Cecilia Pardo, Ricardo Kusunoki y Julio Rucabado.
Marcos Chillitupa Chávez, Genealogía de los incas, 1837. Fotografía: Hilario.
Y en ese rumbo, la exposición reúne diversos testimonios sobre la proyección inca en el espacio colonial a través de distintos medios, como la pintura y el grabado, y también -lo expresamos- mediante distintos artefactos como el quero o los textiles, cuya herencia incaica es inconfundible.
Entre las pinturas convoca la mirada de todos los visitantes un biombo articulado, Genealogía de los incas -su nombre-, que se inicia con el primer inca gobernante, Manco Cápac. A los argentinos les sorprende que en el último bastidor se presente la figura de «El Libertador del Perú» -¿una referencia a José de San Martín, o a Simón Bolívar?. Fue pintado por Marcos Chillitupa Chávez en 1837, dieciocho óleos sobre tela, cuyo cuerpo se extiende en una amplia superficie de 195 x 471 cm. Y, además, con representaciones de carácter colonial en la otra cara del biombo.
En la voz de Adriana Rosenberg, directora de la Fundación Proa, se aprecia el nivel de las expectativas despertadas en la institución anfitriona: «(...) elegimos esta época del año para que los colegios, las universidades y los curiosos de la historia puedan acercarse, estudiar, participar de los programas educativos y los programas públicos. Organizamos muchas actividades para todas las edades y audiencias.»
La invitación está formulada, «Los incas. Más allá de un imperio» es una exposición que trasciende la arqueología y convoca desde las más diversas disciplinas. Un bello argumento para visitar otra vez ese punto icónico de Buenos Aires, como lo es la Vuelta de Rocha y Caminito, a pasos de la Fundación Proa.